Por IRENE BIANCHI
"Decibel", con Juan Bozzarelli, María Laura Albariño y Emilio Ruperez. Música original y sonido: Diego Madoery. Escenografía: Julieta Sargentoni. Vestuario: María del Carmen Butler. Asistencia artística y voz en off: Federico Aimetta. Asistente de dirección: Nélida Otero. Dramaturgia y dirección: José Canevaro. Sala Astor Piazzolla del Centro Provincial de las Artes Teatro Argentino, calle 51 entre 9 y 10.
El sistema nervioso de "Juan" (Bozzarelli) ha sido sistemáticamente minado por la implacable invasión sonora a la que parece haber estado sometido a lo largo de su vida. Ruidos de máquinas, de artefactos, de motores, de colectivos, de tornos, de turbinas, chirridos irritantes, odiosos zumbidos, que lo obligan a aislarse, a encerrarse, a protegerse de la hostilidad del entorno, que lo agrede sin prisa y sin pausa, impiadosamente.
Su vida es gris, chata, rutinaria, monótona, como un engranaje más de esas máquinas que lo atormentan. El subsuelo en el que vive con su mujer, y la oficina del taller donde trabaja, comparten esa monocromía deslucida, marchita, desabrida como la comida que ingiere, insípida e intrascendente como sus vínculos. El tecleo de su máquina de escribir resulta inofensivo comparado con los ensordecedores ruidos de su entorno.
Juan no vive; más bien vegeta, dura, o tal vez sueña que vive, y su sueño es tan sombrío como su existencia. Su mujer, Nina (Albariño) y su amigo, Besarión (Ruperez), son los personajes secundarios de su vida-sueño, víctimas y victimarios, como el propio Juan.
Más allá del germen interesante y prometedor que derivó en esta "creación colectiva", la idea de "Decibel" no se desarrolla plenamente, y queda en un boceto, un borrador al que le falta carnadura, progresión, "crescendo". Termina donde podría empezar. Todo resulta plano, pobre desde el punto de vista dramático, más allá de la lograda ambientación y algunos certeros efectos de puesta en escena. Al faltar una estructura, un marco bien delineado y potente que los contenga, los personajes deambulan sin rumbo y no evolucionan. La historia se estanca, y con ella, el interés que pueda suscitar.
Por otra parte, el ruido que aturde y tortura a Juan, hace lo propio con los espectadores, cuya tolerancia auditiva se pone a prueba sin necesidad alguna.
Al salir de la Sala Piazzolla uno podría apreciar la muestra de la Sala Pettoruti "Convivencia y Desarme" (esculturas realizadas con armas de fuego). Podría, digo, si los encargados del lugar no se apresuraran a apagar las luces prestamente, como sutil indicación de que el público debe hacer "mutis por el foro".
Al subir a tientas las escaleras (aunque siempre es más peligroso bajarlas), uno se pregunta si -en lo que respecta a las muy estrictas medidas de seguridad post-Cromañón vigentes -se medirá con la misma vara a las salas privadas y a las oficiales.
Pero mejor no distraerse. Lo importante es llegar sano y salvo a la salida.
Fuente: El Día
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