viernes, 9 de diciembre de 2005

La resiliencia: capacidades diferentes

Por IRENE BIANCHI

"La Resiliencia", de Febe Chaves, a cargo del Grupo La Gotera. Elenco: Siro Colli y Luciano Guglielmino. Luces y Escenografía: Claudio Cogo. Música: Daniel Reinoso. Asistente de Dirección: Virginia Palavecino. Dirección: Febe Chaves. Centro Cultural "Viejo Almacén El Obrero", 13 y 71. Sábados 23 hs.

"Ernesto" (Siro Colli) es el hermano mayor de "Lázaro" (Luciano Gulielmino). Este último padece un trastorno neurológico congénito que se manifiesta en una progresiva atrofia muscular. Sus movimientos son espasmódicos e incontrolables. Tiene dificultad para hablar; se expresa como un niño y no como el adulto que cronológicamente es. Sufre de incontinencia y apenas camina, por lo que está confinado a una silla de ruedas.

Los hermanos deben cumplir con un doloroso aunque necesario trámite: reconocer el cadáver de alguien que -por acción u omisión- jugó un rol muy importante en la vida de ambos. Matan la angustiante espera recordando hechos de la infancia, compartiendo vivencias, sincerándose ante el otro y ante sí mismos, acercándose tal vez como nunca antes.

Ernesto se muestra como un tipo estructurado, amargado, triste, resentido, quejoso, incapaz de entregarse en cuerpo y alma a una relación amorosa, envejecido antes de tiempo. Lázaro - "la distracción de Dios" o "el que tiene nombre de resurrección"- a pesar de (o tal vez precisamente debido a) sus enormes dificultades físicas, tiene sentido del humor, sabe reclamar y dar afecto, es cariñoso, juguetón, pícaro, extrovertido, jamás se queja de sus limitaciones, un ser luminoso y transparente.

Ernesto hace de padre, madre y hermano de Lázaro. Le acomoda el pelo, le seca la traspiración, le hace masajitos en la panza, le estira los agarrotados dedos, lo cuida como a un bebé. Asimismo, demuestra sentimientos encontrados hacia ese hermano "minusválido" que acaparó la atención de su madre, asumiendo desde su nacimiento el protagonismo absoluto, relegándolo a un oscuro segundo plano.

El diálogo que mantienen, en ese ámbito tan frío, siniestro y tenebroso, revela un vínculo entrañable, una conexión indestructible, kármica; un amor incondicional que les permite sobrellevar la orfandad y la adversidad. Se complementan, se compensan, se armonizan, se equilibran. La frescura y espontaneidad del hermano "discapacitado" y sus ocurrencias, logran dibujar una que otra sonrisa en el ensombrecido rostro de Ernesto.

Los dos trabajos actorales son lisa y llanamente impecables. El contraste entre ambos es un acierto de la marcación. La composición del Lázaro de Guglielmino es de tal verosimilitud que causa estupor. No se le escapa ni un solo detalle. Imposible quitarle los ojos de encima. Y más allá del alarde en su manejo corporal, el actor logra transmitir el mundo interno del personaje, sus miedos, sus emociones, sus sueños, su insondable ternura.

A su lado, el Ernesto de Siro, tan serio y reconcentrado, resulta -en el fondo- más vulnerable y pequeñito que su hermano menor. Sutil, rico en matices, contenido, medido, su trabajo es el perfecto contrapunto que reclama la historia.

La resiliencia, leemos, es la capacidad de una persona o de un grupo para seguir proyectándose hacia el futuro, a pesar de acontecimientos desestabilizadores. Un ajuste saludable a la adversidad. El poder asimilar una situación traumática y seguir desenvolviéndose, en un nivel incluso superior, como si el trauma vivido hubiera desarrollado recursos latentes e insospechados.

La pieza de Febe Chaves, tan aplicable a la capacidad que hemos tenido que desarrollar los habitantes de este vapuleado país, promueve una estimulante reflexión sobre los parámetros de la "normalidad", y justifica sobradamente el merecido aplauso cerrado y de pie del conmovido público.

Fuente: El Día

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