La Comedia de la Provincia de Buenos Aires trajo por tres días al Cervantes la obra “Despertar de primavera”, del alemán Wedekind, interpretada por actores adolescentes y amateurs de La Plata, 25 de Mayo y Trenque Lauquen. Su director, Horacio Pigozzi, explica en esta entrevista por qué un texto que habla del despertar de la sexualidad y de la falta de información no pierde vigencia.
Por Sandra Russo
Wendla (Sol Alba) se queja porque su madre no quiere decirle cómo es que su hermana recibe la visita de la cigüeña tan seguido. Wendla sospecha que la cigüeña no existe. Su madre que, como todos los padres y las madres de esta puesta de Despertar de primavera –del alemán Wedekind, que fue estrenada en 1906– le habla a través de una puerta translúcida y jamás tiene contacto físico con ella, se rinde ante la insistencia de la adolescente.
Concede y le confía, entonces, que los bebés vienen al mundo cuando la gente ama con todo el corazón y se casa. Mauricio (Juan Ignacio Bianco) y Melchor (Bruno Martínez) son íntimos amigos. Mauricio se atormenta porque no ha estudiado y debe dar examen. “Si no me aprueban, me mato”, dice. Y le pregunta a Melchor si sabe cómo es el cuerpo de las mujeres. Está intrigado y nadie le habla de eso. Melchor se ofrece a explicarle. Pero Mauricio le pide que no le diga nada, que se lo escriba y se lo deje como al descuido entre sus libros, de modo que cuando él esté por estudiar, el azar quiera reunirlo con esa información que lo desvela.
La culpa de no satisfacer a sus padres y de tener la mente poblada por ideas sucias no le permite hacer preguntas ni escuchar respuestas. La suerte de Wendla, Melchor y Mauricio está echada: sus padres, a través de esas puertas metálicas que los separan de ellos, que a veces se abren, pero nunca del todo –en la escenografía de Claudia Billourou–, y a través de esas luces que vuelven enigmático lo obvio y siniestro lo familiar –en la iluminación de Nicolás Trovato– han instrumentado los tres destinos trágicos.
Mauricio se mata. Melchor, a quien culpan de haber corrompido a su mejor amigo y de haber embarazado a su mejor amiga, va a un instituto correccional. Y Wendla, quien ha tomado al pie de la letra las palabras de su madre y no cree estar embarazada porque “ni amo con todo mi corazón ni me he casado”, muere en un aborto instigado por su madre y mal hecho. Despertar de primavera, producida por La Comedia de la Provincia de Buenos Aires, vino tres días al Teatro Nacional Cervantes.
Sus protagonistas adolescentes no son actores profesionales, sino estudiantes de La Plata, 25 de Mayo y Trenque Lauquen que abordaron un texto complejo y una obra que a simple vista parece vieja, pero renace cada día en las dudas atormentadas de chicos y chicas que despiertan al deseo. El director Horacio Pigozzi tuvo a su cargo esta puesta y el entrenamiento de los actores que surgieron de una audición. Y dice esto:
–La obra la eligió Daniel Suárez Marzal, que es el director de La Comedia de la Provincia de Buenos Aires. Y me convocó para dirigirla. El quería una obra con un elenco numeroso y con actores jóvenes. Quiere reactivar el teatro y el público de teatro. Tiene un proyecto, que se llama Hagamos la Comedia, que lleva a especialistas y pedagogos a los colegios de La Plata con las obras de la Comedia, las presentan, les hacen una sinopsis, les dan los textos y dejan abierta la posibilidad de que los que quieran tengan un espacio para hablar más, hacer un análisis más profundo, o representar una escena que ellos elijan. Yo ya conocía la obra, y cuando me lo propusieron dije que sí.
–¿Qué le interesaba de la obra?
–En principio Wedekind me interesaba porque formó parte de un grupo de pensadores de fin del siglo diecinueve, que generaron la ideología y la estética del siglo veinte, lo que podría llamarse modernismo. Munich y Viena estaban muy en contacto en ese momento. Y lo que me interesaba de esta obra es que Wedekind toma aquí ideas de Freud y con eso hace teatro. Básicamente me interesaba la cuestión del inconsciente. Saber que existe el inconsciente. Si uno sabe que existe eso, sabe que hay que trabajar sobre uno mismo.
–¿En qué partes de la obra le parece que ese saber se manifiesta?
–En la escena final, cuando aparece el Desconocido, Melchor, uno de los protagonistas, dice: “Siempre podré elegir”. También pensé que las crisis adolescentes tienen mucho de hormonales, pero hacen que el inconsciente sube y bajé de potencia.
–Las compuertas están mucho más abiertas que en los adultos.
–Sí. Como estos personajes recién comienzan su adolescencia, tienen catorce, quince años, pensé también que todavía no han cortado sus lazos con su infancia, y por eso aparecen en algunos momentos los juguetes, porque los chicos lanzan su inconsciente a través del juego.
–En la obra, o en la puesta, no sé, los chicos no parecen hijos de sus padres. Son frescos, inocentes, van camino a ser inadaptados, tal vez por eso dos de ellos mueren.
–Bueno, trabajé a propósito eso. Se trata de padres que no están atentos a sus hijos. Los padres no los miran. Por eso en la puesta los padres hablan a través de puertas, no hay contacto físico. Están atrás de algo, una pared, algo. Si no, no hay tragedia. Si hay amor, no hay tragedia. La tragedia sobreviene porque los padres quieren controlar a los chicos, pero los chicos están permanentemente solos. La madre de Wendla es un poco tonta...
–La madre de Melchor tiene un arranque de instinto maternal, defiende a su pichón, pero su sometimiento a su marido lo sofoca.
–Se rinde ante el fascismo del marido.
–¿De dónde son los actores adolescentes?
–La Comedia tiene como costumbre hacer audiciones. A esas audiciones se presentan actores de toda la provincia. Viene muchísima gente. Hice la audición y quedaron cuatro chicos de 25 de Mayo, uno de Trenque Lauquen y cinco de La Plata.
–¿Cómo fue esa audición?
–Los vi, sin saber de dónde eran, y los elegí. Presté atención a la imagen, que dieran chicos bien chicos, y lo son, tienen entre quince y diecisiete años. Que tuvieran imágenes frágiles, y sobre todo voces. Básicamente los elegí por las voces. Les di un texto bastante complejo para que dijeran.
–El texto de la obra es muy complejo.
–Sí, no es coloquial; son oraciones muy largas. Y hay que comprenderlo, si no no se puede decir.
–¿Cuándo empezaron a trabajar?
–Tuvimos dos meses de ensayo, estrenamos el 21 de setiembre del año pasado en La Plata, después hicimos una pequeña gira que incluyó 25 de Mayo y Trenque Lauquen, que es de donde son los chicos. Nos fue llamativamente bien.
–Es que debe ser fuerte. No es una obra estudiantil. La puesta no es de las que se pueden montar en un colegio.
–No, no, es otra cosa. Eso llamó mucho la atención especialmente en los chicos más jóvenes del interior de la provincia, que están demandando que les lleven más teatro. Si esto empieza a funcionar, puede surgir algo muy bueno.
–Mientras estaban ensayando, ¿qué temas surgieron con los actores sobre un texto en el que dos adolescentes pagan con su vida el haber despertado a su propia sexualidad?
–Cada personaje tiene cosas distintas. Mauricio, que es como el más border, tiene una relación con la muerte muy fuerte. Por eso se mata. De entrada dice: “Si no apruebo los exámenes, me mato”, y se mata. Entonces, era un poco difícil abordar esto con los actores, especialmente con estos actores, que son chicos activos, estudiosos, deportistas, vitales, cultos, que hacen tareas solidarias, que leen muchísimo... Me era muy difícil llevar a ese actor adolescente a ese tema, así que lo sustituí con algunas penas suyas, algunos estados que él no conocía.
–¿Y el personaje femenino? Wendla es una adolescente que cree absolutamente en la palabra de su madre, a tal punto que cuando su madre le dice que sólo se pueden tener hijos cuando una está casada, ella se resiste a creer que está embarazada porque todavía no se casó.
–Con ella fue más fácil. Sol es una chica muy inteligente. Comprendió que el personaje era menor y muy inocente, y recurrió a sus partes infantiles. También a ella la ayudó la puesta, en el sentido de no ver jamás a su madre, el hecho de que la madre siempre le hable como de lejos.
–Pese a ser un texto del siglo diecinueve, el debate sobre si la patria potestad está por sobre el derecho a la información de los adolescentes sigue vigente. Para muchos padres, sus hijos adolescentes no tienen derecho a saber todo lo que quieren saber.
–Eso salió en una función que hicimos sólo para psicólogos. Porque esta obra es muy consultada todavía por especialistas en adolescencia. Ya Freud la discutió y Lacan también. Freud discutió la tendencia masoquista de Wendla y Lacan escribió sobre la leyenda de la Reina sin Cabeza de la que habla Mauricio, y el tema del Desconocido. Y en esa función se empezó a hablar de que tal vez el texto fuese anacrónico, pero una vez que entramos en debate, nos dimos cuenta de que no, que los padres siguen sin saber cuáles son los límites de la información que dan a sus hijos. Nos pasó con los mismos actores, que son superdespiertos, pero cuando empezamos a manejar textos de Freud, de Reich y de otros, algunos terminaron preguntándonos qué era el clítoris...
–Lo que pasa es que uno como padre y también como hijo a veces se pregunta cuál es la información que debe dar o recibir, y cuál es la información que hay que ganarse por uno mismo. Hay cosas de la sexualidad que no parecen ser transmisibles.
–Claro. Ese es otro debate. Pero hay que tirar las puntas. Se puede sugerir, se puede acercar bibliografía, y no sólo en materia de sexualidad. En otro orden, con estos chicos, me ha pasado de acercarles ante una duda textos de Shakespeare, y ellos se sorprendían, porque nadie cree estar nunca a la altura de Shakespeare, y menos cuando tiene dieciséis años.
Fuente: Página 12
Por Sandra Russo
Wendla (Sol Alba) se queja porque su madre no quiere decirle cómo es que su hermana recibe la visita de la cigüeña tan seguido. Wendla sospecha que la cigüeña no existe. Su madre que, como todos los padres y las madres de esta puesta de Despertar de primavera –del alemán Wedekind, que fue estrenada en 1906– le habla a través de una puerta translúcida y jamás tiene contacto físico con ella, se rinde ante la insistencia de la adolescente.
Concede y le confía, entonces, que los bebés vienen al mundo cuando la gente ama con todo el corazón y se casa. Mauricio (Juan Ignacio Bianco) y Melchor (Bruno Martínez) son íntimos amigos. Mauricio se atormenta porque no ha estudiado y debe dar examen. “Si no me aprueban, me mato”, dice. Y le pregunta a Melchor si sabe cómo es el cuerpo de las mujeres. Está intrigado y nadie le habla de eso. Melchor se ofrece a explicarle. Pero Mauricio le pide que no le diga nada, que se lo escriba y se lo deje como al descuido entre sus libros, de modo que cuando él esté por estudiar, el azar quiera reunirlo con esa información que lo desvela.
La culpa de no satisfacer a sus padres y de tener la mente poblada por ideas sucias no le permite hacer preguntas ni escuchar respuestas. La suerte de Wendla, Melchor y Mauricio está echada: sus padres, a través de esas puertas metálicas que los separan de ellos, que a veces se abren, pero nunca del todo –en la escenografía de Claudia Billourou–, y a través de esas luces que vuelven enigmático lo obvio y siniestro lo familiar –en la iluminación de Nicolás Trovato– han instrumentado los tres destinos trágicos.
Mauricio se mata. Melchor, a quien culpan de haber corrompido a su mejor amigo y de haber embarazado a su mejor amiga, va a un instituto correccional. Y Wendla, quien ha tomado al pie de la letra las palabras de su madre y no cree estar embarazada porque “ni amo con todo mi corazón ni me he casado”, muere en un aborto instigado por su madre y mal hecho. Despertar de primavera, producida por La Comedia de la Provincia de Buenos Aires, vino tres días al Teatro Nacional Cervantes.
Sus protagonistas adolescentes no son actores profesionales, sino estudiantes de La Plata, 25 de Mayo y Trenque Lauquen que abordaron un texto complejo y una obra que a simple vista parece vieja, pero renace cada día en las dudas atormentadas de chicos y chicas que despiertan al deseo. El director Horacio Pigozzi tuvo a su cargo esta puesta y el entrenamiento de los actores que surgieron de una audición. Y dice esto:
–La obra la eligió Daniel Suárez Marzal, que es el director de La Comedia de la Provincia de Buenos Aires. Y me convocó para dirigirla. El quería una obra con un elenco numeroso y con actores jóvenes. Quiere reactivar el teatro y el público de teatro. Tiene un proyecto, que se llama Hagamos la Comedia, que lleva a especialistas y pedagogos a los colegios de La Plata con las obras de la Comedia, las presentan, les hacen una sinopsis, les dan los textos y dejan abierta la posibilidad de que los que quieran tengan un espacio para hablar más, hacer un análisis más profundo, o representar una escena que ellos elijan. Yo ya conocía la obra, y cuando me lo propusieron dije que sí.
–¿Qué le interesaba de la obra?
–En principio Wedekind me interesaba porque formó parte de un grupo de pensadores de fin del siglo diecinueve, que generaron la ideología y la estética del siglo veinte, lo que podría llamarse modernismo. Munich y Viena estaban muy en contacto en ese momento. Y lo que me interesaba de esta obra es que Wedekind toma aquí ideas de Freud y con eso hace teatro. Básicamente me interesaba la cuestión del inconsciente. Saber que existe el inconsciente. Si uno sabe que existe eso, sabe que hay que trabajar sobre uno mismo.
–¿En qué partes de la obra le parece que ese saber se manifiesta?
–En la escena final, cuando aparece el Desconocido, Melchor, uno de los protagonistas, dice: “Siempre podré elegir”. También pensé que las crisis adolescentes tienen mucho de hormonales, pero hacen que el inconsciente sube y bajé de potencia.
–Las compuertas están mucho más abiertas que en los adultos.
–Sí. Como estos personajes recién comienzan su adolescencia, tienen catorce, quince años, pensé también que todavía no han cortado sus lazos con su infancia, y por eso aparecen en algunos momentos los juguetes, porque los chicos lanzan su inconsciente a través del juego.
–En la obra, o en la puesta, no sé, los chicos no parecen hijos de sus padres. Son frescos, inocentes, van camino a ser inadaptados, tal vez por eso dos de ellos mueren.
–Bueno, trabajé a propósito eso. Se trata de padres que no están atentos a sus hijos. Los padres no los miran. Por eso en la puesta los padres hablan a través de puertas, no hay contacto físico. Están atrás de algo, una pared, algo. Si no, no hay tragedia. Si hay amor, no hay tragedia. La tragedia sobreviene porque los padres quieren controlar a los chicos, pero los chicos están permanentemente solos. La madre de Wendla es un poco tonta...
–La madre de Melchor tiene un arranque de instinto maternal, defiende a su pichón, pero su sometimiento a su marido lo sofoca.
–Se rinde ante el fascismo del marido.
–¿De dónde son los actores adolescentes?
–La Comedia tiene como costumbre hacer audiciones. A esas audiciones se presentan actores de toda la provincia. Viene muchísima gente. Hice la audición y quedaron cuatro chicos de 25 de Mayo, uno de Trenque Lauquen y cinco de La Plata.
–¿Cómo fue esa audición?
–Los vi, sin saber de dónde eran, y los elegí. Presté atención a la imagen, que dieran chicos bien chicos, y lo son, tienen entre quince y diecisiete años. Que tuvieran imágenes frágiles, y sobre todo voces. Básicamente los elegí por las voces. Les di un texto bastante complejo para que dijeran.
–El texto de la obra es muy complejo.
–Sí, no es coloquial; son oraciones muy largas. Y hay que comprenderlo, si no no se puede decir.
–¿Cuándo empezaron a trabajar?
–Tuvimos dos meses de ensayo, estrenamos el 21 de setiembre del año pasado en La Plata, después hicimos una pequeña gira que incluyó 25 de Mayo y Trenque Lauquen, que es de donde son los chicos. Nos fue llamativamente bien.
–Es que debe ser fuerte. No es una obra estudiantil. La puesta no es de las que se pueden montar en un colegio.
–No, no, es otra cosa. Eso llamó mucho la atención especialmente en los chicos más jóvenes del interior de la provincia, que están demandando que les lleven más teatro. Si esto empieza a funcionar, puede surgir algo muy bueno.
–Mientras estaban ensayando, ¿qué temas surgieron con los actores sobre un texto en el que dos adolescentes pagan con su vida el haber despertado a su propia sexualidad?
–Cada personaje tiene cosas distintas. Mauricio, que es como el más border, tiene una relación con la muerte muy fuerte. Por eso se mata. De entrada dice: “Si no apruebo los exámenes, me mato”, y se mata. Entonces, era un poco difícil abordar esto con los actores, especialmente con estos actores, que son chicos activos, estudiosos, deportistas, vitales, cultos, que hacen tareas solidarias, que leen muchísimo... Me era muy difícil llevar a ese actor adolescente a ese tema, así que lo sustituí con algunas penas suyas, algunos estados que él no conocía.
–¿Y el personaje femenino? Wendla es una adolescente que cree absolutamente en la palabra de su madre, a tal punto que cuando su madre le dice que sólo se pueden tener hijos cuando una está casada, ella se resiste a creer que está embarazada porque todavía no se casó.
–Con ella fue más fácil. Sol es una chica muy inteligente. Comprendió que el personaje era menor y muy inocente, y recurrió a sus partes infantiles. También a ella la ayudó la puesta, en el sentido de no ver jamás a su madre, el hecho de que la madre siempre le hable como de lejos.
–Pese a ser un texto del siglo diecinueve, el debate sobre si la patria potestad está por sobre el derecho a la información de los adolescentes sigue vigente. Para muchos padres, sus hijos adolescentes no tienen derecho a saber todo lo que quieren saber.
–Eso salió en una función que hicimos sólo para psicólogos. Porque esta obra es muy consultada todavía por especialistas en adolescencia. Ya Freud la discutió y Lacan también. Freud discutió la tendencia masoquista de Wendla y Lacan escribió sobre la leyenda de la Reina sin Cabeza de la que habla Mauricio, y el tema del Desconocido. Y en esa función se empezó a hablar de que tal vez el texto fuese anacrónico, pero una vez que entramos en debate, nos dimos cuenta de que no, que los padres siguen sin saber cuáles son los límites de la información que dan a sus hijos. Nos pasó con los mismos actores, que son superdespiertos, pero cuando empezamos a manejar textos de Freud, de Reich y de otros, algunos terminaron preguntándonos qué era el clítoris...
–Lo que pasa es que uno como padre y también como hijo a veces se pregunta cuál es la información que debe dar o recibir, y cuál es la información que hay que ganarse por uno mismo. Hay cosas de la sexualidad que no parecen ser transmisibles.
–Claro. Ese es otro debate. Pero hay que tirar las puntas. Se puede sugerir, se puede acercar bibliografía, y no sólo en materia de sexualidad. En otro orden, con estos chicos, me ha pasado de acercarles ante una duda textos de Shakespeare, y ellos se sorprendían, porque nadie cree estar nunca a la altura de Shakespeare, y menos cuando tiene dieciséis años.
Fuente: Página 12
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