domingo, 20 de mayo de 2001

LIBROS El teatro en clave enciclopédica

LILIANA MORENO. De la Redacción de Clarín.
El teatro actual (1976-98)

Es sólo la punta del iceberg de una investigación monumental que está realizando el Grupo de Estudios de Teatro Argentino e Iberoamericano (GETEA), sobre la Historia del Teatro Argentino en Buenos Aires (en Galerna). Es el primero de siete tomos que arrancarán en los albores (1700-1884) y culminarán en un diccionario de directores teatrales. Osvaldo Pellettieri, director del GETEA —además de investigador y director teatral—, habló con Zona sobre momentos clave de las "tablas" porteñas.

—¿Existe una tradición teatral de Buenos Aires?

—Quien diga lo contrario se equivoca. Hay textos, formas actorales y de puesta en escena que se concretan muy tempranamente. Hay un modelo de tradición del teatro popular, del sainete, de la comedia de costumbres, del grotesco criollo, y hay una tradición de teatro culto, de cómo poner en escena, por ejemplo, obras europeas o estadounidenses. Y también hay una tradición de entender al teatro como testimonio. Desde 1810 hasta ahora fue una especie de parlamento nacional donde se debatían y debaten los temas del país. De alguna manera el público y la crítica le dieron esa función. Quizá el teatro evolucione más lentamente que otras artes, pero siempre estuvo mucho más ligado al contexto social que ninguna otra.

—Sin embargo, no fue particularmente utilizado como instrumento del Estado para favorecer a gobiernos de turno.

—Los gobiernos siempre han intentado —mal o bien— tener una política teatral. En 1817, por ejemplo, existía la "Sociedad del Buen Gusto del Teatro", interesada en que las obras acompañaran los ideales de Mayo. Bernardino Rivadavia se inclinaba por el teatro de Juan Cruz Varela para universalizar la pampa. Y Alberdi y Sarmiento han escrito sobre la necesidad de que tuviera una función didáctica. Sin embargo, el teatro nunca fue la gran víctima de los gobiernos. Por ejemplo, el peronismo del 46 al 55 tenía una ideología teatral, que ellos decían que era popular, que coexistía con el teatro independiente, —molestado aunque no acosado desde el oficialismo—, fuertemente crítico del gobierno, no por su reformismo sino por su tendencia al autoritarismo. La última dictadura atacó con mano muy dura todas las formas artísticas, pero la censura al teatro fue indirecta, de meter miedo. Al frente del Teatro San Martín estaba Kive Staiff que daba un repertorio, no digo de izquierda, pero sí moderno, e incluso allí actuaban actores que estaban prohibidos en otros teatros oficiales. Creo que estas políticas incoherentes se deben a que el teatro, a pesar de que tiene una penetración muy grande, siempre fue una cuestión de minorías

—¿A qué estado de situación asistimos hoy?

—Asistimos a una polémica oculta entre los teatristas realistas —los artistas modernos por antonomasia, que creen en el testimonio y el compromiso y su principal exponente es el dramatugo Roberto Cossa— y las nuevas textualidades, emergentes de los 80 y los 90, que buscan otro tipo de salida para el teatro argentino: proponen un universo estético poseído por el simulacro y la deconstrucción del lenguaje y la razón y su máximo representante es el director Ricardo Bartís. Estos cambios lógicos en el sistema teatral —que producen indecisiones e incoherencias— son la causa principal de la actual merma de público, más que la situación económica.

—¿Cuál de estas corrientes nos representa afuera, hoy que el teatro es un importante producto cultural de exportación?

—Según los festivales, tienen muy buena repercusión tanto el que llamo teatro emergente como el realista. Porque, en suma, estamos asistiendo al reconocimiento de las cualidades del teatro argentino.


Fuente: Clarín

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