El fenómeno de las obras que pasan de una sala oficial a una privada tiene su caso testigo en el "teatro independiente", especie precursora de lo que hoy se denomina off.
En 1949 el autor Carlos Gorostiza estrenó su obra El puente, en la sala del mítico teatro La Máscara. El calificativo de "mítico" es necesario, en este caso, porque entre todos los "teatros independientes" que funcionaban en esa época, La Máscara fue una sólida usina generadora de grandes intérpretes, autores y directores.
En esa ocasión, la repercusión obtenida por El puente (el apoyo de la crítica y del público) propició su representación, simultánea, en ese pequeño teatro y en una sala comercial. Pero la historia le depararía nuevos "éxitos" a la obra y a su autor.
En 1998, bajo la dirección de Daniel Marcove, El puente se reestrenó en el teatro Cervantes (sala que integra el staff de teatros oficiales), en conmemoración a los cincuenta años de su debut. A un costado la oportunidad del festejo, el conflicto de clases que el texto situaba en los años 40 emergía, medio siglo después, como una lectura anticipatoria de los abismos sociales que atraviesan a la sociedad globalizada. Carlos Gorostiza tenía veintinueve años cuando sorprendió a sus compañeros de La Máscara con esta pieza en la que supo recoger situaciones y lenguajes de un barrio porteño.
Parafraseando a Jorge Luis Borges, se podría conjeturar que el teatro no comercial (de prosa, oficial o independiente, sobre Corrientes o en el off) es aquel cuyas obras resisten el paso del tiempo. Textos y representaciones que proporcionan al espectador alguna forma de confort emocional o estético. O las dos cosas al mismo tiempo.
Fuente: Clarín
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