Bailarina, coreógrafa, actriz y directora. En los próximos días conducirá los unipersonales que van a protagonizar Luisa Kuliok y Miguel Angel Rodríguez.
Por: Camilo Sánchez
Me acuerdo del momento en que Dore Hoyer armó un grupo de solistas en el Argentino de La Plata. Una prueba de seis meses y donde pasaron unos 150 bailarines. ¿Quiénes quedaron? Entre otros, Iris Scaccheri, Oscar Araiz, Susana Ibañez y Lía Jelín. Algo increíble en mi vida.
La diferencia entre la danza clásica y la danza moderna es fundamentalmente la manera de entender el espacio escénico. En la danza clásica, que es estática, el eje está dentro del cuerpo; en la moderna, que es dinámica, el eje está fuera del cuerpo. Y en este caso, el espacio es infinito. Lo que sabía como bailarina y coreógrafa lo incorporé en el teatro en el sentido de aportar a la gran búsqueda estética de la escena: que esté vivo lo que allí sucede.
El cavernícola, con Miguel Angel Rodríguez, y El alma inmoral, con Luisa Kuliok, son como dos extremos. Y eso me pasa porque a mí me gusta Nietzsche, pero también las plumas, la lentejuela, el culo al aire. Lo profundo y el show, las dos cosas me interesan.
La idea de El alma inmoral, del rabino brasileño Nilton Bonder, plantea que lo verdaderamente transgresora es el alma, no el cuerpo como se ha dicho siempre. El cuerpo es moral: sigue sus reglas, cambia con el tiempo, varías sus necesidades, pero el alma es la que busca nuevas formas de compromiso. Con Luisa decidimos trabajar sobre la duda. La duda en cada una de las cosas que decimos: no hay que evangelizar a nadie. La duda además como motor de las preguntas: preguntas a un dios que ha desaparecido.
El cavernícola tiene algo muy original. Parte de la prehistoria, de cuando el hombre era cazador y la mujer recolectora, y dice que de ahí surge todo. Miguel está haciendo una gran labor, desde su humor y su ternura. Trabajamos sobre ideas centrales: es que el lugar de la traición y la tradición, en nuestra cultura, es el matrimonio, y las dos palabras se parecen. Creo que es muy difícil encontrar el camino entre lo bueno y lo correcto. Con mi esposo, Jorge Schusseim, elegimos que nos salve el humor.
He trabajado con Tato Bores, con Luis Sandrini. Me parece que todos nosotros somos descendientes directos de Discépolo y Nini Marshall, somos hijos y nietos de una manera de actuar. Eso que tenía Iris Marga para copiar de manera perfecta el tono de las películas de la década del '40. Tanto Gasalla, como Miguel Angel Rodríguez, como Los Macocos, todos tenemos esa fibra. Deberíamos tener un espacio teatral exclusivamente para hacer grotesco: ése es nuestro Siglo de Oro.
Como directora me interesa la idea de cómo trasladar el texto al cuerpo del actor y del cuerpo del actor al espacio. En Monólogos de la Vagina trabajaron 42 actrices y ningún monólogo se parecía a otro. Escucho el impulso del actor. Me acuerdo que Paola Krum tenía que interpretar una chica violada. "¿La puedo hacer provinciana?", me pregunta. "Sí. La Rioja, cincuenta grados de calor", le digo. Esas propuestas enriquecen un texto.
Siempre hay maneras de justificar una acción para quien conduce una puesta, pero la principal virtud, en la dirección teatral, me parece, es poder decir no sé.
Es cierto: me gusta darle un bombón envenenado al espectador. El humor, envuelto en papel dorado, y lo dramático, rodeado de encantamiento. Aburrir es el peor pecado del teatro. La gente quiere reír o llorar, quiere volverse con algo a la casa. Porque el teatro es un fenómeno vivo, es a tracción a sangre. La televisión en cambio es otra cosa, como dar un beso a través de un vidrio.
Me gustaría hacer Escuela de Bufones del belga Ghelderode: Felipe II sabe que el bufón estaba enamorado de la reina pero igual le pide, cuando ella muere, durante el velatorio, que lo divierta esa noche.
No sé si extraño a la actriz, ahora me gusta mucho conceptualizar. Hice un trabajo tan extenso desde aquella bailarina que no decía una sola palabra a esta mujer que tienen que amordazarla para que deje de hablar.
Fuente: Clarín
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