lunes, 28 de marzo de 2005

Después del incendio, La Nonna levanta el telón

Hoy a las 21.00 hs en 3 y 47

Para el teatro La Nonna ya pasó lo peor. El incendio es parte de un doloroso pasado. Ahora es tiempo de cosechar y de comenzar a transitar nuevamente el camino de los éxitos.

Porque esta noche a las 21, en la intersección de 3 y 47 (en la puerta del teatro) se realizará una función extraordinaria de No seré feliz pero tengo marido, el unipersonal de Linda Peretz, organizado por la Asociación Amigos de La Nonna.

“Ella fue la primera persona que se comunicó conmigo el día del incendio, ya que la noticia le impactó mucho porque había inaugurado la sala del segundo piso. Desde ese día se puso a nuestra disposición”, manifestó un emocionado Leo Ringer, el director de La Nonna, que adelantó: “Gracias al apoyo de la Provincia de Bs. As. pudimos terminar la sala de la planta baja, en la que desde abril vamos a iniciar la temporada 2005”.

El trabajo de Peretz se ofrecerá al aire libre, en un escenario prestado gentilmente por Carlos Mancinelli. Las entradas (o bonos contribución) tendrán valores de $ 10, $ 20, $ 50 y $ 100, según la disponibilidad económica de la familia. Para eso habrá boleterías en las cuatro esquinas del teatro, por donde después de las 19 no se podrá circular en automóvil.

Los espectadores deberán llevar sillas o almohadones. Igualmente, habrá 250 butacas. “Quiero agradecer la desinteresada colaboración de la comunidad teatrística, de la Municipalidad de La
Plata y de los padres de los alumnos de la escuela de teatro, que harán de acomodadores”, concluyó Ringer.

Fuente: Diario Hoy viernes 18 de marzo de 2005

viernes, 25 de marzo de 2005

New York, Los simuladores

Por IRENE BIANCHI

"New York", de Daniel Dalmaroni, por el grupo La Gotera. Elenco: Marcelo Arena, Marcelo Demarchi, Virginia Naón y Laura Palmieri. Escenografía, vestuario e iluminación: Claudio Suárez. Dirección general: Diego Aroza. Centro Cultural "Viejo Almacén El Obrero", domingos 20.30 hs.

Mario (Demarchi) está de visita en casa de su hermano Ernesto (Arena). Ambos charlan mientras se refrescan en la pelopincho del patio de atrás. Mario, un geólogo devenido jardinero urbano, siente la necesidad de confesarle algo a su hermano. La culpa y el remordimiento lo carcomen. Tiene un secreto atragantado que no lo deja respirar. Tiene que ver con Dolores (Palmieri), hija de Ernesto y Marta (Naón).

Ernesto no quiere escucharlo. Es más, hará todo lo posible por desviar la conversación y hablar de bueyes perdidos. El y su mujer son expertos en hacerse los desentendidos, en mirar para otro lado. Se embarcan en larguísimas discusiones intrascendentes e inconducentes, triviales y banales. Se reiteran, se contradicen, enmascaran sus sentimientos, se mienten a sí mismos todo el tiempo, casi como un mecanismo de supervivencia. Locuaces, verborrágicos, impúdicos, hablan de todo menos de lo verdaderamente importante. Si lo hicieran, tal vez descubrirían que sus vidas no tienen el menor sentido. Su discurso está plagado de "lapsus linguae": dicen "tumor" por "rumor", "invisible" por "inverosímil". Los traiciona el subconsciente.

La joven Dolores, en cambio, se resiste a seguir siendo cómplice de este juego perverso. Se rebela contra tanta hipocresía. No quiere copiar este modelo, basado en mentiras y secretos bien guardados. Los enfrenta y los desafía. Pero nada los hará tambalear. Están inmunizados. Son impunes e inimputables.

Cabe esperar que Dolores "zafe" de tanta falsedad, aunque bien puede ocurrir que -tarde o temprano - los mandatos paternos terminen prevaleciendo. También Mario y Ernesto son hijos de la mentira, y no hacen sino repetir y perpetuar viejas tradiciones familiares.

Esta lograda comedia negra de Daniel Dalmaroni genera sentimientos encontrados. Por momentos, uno no puede evitar reirse de estos sordos por opción, patéticas criaturas con ínfulas, que leen el New York Times y tienen un sacabichos más grande que la piletita de lona donde chapotean. Pero también despiertan asco y espanto, repugnancia y horror.

La marcación actoral de Diego Aroza hace que los personajes estén muy bien delineados. Demarchi compone un Mario pusilánime, un ser que casi se redime, pero no le da el cuero. La "Marta" de Virginia Naón es una experta simuladora. Trata por todos los medios de cuidar las apariencias, aturde y se aturde con su voz chillona, habla de "sacar todo afuera", pero vive engañándose y engañando. El "Ernesto" de Arena es un tipo repulsivo, auto-suficiente, grotesco, un sordo profesional. La "Dolores" de Laura Palmieri es un buen contrapunto. Su deliberada inexpresividad y su frontalidad contrastan con la aparatosidad y frivolidad de sus padres, y la cobardía de su tío.

El vestuario y escenografía de Claudio Suárez proporcionan el marco realista en el que estos personajes se mueven como patos en el agua.

"New York": radiografía de la hipocresía "made in Argentina", en clave de humor negro.

Fuente: El Día

miércoles, 23 de marzo de 2005

“Es el modelo de familia subvertida”

JOSE MARIA MUSCARI HABLA DE SU VERSION DE “ELECTRA”, DE SOFOCLES
La puesta del Lorange respeta la historia original, pero la envasa en una especie de “happening sofocleano” que incluye un coro de anotaciones irónicas.

Por Cecilia Hopkins

Sombreros de cowboy y botas tejanas, tutús de gasa y rastras de gaucho, son algunos de los detalles que, en indescifrable mezcla, lucen los personajes de Electroshock, la versión que el director José María Muscari realizó de la Electra, de Sófocles, actualmente en cartel en el Teatro Lorange. La obra forma parte de la primera tanda de estrenos del Festival de Teatro Griego organizado por la Fundación Konex, evento que en principio iba a tener lugar en la Ciudad Cultural Konex del Abasto, espacio que aún sigue sin conseguir la habilitación pertinente. A pesar de que el espectáculo incluye gimnastas y coreografías sobre música tecno, la versión desarrolla puntualmente la historia original.

A cargo de Carolina Fal, el personaje de Electra enfrenta a su madre Clitemnestra (Stella Galazzi) acusándola de asesinar a su padre Agamenón, rey de Micenas, en tanto propicia la venganza pidiendo a su hermano Orestes (Luciano Suardi) que haga justicia. A todo esto, Egisto (el nuevo rey, hermano del muerto, interpretado por Horacio Acosta) ocupa su tiempo en desenfrenadas bacanales. Un coro de seis actores comenta los acontecimientos en sorna y combina sus acotaciones con otras intervenciones de corte técnico, como si estuviese encargado de vigilar que la representación esté bajo control. Así, el espectador tiene la sensación de estar presenciando un alocado ensayo general. “Quise ser fiel a mí mismo y me pregunté cómo hacer una tragedia”, cuenta Muscari. “Me salió esta asociación libre, este happening sofocleano que, por otra parte, no deja de contar la tragedia tal cual fue escrita”, resume.

Al director le pareció poco menos que un despropósito la idea de realizar a lo largo de todo un año un ciclo de tragedias griegas: “¿A quién le va a interesar verlas?”, confiesa que se preguntó no bien recibió la invitación para participar del proyecto, aunque le había divertido la idea de proponer una versión de Medea, de Eurípides, con Moria Casán en el rol protagónico. Cuando los directivos de Konex le pidieron que se encargara de la tragedia de Sófocles, Muscari se aburrió en la primera lectura. Fue recién después de ver algunas de las versiones cinematográficas sobre el mismo tema que encontró las claves de su representación, especialmente desde lo visual. Junto con la estructuración de la dramaturgia general fueron apareciendo las “fantasías insolentes”, como define el director. “No suelo censurarme mucho, además sabía que tenía toda la libertad para trabajar, así que enseguida imaginé que Egisto violaba a su hija desde que era chica y que había un amor cercano a lo sexual en la relación entre los hermanos”, dice refiriéndose a Electra y Orestes, incluyendo también a Crisotemis (Julieta Vallina), hermanastra de éstos.

Los comentarios del coro mantienen un cierto nivel de frivolidad que Muscari buscó a sabiendas, con la idea de hacer trizas el tono original: “Me seduce mostrar diferentes niveles de realidad: busqué actores viscerales para que llevaran adelante la tragedia sin sumarse al humor de las interrupciones del coro. Porque me gusta que, cuando el espectador entra en un estado de emoción, alguien aparezca en escena para hacerle ver que lo que está viendo es una ficción”, señala.

–¿Por qué esta necesidad de romper con los discursos “serios” de su propia dramaturgia?

–Mi objetivo fue romper ese material y, a la vez, que personajes como Electra no se sumaran a esa propuesta. Esta necesidad de experimentar con la noción de zapping, de edición, tiene que ver con mi idea de lo contemporáneo. Hoy nuestra atención está puesta simultáneamente en varias partes. Y no sólo le pasa a los de mi generación. A la gente mayor le ocurre lo mismo, aunque tal vez tenga menos facilidad deasimilarlo. Pero esta modalidad de cortes ya forma parte de la vida cotidiana.

–El motor de la venganza de la protagonista no tiene mucho que ver con el complejo de Electra, mencionado en la introducción...

–Lo que más me impactó es que esta mujer no puede tener paz hasta que no vengue la muerte del ser querido que le mataron sin que medie razón alguna. Esto lo vemos todos los días en los noticieros: todo el tiempo salen personas que lloran en cámara pidiendo justicia por una muerte sin razón, como en el caso Cromañón. Para esta Electra, pudo haber sido el padre, el novio o cualquier otro ser querido. Porque yo creo que este personaje tiene sed de venganza de aquello que la justicia no encarrila.

–Habría que aclarar que esta necesidad de obtener justicia aparece enmarcada en un clima de frivolidad y locura muy especial...

–Sí, la familia de Electra está muy ligada a la apariencia y a la fiesta dionisíaca, porque lleva el cuerpo y el sexo muy expuesto. Y un vestuario que parece sacado de un universo trucho, menemista. Me hace acordar al modelo subvertido de la familia argentina que aparece en los medios, como se ve en Los Roldán o en los reality shows de Moria Casán.

Fuente: Página 12

viernes, 18 de marzo de 2005

Potente investigación actoral

Alejandro Lifschitz, en un pasaje de la obra

"Llanto de perro. Una vulgaridad contemporánea." Dramaturgia: Andrés Binetti. Intérpretes: Marianela Iglesia. Gabriela Jost. Alejandro Lifschitz, Paula López. Iluminación: Andrés Binetti. Escenografía y vestuario: Teatro de los Calderos. Asistente de dirección: Mathias Carnaghi. Dirección: Andrés Binetti y Paula Gómez. En el Teatro del Pueblo.

En un perdido paraje del noroeste argentino, tres hermanos pasan sus días sin mayores sorpresas. Son hijos de distintos padres y extrañamente sus nombres son los apellidos de sus progenitores. Dos mujeres y un hombre pasan sus días conectados con los avatares del tiempo, con los animales que pueden cazar y comer y con unas historias personales que lo único que expresan es el salvajismo de sus conductas.

Pero un día llega una visitadora social y los descubre, perdidos en el monte. Ella intenta registrar algo de sus hábitos, pero son tantas las carencias y tan pocas las certezas de sus historias, que esa mujer termina agredida por el mundo de esos individuos salvajes.

El espectáculo se detiene en los personajes y cada uno de los intérpretes recrea, a quien le ha tocado en suerte, con rasgos muy intensos. Sus observaciones sobre esas personas son extremadamente potentes y logran trasladarlas a sus cuerpos con actitudes, gestos y formas de hablar muy elocuentes.

La dramaturgia de Andrés Binetti y la dirección que comparte con Paula López, en este caso, está muy ligada a la actuación y es muy rica en su concepción y desarrollo de personajes y aun en como ellos se ubican frente al espacio escénico (una pequeña habitación), pero no encuentra el mismo crecimiento en la relación de los hermanos con la forastera que llega a censarlos. Y si bien el espectador se queda con una fuerte carga de angustia por lo que acontece entre ellos -desde lo metafórico, casi un acto de canibalismo-, el desenlace no alcanza el mismo vuelo que se iba manifestando en la progresiva acción.

Aun así, "Llanto de perro" es una investigación profunda sobre lo actoral que devela un mundo rico para observar y reinterpretar, el de una argentina que rara vez se muestra en los escenarios de Buenos Aires.

El grupo Los Calderos (en la temporada anterior presentó "Leve contraste por saturación") vuelve a apostar a historias pequeñas, a personajes muy intensos y a una teatralidad que va manifestándose a un ritmo sumamente potente.

Carlos Pacheco

Fuente: La Nación