Destinado a difundir la Actividad Cultural de la Ciudad de La Plata y promover el Intercambio Cultural
jueves, 30 de noviembre de 2006
Si somos una familia muy normal
Susana Villalba ESPECIAL PARA CLARIN
Hay de todo, como sucede en la época: ocultamientos varios, padrastros, cuñados amantes, secretos deschavados, paternidad y maternidad ausentes, cruces incestuosos, una deriva por donde despunta algún afecto. En el teatro de estos tiempos, hay algo de cuestionamiento y a la vez de nostalgia respecto de la familia tradicional. Ya desde los '90 la familia es un tema recurrente en teatro: La escala humana (Spregelburd, Daulte y Tantanian), Cachetazo de campo (Federico León), Mujeres soñaron caballos (Daniel Veronese), La escuálida familia (Lola Arias), Zooedipus (El periférico de objetos), Lengua madre (Mariana Oberztern), Trío para madre, hija y piano de cola (Ignacio Apolo), por nombrar sólo algunas. Además de los Biodramas, como Nunca estuviste tan adorable; variantes como La chira (Ana Alvarado) y actualmente El montañés (Guillermo Arengo), cuyas familias son preguntas por los desaparecidos y exiliados; o Los hijos de los hijos (Inés Saavedra) sobre nuestras raíces inmigratorias.
La patria es la familia
Ricardo Bartís irradió la idea de "la anécdota como excusa para generar teatralidad, fuerzas en acción más que personajes". No atarse a un texto es para él como no someterse al discurso establecido sobre la realidad. Aun así, sus obras siempre dejan pensando. En De mal en peor, una familia patricia se endeuda para no perder sus privilegios, entrega una hija y roba la indemnización a una de las maestras traídas por Sarmiento. Adictos, jugadores, golpeadores e incestuosos, los personajes mantienen las tradiciones patrias y las apariencias. Así como antes recreó a Shakespeare, Discépolo y Roberto Arlt, ahora Bartís partió de Florencio Sánchez, "el Strindberg rioplatense", de sus núcleos y procedimientos más que de la letra. "Como él, llevamos los conflictos de clases al seno de una familia y los hacemos estallar en su patetismo", dice. Aunque también aclara que "siendo once actores en un ámbito cerrado, nos convenía una estructura familiar para dar rápidamente anclaje a la improvisación".
Flia es producto de un año de improvisaciones del grupo La Fronda. Su directora, Ana Sánchez, detalla que "no se trataba de representar vínculos y roles sino de tomarlos como punto de partida y llevarlos al límite en que se revelan múltiples, confusos y movibles. Probábamos hasta dónde aguanta un vínculo sin virar a otra forma de relación. Y cada actor pasaba por todos los roles. Lo familiar se fue imponiendo porque es lo más primario y porque acota y da un marco a lo acumulado en ensayos. Además, cuando ya había que definir personajes, se perfilaban mejor dentro de una estructura". El título —Flia— es también por el achicamiento, "ya no hay esos familiones que eran red de contención, en este caso ni siquiera hay madre. A pesar de haber tres mujeres en el grupo, ninguna eligió encarnar una madre —cuenta Sánchez—. Es un signo, es difícil cubrir ese rol porque también se ocupan otros; incluso las abuelas ya no pueden suplirlo".
La hora del replanteo
Para Claudio Tolcachir, director de La omisión de la familia Coleman, "siempre conformamos redes de tipo familiar. Por un lado es necesario pero a la vez nos estereotipa: replantearse los vínculos es replantearse la vida, elegir". La omisión se generó a partir de improvisaciones, con la familia como consigna pero "con el foco puesto en cómo se relaciona cada uno. Empezar a improvisar se parece a la familia en que no se sabe para qué esa gente está ahí junta —dice Tolcachir—. Pedí a los actores que no forzaran conflictos ni situaciones interesantes, en la obra lo único que sucede son esas relaciones. Y es uno de los problemas, que no pasa nada, esta familia no tiene proyecto. También desarrollamos contradicciones, ningún rol es lineal. El hermano más marginal es a la vez el protector, el más loco dice la verdad, la más legal es adúltera". También los actores de Flia definieron los personajes por sus contradicciones, "nadie es un rol solo ni de una sola manera", dicen en grupo.
Santiago Gobernori es dramaturgo además de actor y director y anteriormente montó textos propios; sin embargo tuvo necesidad ahora de partir de improvisaciones, de lo que surgió otra familia disfuncional: Reproches constantes. Un viaje de regreso a la infancia para encontrarse en un país en el que, de adulto, se es extranjero. Pero Gobernori encuentra diferencias con la generación que lo antecede: "las obras de Spregelburd o de Daulte tienen estructuras e hilaciones complejas, una obra mía se va completando y corrigiendo en la siguiente, además intento lograr lo máximo desde una puesta despojada y una situación mínima". En sus obras se repite una pregunta por la paternidad responsable y por el paso del tiempo que se expresa en los cambios de una familia. Gobernori recurre a Chejov para decir que "hay que escribir sobre lo que uno sabe"; y confirma que parte de la búsqueda es sobre el lenguaje teatral, en su caso poner en cuestión los axiomas de la dramaturgia ortodoxa. "Los procedimientos me interesan más que los resultados", dice. En cuanto a no encarar "los grandes temas sociales", la familia es la mínima expresión de la sociedad, la parte por el todo, "Chejov armaba el mundo desde lo que parecía nimio", dice, pero agrega que su generación viene de padres militantes y es reactiva a lo que vivió como padecimiento o imposición. Sánchez coincide en que lo social se deduce, los personajes están impregnados de un entorno, que en Flia tratan de salvar con emprendimientos absurdos y herencias magras. En La omisión...
La parte por el todo
La pregunta por la familia es también por la historia y el futuro. Una tragedia argentina se montó en base a un texto escrito por Daniel Dalmaroni. Es una obra dura, un enchastre de sangre logrado con mecanismos de prestidigitación. "Clavamos un cuchillo y luego pedimos perdón, no nos hacemos cargo de consecuencias irreversibles, individualmente y como sociedad. Me interesa el humor negro y la sátira roja, el gran gignol de esta mezcla de razas pasionales, con pasados aventureros, de rapiñas o exilios —agrega Casavalle—. Es bastante sintomática la pregunta que se hace el público al salir de la sala: ¿cómo van a limpiar tanta sangre?"
En La medida de la normalidad la falta de códigos se suple con Las bases de Alberdi, que una familia repite sin comprender. Graciela Camino dirigió al grupo Denei en improvisaciones que se basaban en vínculos más que en situaciones. Se inspiraron en textos literarios fundacionales que "con una mirada nacional-sanitaria diseñaron una política familiar higiénica como la del Estado". La familia surgió una vez más "porque es el primer lugar de identificación y porque hay edades y vínculos distintos en un ámbito cerrado", dice Camino, y agrega que "la familia es como un patria, un lugar tanto de asilo como de conflicto, con mitos y sobreentendidos que hay que discutir". Coincide con Casavalle en la diferencia entre el país que somos y el que decimos ser y en la violencia para encajar en ese imaginario. En la obra, la mujer es india y sierva o una madre que deja de serlo cuando la gana su erotismo, mientras los varones sacrifican al que no da la talla de la normalidad. por ejemplo se percibe que los Coleman derivan en un naufragio general y circundante. hace evidente la pertenencia a una clase, es una parodia que podríamos llamar Schoklender o García Belsunce, la violencia política y económica, secretos y perversiones familiares que reproducen conductas del poder. "Más que una metáfora —prefiere su director, Alejandro Casavalle— la familia actual es un signo. Siempre armamos clanes, si uno va a Florianópolis, vamos todos; y expulsamos al diferente. Pero no tenemos códigos o los rompemos constantemente".
Fuente: Clarín
Cuando el escenario se vuelve cabaret
La puesta fue realizada junto al grupo La Cochera, que dirige Paco Giménez.
Por Cecilia Hopkins
A partir de su exitosa Shangay, de su participación en la anteúltima Fiesta Nacional del Teatro, el trabajo de José María Muscari se está haciendo conocer en las provincias. Allí, cada vez con mayor frecuencia, actores y directores lo solicitan como docente en talleres de actuación, aunque sea por unas pocas jornadas. El año pasado, en cambio, de Córdoba capital recibió la propuesta de producir un montaje a lo largo de todo 2006. Los intérpretes serían quince actores de La Cochera, el grupo que desde hace dos décadas dirige el inefable Paco Giménez. Como la idea consistió desde el vamos en montar un espectáculo de cabaret –un género que el actor y director cordobés conoce al detalle–, Muscari no debió partir de cero, ya que su anfitrión había comenzado a producir material por las suyas para que contase con una base previa. Kagaret –pulsión por exhibirse–, la obra resultante de esa experiencia de cruce, se presentará en El Portón de Sánchez (Sánchez de Bustamante 1034), en doble función este sábado y el domingo 3, a las 21 y 23, el primer día, y a las 19 y 21, el siguiente.
–¿Desde qué ideas concretas se inició el trabajo actoral?
–Paco Giménez convocó a actores de su grupo y les dio pautas concretas de trabajo relacionadas con la idea de entretener, de ser divertidos o de presentar alguna particularidad escénica determinada. Me mostraron casi seis horas de material. Sin embargo, a mí lo que menos me interesó fue la zona del humor o el virtuosismo. El trabajo, en cambio, me despertó un universo muy concreto sobre el patetismo que implica la exposición del actor cuando tiene la necesidad de entretener. Entonces, con el grupo fuimos generando ficciones muy contundentes, pero sin componer personajes. Todos jugaron a exponer las propias debilidades, sus zonas oscuras, perversas, relacionadas con lo sexual.
–¿Por qué se pensó en un cabaret?
–Porque siempre me pareció una zona hostil, donde los cuerpos son expuestos para calentar y entretener. Esa relación que se entabla con un público que mira como un voyeur siempre me resultó muy decadente. Entonces jugué con ese vínculo entre el que muestra y el que mira, profundizando en la pulsión por el exhibirse y en todo tipo de fetichismos escénicos. Así, los actores se convirtieron en iconos del sexo patético. Por otro lado, de entrada, lo musical atravesó los trabajos de los actores. La música siempre forma parte neurálgica de mis puestas.
–¿Cuál es el tratamiento del erotismo que propone el espectáculo?
–Divertido, en primer lugar. Siempre que uno tiene la posibilidad, la decisión y la inteligencia de reírse o de tener una mirada un poco distorsionada de la simple representación de la realidad, el humor aparece casi sin proponérselo. Por otro lado hay una intención deliberada de búsqueda entre sexual, erótica, patética y desfachatada del cuerpo y la desnudez de los actores. Durante una hora se mantiene en vilo al espectador, fluctuando entre la decisión de mostrarle todo y no mostrarle nada, sin recurrir a un relato escénico “convencional”. Lo que buscamos fue generar un instante fugaz, mágico, particular y erótico de encuentro con el espectador.
–¿Qué rasgos estéticos o temáticos acercan su trabajo al de Paco Giménez?
–En primer lugar, tengo por él una admiración que comenzó de adolescente, por haber visto al grupo La Noche en Vela (grupo que dirigió Giménez en Buenos Aires, viajando periódicamente desde Córdoba). Desde entonces descubrí una concepción desacartonada del teatro.
–¿Cómo se puede definir esa idea?
–El hecho escénico puede ser un momento único y festivo a la vez. Y el trabajo actoral puede basarse en la arbitrariedad y en lo metafórico. Se puede indagar en un tema, pero sin la necesidad de relatar una historia. Estéticamente, el trabajo de Paco y de La Cochera siempre tuvo que ver con el desmadre, con lo explosivo, lo expansivo y lo poco “clasificable”. Creo que Kagaret revisita esos lugares y tópicos escénicos, pero con una violencia mayor que la que suele manejar el grupo. No en vano fue la violencia escénica que recorre mis propuestas una de las razones por las que Paco decidió convocarme para generar esta cruza.
Publicidad Coca Cola filmada en el Estadio Unico de La Plata
miércoles, 29 de noviembre de 2006
TEATRO : COMIENZA HOY Un paneo del teatro porteño
Se elegirán tres obras para la próxima Fiesta Nacional de Teatro que se desarrollará el año próximo.
Juan José Santillán ESPECIAL PARA CLARIN
De esta fiesta —que se extenderá por distintas salas de la capital hasta el 3/12— se elegirán tres obras para representar a la capital en la próxima Fiesta Nacional de Teatro. Además, los mismos trabajos seleccionados integraran la grilla del VI Festival Internacional de Buenos Aires, que comenzará en setiembre del año que viene. La selección estará a cargo de Nelson Castro Alvarado, Beatriz Labatte, Jorge Ricci, Kado Kostzer y Víctor Bruno.
La fiesta es una oportunidad para revisitar el panorama de la actividad teatral porteña de este año. La grilla contempla tres obras por cada día; es decir, quince espectáculos que darán cuenta de las variadas búsquedas de los directores porteños.
Hoy, a las 21 en ElKafka (Lambaré 866), será el turno de 4.48 Psicosis, una obra de Sarah Kane protagonizada por Leonor Manso y dirigida por Luciano Cáceres. Luego, a las 23 en Espacio Callejón (Humahuaca 3759), se verá Kuala Lumpur, de Gustavo Tarrío y el Grupo Sanguíneo.
Mañana, a las 19 en Patio de Actores (Lerma 568), Mariano Moro presentará su unipersonal Quién lo probó lo sabe, basado en textos de Lope de Vega. Mientras que a las 21 en el Estudio La Maravillosa (Medrano 1360) Inés Saavedra y Damián Dreizik están al frente de Los hijos de los hijos. A las 23, en Elkafka, Cristian Drut otra obra de Sarah Kane: Crave.
El viernes se abrirá la jornada a las 19 en el Camarín de las Musas (Mario Bravo 960) con Opera Anoréxica de Andrés Binetti. Luego, a las 21 en el Teatro del Abasto (Humahuaca 3549), habrá función de Un amor Chajarí, de Alfredo Ramos. Mientras que Beatriz Catani y Mariano Pensotti presentarán, a las 22.30 en el Camarín de las Musas, Los muertos.
El sábado, a las 19 en el Teatro Payró (San Martín 966), habrá función de Un mismo árbol verde, dirigida por Manuel Iedvabni. A las 21, en el teatro La Carbonera (Balcarce 998), se verá Todos hablan con dirección de Gabriela Izcovich. Mientras que a las 23, en el C. C. de la Cooperación (Corrientes 1543), Enrique Dacal cerrará la jornada con Procedimientos para inhibir la voluntad de los individuos.
El domingo, a las 18.30 en el C.C. San Martín (Sarmiento 1551) Teresa Duggan realizará Cuatro poemas. A las 20 en Corrientes Azul (Corrientes 5965), Hugo Alvarez dirige una versión de El jardín de los cerezos, de Antón Chéjov. La despedida será con Del otro lado del mar, de Omar Pacheco, a las 23 en La Otra Orilla (Urquiza 124).
martes, 28 de noviembre de 2006
viernes, 17 de noviembre de 2006
Agenda Teatro 2006
Programación de Noviembre Salas de teatro independiente asociadas a ATEPLA ASOCIACIÓN TEATRISTAS DEL PLATA http://www.atepla.org/ / atepla@yahoo.com |
Centro Cultural El Núcleo ( calle 6 n°420) |
SÁBADOS 4, 11 Y 25, 21 HS.
SÁBADOS 23 HS.
DOMINGOS 21 HS. |
Teatro La Hermandad del Princesa El GRUPO DE TEATRO INDEPENDIENTE BUSCALUNAS presenta |
Teatro La Fabriquera Domingos 20,30hs.
Sábado 25 de noviembre 21hs/ Domingo 26 de noviembre 19 hs.
sábado 4 y 25/23,30hs Viernes 10 función despedida/ 23hs Transmutación, Luz Rubio Sábado 11 - 21hs: - P U N T U A L |
Salas de la Asociación Amigos Taller de Teatro UNLP Asociación Amigos del Taller de Teatro U.N.L.P.
EL PROCESO de Franz Kafka – Adaptación Alberto Mediza Reservas ( desde el miércoles a las 14 hs): 423-2283 /425-7203
Biblioteca Teatral Alberto Mediza presenta: |
EL ALTILLO DEL SUR CASATEATRO SÁBADOS 22 HS. "NO HAY QUE LLORAR" de Roberto "Tito" Cossa |
Sala 420 DOMINGO 19 hs y 21 hs. (dos funciones) Viernes – 23 hs. |
Fuente: Diario El Día
jueves, 16 de noviembre de 2006
De cómo traducir los excesos
TEATRO : "BUENOS AIRES IN TRANSLATION", EN NUEVA YORK
asón Zinoman THE NEW YORK TIMES Y CLARIN
Women Dreamt Horses (Mujeres soñaron caballos) de Daniel Veronese, es una de las cuatro obras del festival Buenos Aires in Translation (Buenos Aires en Traducción) que se desarrollará en el P.S.122 de Nueva York hasta el domingo. Una mujer de aspecto frágil (April Sweeney) abre la boca para hablar y vomita, ensuciándose de arriba abajo. Los otros cinco personajes con ropa informal que están en escena la miran inexpresivamente mientras se recompone y vuelve a vomitar. Después de correr al baño, se lava la boca, vuelve y repite el mismo repugnante proceso unas doce veces.
Este tipo de exceso absurdo debería preparar al espectador para el resto del festival, que incluye tres familias disfuncionales, dos relaciones incestuosas, múltiples asesinatos, una chica retardada con los pechos al aire, hermanas que forcejean, hermanos que se pegan trompadas, algunas llaves de cabeza y al menos dos personajes que pierden el almuerzo.
Se despliega una variedad de estilos, que van de lo burlesco (Panic, Pánico) al ensueño melodramático (Women Dreamt Horses), de un drama multimedia en donde el pasado se inmiscuye una y otra vez en el presente (Ex-Antwone) a un cuento de hadas futurista (A Kingdom, a Country or a Wasteland, in the Snow, Un reino, país o baldío, en la nieve). Estas obras tienen en común una visión del mundo oscura y a menudo violenta expresada en una puesta agresiva, cruda y con fuerte acento en lo físico. Jean Graham-Jones tradujo las cuatro piezas, y su verboso trabajo en ocasiones puede sonar fuera de tono. Uno tiene la sensación de que los directores a menudo tratan de superar las barreras del idioma y la cultura con puestas desenfrenadas. La idea sería: no se necesita un traductor para explicar el vómito.
Women Dreamt Horses es una obra cáustica sobre tres hermanos y la fracasada empresa familiar, que se desarrolla durante una cena que termina mal. En manos del director Jay Schreib, se convierte en una noche de box. Y los agresivos (y agredidos) actores no juegan a boxear con su propia sombra precisamente. Sus golpes dan en el blanco. Bettina (Zishan Ugurlu) abofetea tantas veces la cabeza calva de su marido, Roger (Jorge Alberto Rubio), que suena como un aplauso, y este le devuelve el favor con una embestida de toro que le debe haber cortado la respiración.
A Kingdom, a Country or a Wasteland, in the Snow, de Lola Arias, drama pos-apocalíptico so bre un terrible secreto familiar, también empieza con una sesión de lucha cuerpo a cuerpo. Las hermanas Lisa (Andrea Moro Winslow) y Luba (Hayli Henderson), que viven en un fría tierra baldía con sus padres, se lanzan por el aire una a la otra por todo el escenario con desenfreno. La rivalidad entre ellas sube de tono cuando, mientras cazan conejos, encuentran a un huérfano a quien ambas ven como posible marido. Este acontecimiento preocupa al padre (James Lloyd Reynolds) cuya cara de culpa indica que sabe algo sobre el huérfano. Arias introduce imágenes de fetos y débiles mentales que se ahogan para prepararnos para los horrores que vendrán.
Ex-Antwone, el sueño fragmentado de una obra de Federico León, a quien en el programa se califica de protegido de esa leyenda del teatro experimental que es Robert Wilson, transcurre en el presente, pero apenas. Antwone, interpretado caprichosamente por Miguel Govea, parece no poder deshacerse de sus sueños, que irrumpen contínuamente durante el día mientras está con su novia, Stella (interpretada con ingenua calidez por Liz Dahmen), que constituye su único consuelo en la vida. Ninguno de estos dos personajes cobra vida en la misma medida que la mujer que aparece en la pantalla del televisor que cuelga sobre ellos, la madre de Antwone (Corrine Egerly), regañona y paranoica.
La pieza quizá más decepcionante fue Panic de Rafael Spregelburd, una tediosa farsa de dos horas producida con el Theater of a Two-Headed Calf (y dirigida por Brooke O'Harra), sobre una familia inculta que revuelve toda la casa buscando la llave de una caja fuerte que perteneció al patriarca que acaba de morir. Comienza como una prometedora parodia de una película de terror, con violines y austera iluminación de rigor, pero rápidamente amplía su mira a prácticamente cualquier cosa en pos de la extravagancia. Podría haber una sátira mordaz sobre los valores familiares burgueses pero, si la hay, se ha perdido en la traducción.
Traducción: Elisa Carnelli
miércoles, 15 de noviembre de 2006
El aprovechamiento del espacio
DIRECTORES. Lola Arias hace "El amor es un francotirador" y Luciano Cáceres, "Agua 1/407". Luciano Suardi, ausente con aviso.
TEATRO : "INVERSION DE LA CARGA DE PRUEBA"
El ciclo del C.C. Rojas hace trabajar a tres directores distintos sobre un mismo espacio.
Juan José Santillán ESPECIAL PARA CLARIN
Inversión de la carga de prueba" es un término extraído del derecho penal que se vierte como estrategia de una representación teatral. En esta segunda entrega del proyecto curado por Mariana Obersztern, el espacio escenográfico es el punto de partida desde el cual se desarrollan los trabajos dirigidos por Luciano Cáceres, Lola Arias y Luciano Suardi. Cada pieza reelabora el sentido de una instalación —que sirve como soporte escénico de las tres obras— realizada por el artista visual Leandro Tartaglia. En este proyecto, los directores no pueden agregar ni quitar ninguno de los objetos distribuidos en el lugar; deben desarrollar una instancia de experimentación surgida desde el espacio y sus dispositivos.
La primera entrega del Proyecto "Inversión de la carga de prueba", organizado por el C.C. Rojas, se llevó a cabo en setiembre del año pasado. El ciclo, además, formó parte de la grilla del Festival Internacional de Teatro. Participaron los directores Matías Feldman, Guillermo Arengo y Ariel Farace, quienes trabajaron a partir de una escenografía realizada por el artista plástico Miguel Mitlag. Este año el ciclo comenzó con una obra de Luciano Cáceres que realizó en colaboración con el Grupo TintoBa. Se trató de Agua 1/407 (ver recuadro). El director de 4.48 Psicosis y Criaturas de aire, desarrolló la obra a partir de la palabra agua, escrita en una de las cuatro láminas que ubicó Tartaglia en el espacio. "Tuve varios problemas —cuenta Cáceres—, porque me costó muchísimo desarrollar algo a partir del espacio sin un texto previo. Entonces trabajé con las habilidades y los recuerdos que cada actor tenía en referencia a la palabra agua. Es la primera y no sé si la última vez que hago una experiencia de este tipo. "
El ciclo continúa mañana con El amor es un francotirador, co-dirigida por Lola Arias y Alejo Moguillansky. En esta pieza, Arias retoma la actuación y se suma al derrotero sentimental de un grupo de personajes, cuya construcción se entremezcla con componentes biográficos de los actores que los interpretan. "Es una especie de ruleta rusa de corazones rotos —explica Arias—, donde seis personajes se reúnen con una nena de siete años que organiza un sistema de azar. Cada actor pone muchos componentes biográficos para construir su personaje." Arias, que acaba de viajar a Nueva York para presentar su obra La escuálida familia dentro del programa Buenos Aires in Translation, inicia con El amor... una trilogía que estrenará el año que viene.
Luciano Suardi filma entre Madrid y San Luis Tres corazones, la próxima película de Sergio Renán basada en el cuento El taximetrista, de Juan José Saer. Por esta razón el director no estuvo en la sesión de fotos. Suardi, a principios de diciembre formará parte del proyecto con Jálei. "La morfología del espacio —explica el director— me llevó a pensar en una trama policial, a un crimen y su reconstrucción ligado a la manipulación de la verdad. En mi primer contacto con el dispositivo, pensé que era sencillo atravesarlo, pero en el proceso me di cuenta que te impone sus propias reglas, y adaptarse a ellas fue un gran ejercicio". Para Jálei —inspirado en el cometa— Suardi convocó a Mariana Chaud, Elvira Onetto, Fernando Rubio y Laura López Moyano.
miércoles, 1 de noviembre de 2006
Alejandro Tantanian: "No quería especular con la violencia"
Susana Villalba ESPECIAL PARA CLARIN
En el principio fue el verbo: la luz apareció cuando Dios dijo "hágase la luz". Luego el hombre conquistó —o un Prometeo puso a su alcance— esa posibilidad del lenguaje que es lo que lo hace un hombre: ese animal que también puede ser un semidios. Sofía, la sabiduría intuitiva, oral, se unió al conocimiento racional y masculino, y generó la ley escrita. Pero a medida que se establecieron jerarquías que cifraron y organizaron la distribución del conocimiento, otra mujer, la transgresión, tuvo que bucear en los misterios del lenguaje para volver a encontrar las fuentes que fluyen para todos.
Cada vez que se hace insoportable la tensión entre la ley de una lengua en común y las sensaciones individuales que la desbordan, surge la poesía. De esto habla o calla Cuchillos en gallinas. Un labrador, su mujer, y el molinero, una fábula simple, tan simple como decir la vida, el amor, la muerte, todos sabemos lo que es eso: eso de lo que no sabemos nada.
Podemos hundir el cuchillo en la gallina y no encontraremos el secreto de los huevos de oro, sólo sabremos que lo que parecía estar ahí no está. "La obra cuenta la formación de una poeta —dice Alejandro Tantanian—; el personaje femenino, al heredar la palabra escrita empieza a ser la creadora de las cosas y entonces a separarse de Dios. El autor cuenta una historia y a la vez no, no es un thriller pero lo es; el acento está puesto en el poder de la palabra y qué le pasa a cada personaje con ese descubrimiento. Al final los tres devienen otro, el labrador se hace uno con la naturaleza y el molinero se aleja del lugar cristalizado en que lo habían puesto."
Hay algo bíblico.
Puede ser una parábola bíblica sobre la expulsión del Paraíso, ella es como Eva comiendo del árbol del conocimiento del bien y el mal. Cuando pierde la inocencia y toma conciencia de sí y del otro, ya no es una costilla de su marido. Si la obra pegó en tantos países distintos es porque hay algo de nuestro mito fundante occidental, por eso buscamos cómo respetar la forma original del texto que parece ser de alguien que empieza a hablar.
La obra se conoció como semimontado, dirigido por Paul Miller, cuando fue seleccionada para el programa de intercambio del Festival Internacional de Teatro de Buenos Aires 2003, por el cual dos autores argentinos traducían a dos ingleses y dos franceses, y viceversa. En ese marco vino Harrower a nuestro país a dar un seminario y trabajar en la versión final en castellano con Beatriz Catani, basándose en una primera traducción de Rafael Spregelburd. Ahora Alejandro Tantanian y Martin Tufró realizaron modificaciones sobre el trabajo de Catani.
"La leí en inglés en 1998 —dice el director— y me impactó porque tanto podía haber sido escrita en el Renacimiento como hacía dos días, y además porque era un tema diferente a lo que abundaba en los '90, acá y afuera: conflictos urbanos y con lo urbano, conflictos vinculares y de familia. La decisión de Harrower de ubicarse en el campo permitía una mirada sobre lo humano más desnuda, universal y trascendente. Y se ocupaba de temas que de alguna manera siempre me obsesionaron: la formación de un espíritu artístico, el lenguaje, la individuación. A partir de preguntarse por los nombres, el personaje empieza a ser ella misma y a obrar en consecuencia, incluso con consecuencias terribles."
Un crimen...
Que yo elegí no mostrar en escena, a la manera de la tragedia griega, como también hice en Los mansos, porque esas muertes son más que nada metáforas y para no especular con la violencia. Además, hay muchas cosas que Harrower elige no aclarar, prefiere abrir preguntas y yo respeté eso, echar luz sería tomar partido por uno u otro.
¿En el original también ella canta, como en esta puesta?
No, hay tres monólogos, el primero de oraciones muy sencillas, "El conejo corre", que se van complejizando en el segundo y tercer monólogo porque ella va encontrando la poesía. Yo elegí que comenzara como se inició la tragedia, como cantos a la tierra, luego va hacia la palabra hablada y hacia la escrita. En el momento en que escribe tiene una iluminación, ella mueve el mundo y la naturaleza con las palabras. Por eso también elegí actores con una fuerte formación en lo físico, porque siento que hay algo de masa corporal atada a la tierra, en contraste con sus palabras que aspiran a ir al cielo.
También es marcado el tema de salirse de lo que dicen de uno.
Sí, del molinero se dice que hay que odiarlo; de Williams, que es zoófílo. Ella intenta ver qué hay detrás de lo que se dice, ya que detrás del nombre Molinero hay un hombre. Al final se dicen cosas sobre ella porque ha transgredido.
¿Por qué se elige no decir nunca el nombre de ella?
Es uno de los misterios más lindos de la obra. Cuando ella le escribe su nombre al molinero es un momento límite, un pacto con el demonio del conocimiento; por eso le queda la mancha de tinta grabada. Pero ella se salva y salva al monstruo de la aldea que entonces se transforma en un hombre. Estamos en una época de individualismo pero de poco individuo. Y de poca preocupación por lo espiritual, por eso también me interesa tanto que la gente se acerque al texto, más allá de que guste o no mi puesta. En la obra hay frases que no tienen verbo, como "Cuchillos en gallinas", el eje principal no son las acciones. Nuestras conversaciones en los ensayos giraban en torno a lo místico y creo que mi convicción espiritual es tan fuerte que impregnó la puesta y las actuaciones.
¿Discutió la obra con el autor?
Conocí a Harrower cuando vino y cuando fui yo a Inglaterra, pero no quise preguntarle mucho, lo que monté es mi impresión de la obra, se podrían hacer lecturas diferentes y también estaría bien. Además, él está un poco cansado de que sólo le pregunten sobre ésta y no sobre obras posteriores. Recién con la última, Blackbird, la crítica y el público volvieron a responder con la misma intensidad. Sí lo mantuve informado, le mandé fotos y el blog.
En efecto, en knivesinhens.blogspot.com se pueden ver fotos de los ensayos, del montaje de la escenografía, comentarios, reflexiones, el texto, la teoría de Leibniz que habla del molino como el comienzo de la máquina, párrafos de Las palabras y las cosas de Foucault, y hasta la historia de San Ordano, onomástico que coincidió con la fecha de estreno. Tantanian dedicó esta obra a Inda Ledesma, porque dice que se decidió definitivamente por el teatro ante las puestas de aquella directora y a Roberto Villanueva, recientemente fallecido, que dirigió su obra La tercera parte del mar y a quien recuerda con mucho afecto.