"Cumbia morena, cumbia", de Mauricio Kartun, por Diego Aroza y Marcelo Demarchi, integrantes del Grupo de Teatro "La gotera". Diseño de escenografía, vestuario e iluminación: Claudio Suárez. Realización de banda de sonido: Carlos Berense y Fabián Andicoechea. Dirección: Daniel Dalmaroni. Viejo Almacén "El Obrero"
Lluviosa noche de domingo, día melancólico si los hay. "Willy" (Demarchi) ensaya unos pasitos de cumbia, al son de "Mi compañera, Santander de Batunga", mientras su amigo "Rulo" (Aroza) dormita en un improvisado catre. Willy se emperifolla y acicala, obviamente preparándose para la llegada de alguna visita femenina. Su aspecto y su ánimo jovial contrasta con el de su compañero, a quien se lo ve desgreñado, pálido y desganado. El lugar: un local bailable, tristemente ambientado con unos descoloridos banderines.
Mientras el excitado Willy espera ansioso a las "borregas de Belgrano", a quienes ni la copiosa lluvia va a amedrentar porque viajan en taxi, el triste Rulo se deprime aún más recordando una cita a la que faltó hace nada menos que 30 años, perdiendo para siempre al gran amor de su vida, Marita. No sólo ese recuerdo lo acosa. Un mal innombrable le pisa los talones, consumiéndolo sin prisa y sin pausa.
Mientras Willy "mueve el esqueleto" y se ratonea con las rubias pulposas que están por llegar a la conga, Rulo se va apagando y fantasea con un viaje en colectivo que lo lleve a casa de su amada. Imagina su propia muerte en el bondi, su cuerpo tendido en el césped, y un morochón cerrándole los ojos.
Tal la línea argumental de esta obra de Kartun, texto que, a nuestro juicio, carece de profundidad dramática, y se queda en lo meramente anecdótico. Hay una clara referencia al tema de la espera, un favorito del teatro del absurdo, cuyo máximo exponente es "Esperando a Godot", de Samuel Beckett. Sin embargo, falta ese ingrediente de futilidad y vacío existencial, tan característico en las obras del género, que les otorga una dimensión que la pieza de Kartun no posee.
A pesar de lo dicho, las composiciones actorales de Aroza y Demarchi son muy logradas y convincentes, trabajadas y ricas en matices y sutilezas, sin duda lo más atractivo de la puesta. La dirección de Dalmaroni, en cambio, parece haber elegido un tono monocorde y lineal, en el que las acciones y el final se vuelven absolutamente previsibles. No hay lugar para la sorpresa. La primera escena, en la que Willy baila mientras Rulo agoniza, resulta excesivamente larga y reiterativa, perdiendo efectividad. Faltan climas y transiciones.
El vestuario y la ambientación pintan acertadamente a estos personajes detenidos en el tiempo, prisioneros de vanas ilusiones. El tono festivo de la música contrasta con lo trágico de la situación.
"Cumbia morena, cumbia": actuación de alto vuelo para una obra que, sin embargo, no logra despegar.
Fuente: El Día