Si no en calidad, el año que termina abundó en motivos de reflexión. El primero y más saliente es un cambio radical en la producción de obras de teatro, que ya se anunciaba en 2008. Hasta ahora se definía la creación como un acto personal, una forma mayor de alegría comunicada con felicidad.
Jorge Arias
Nuestros mejores artistas dejan sus vidas en los escenarios, pero no por el honor de interpretar "Rey Lear", "Medea" o "Edipo rey", sino por obras que responden a la aberración del "teatro de entretenimiento". Hay muchas excusas. Hay que "vivir del teatro", mandamiento del infierno, sin duda; ello se hace, a menudo, "por la familia", lo que nos convence de que cualquier canallada, así sea la corrupción lisa y llana, encontrará su justificación en la "familia" y los "hijos" o, simplemente, en el "primum vivere". Hay algo de masoquismo en la decisión con que buenos actores orillan el camino de Emil Jannings o Curt Jurgens en "El ángel azul" o el sendero del protagonista de "Mephisto". Se corre detrás del dinero, como cualquier mercachifle; pero un prejuicio señoritil hace que eso se muestre con distancia, como una condena, como una fatalidad que no se pudo evitar.
En este sentido, el teatro uruguayo de hoy muestra dos vertientes. Una es el teatro comercial puro, cuyos cultores, afiliados a FUTI por razones económicas (exoneración de un impuesto) deberían intentar, conforme a sus estatutos, un "teatro de arte", pero producen, y lo dicen con jactancia, con los ojos exclusivamente puestos en la boletería. Hemos leído cosas tan tristes como que hay que "hacer reír", porque un público autoritario, creado por la imaginación de los mismos artistas, pagó una entrada y "exige" que el actor o el dramaturgo, que asumen sumisos el papel de bufón, lo divierta. Así tuvimos por enésima vez "Fontanarrisa de boliche", "Brujas", "Una relación pornográfica", "Divorciadas y vegetarianas", "Fifty Fifty", "Amor de invierno", "Maté un tipo"; en un plano mejor, por mejor calidad de dirección e interpretación, "Un dios salvaje", "Pareja abierta", "Criminal".
La segunda vertiente, menos ostensiblemente comercial, es peor. Es tan vintenera como el teatro comercial; pero además es hipócrita. Es la burocratización del teatro. Se hace teatro por el cumplimiento de un devastador programa de gasto público que incluye premios, "fondos concursables" e "indemnizaciones". Tenemos la certeza de que, como nunca, el año 2009 mostró un fabuloso derroche de dinero público como apoyo a puestas en escena que no lo merecieron. "Marat Sade" es, quizás, el caso más notorio de incompetencia generosamente recompensada, y con más de $ 150.000,oo; pero no es el único; y todo lo hecho con ese extraordinario gasto fue muy pobre. "Las Julietas", "Fuga de ángeles", "Los Macbeth's", "Las cosas por su nombre", "Ararat", etcétera.
¿Cómo se hace el teatro burocrático? Es muy fácil. Se hace con improvisaciones: todas las obras parecen escritas por el mismo escritor sin personalidad: son una mera semisuma de lugares comunes. La distracción de algunos directores de festivales, que sólo pueden ver alguna escena de los cientos de videos o dvd que reciben, los ha ayudado. En algún caso (Montevideo, Córdoba) se vio el nombre, hasta entonces respetable, de Gotscheff y contrataron una vergonzosa versión de "Máquina Hamlet" con actores brasileros de tercer orden, que debimos padecer nada menos que en el teatro Solís; pero no sólo los alemanes cojearon de ese pie. La mediocridad se paseó desde los premios locales hasta la fama internacional. Es muy difícil que nuestros actores y dramaturgos se convenzan, luego del inverosímil éxito de las obras del argentino Claudio Tolcachir, que es un caso de novela, de que hay algo mejor por hacer. Es posible que no se conozca bien la historia. Todo comenzó en Boedo, en un apartamento 4 (de ahí "Timbre cuatro") donde el actor Claudio Tolcachir, que aquí vimos en "El juego del bebé" de Albee, vive y enseña teatro. Llegó un fin de curso; los alumnos presentaron improvisaciones; surgió la idea de unirlas; apareció un objeto de culto, "La omisión de la familia Coleman", que es apenas inferior a lo que se obtendría con un zurcido de sainetes argentinos de comienzos del siglo XX. Es una obra sin inventiva, con diálogos adocenados, sin trama visible, "porque la vida es así", sin progresión, porque es una costura de escenas heteróclitas donde todos los personajes parecen sobrar, sin momentos culminantes, sin desenlace: nada que no sea vulgar y romo. Pero es una obra que ha merecido los honores de representarse, ella también, en nuestro teatro Solís y en casi todos los festivales internacionales que conocemos: Cádiz, Porto Alegre, Santiago de Chile, Bogotá. También malamente improvisada, también sin gracia, también reiterativa y sin ingenio, "Tercer cuerpo" la sigue de cerca en su viaje triunfal por el mundo. ¿Cómo no practicar lo que se llama la "dramaturgia del actor"?
Así como el deporte no volverá a valer la pena si no se practica por amor al deporte, no volveremos a tener buen teatro si no se practica por amor al teatro. Quedan, como testimonio de una lucha sin esperanzas y para el honor de nuestros artistas, unas pocas obras. A las que distinguimos como las mejores debemos agregar, porque están en el buen camino, "Sueños de una noche árabe" de Schimmelpfennig, "Whiteman y Cararroja" de Tabori (ambas dirigidas por Sergio Pereyra), "Informe sobre Clara" de Marco Tortarolo, Andrés e Irene Valledor; y que nos perdonen las pocas que podemos haber olvidado. Pero ya les llegará el hechizo de la "profesionalización" y del "éxito"; y si no les llega, pocos sobrevivirán a la frustración del seudo fracaso ante un público cuyo gusto es estragado día por día, desde lo alto de nuestras autoridades públicas encargadas de la cultura.
En este endiosamiento de la actividad "intelectual", hay algo todavía peor que el afán del dinero, que es la busca denodada del privilegio para los "intelectuales", como si el Uruguay, con un índice de Gini (índice de desigualdad social) de 43, no estuviera a la altura de Tailandia y Ghana; como si no existieran los asentamientos que no queremos ver, los que duermen en los zaguanes, los mendigos que nos acosan con sus máscaras de cuida coches y limpia parabrisas, nuestra clase media esquilmada por usureros disfrazados de cooperativas. Escribimos en 1984 estas líneas, que, desdichadamente, hay que reproducir hoy:
Fuente: La República
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