¿Qué impulsó a Siqueiros, artista de decidida militancia comunista, exponente del muralismo mexicano, y por ende, devoto de los espacios amplios, los muros exteriores y los motivos claramente ideológicos, a realizar un mural íntimo, casi secreto, de tono más bien erótico y ubicado en un sótano perteneciente a un hombre rico como Botana?
Foto: Su creador, David Alfaro Siqueiros
Enfrentado con el gobierno mexicano, a principios de los años 30, Siqueiros fue expulsado de su país. Así comenzó un periplo internacional que alrededor de 1932 lo traería al Río de la Plata. Pero la situación local en plena "década infame", con una sociedad en la que los circuitos de vanguardia convivían con un clima extremadamente conservador, no era la más propicia para el artista exiliado. No pudo concretar ninguna de las obras que realmente quería hacer (pintar un silo del puerto, por ejemplo); su presentación en Los Amigos del Arte culminó en escándalo; la necesidad económica apremiaba. Apareció, entonces, Botana, que primero le ofreció algunas colaboraciones en su diario, Crítica , y luego la realización de una obra plástica en su quinta de Don Torcuato. Los Granados no era cualquier lugar. Monumental, desbordante de lujos, era, asimismo, un espacio donde se plasmaba el particular ejercicio de modernidad practicado por el dueño de Crítica : artistas y políticos, locales y extranjeros, se daban cita en los salones diseñados por Jorge Kalnay. No faltaban las habladurías sobre aquellos encuentros, en especial los rumores sobre fiestas libertinas que se habrían realizado -precisamente- en el sótano de la vivienda.
Según el investigador especializado en arqueología urbana, patrimonio cultural e historia del arte de América Latina Daniel Schávelzon (autor, junto con Héctor Mendizábal, del libro El mural de Siqueiros en la Argentina) ese lugar era, en realidad, "el sótano donde se jugaba al póquer, el reducto secreto y sagrado del imperio de Botana, el lugar donde jamás entraban las mujeres, donde se organizaban las borracheras y transcurrían las noches discutiendo de mujeres y política".
Allí decidió el artista encarar una obra que, por sus exigencias materiales, supuso una importante cuota de innovación. En lugar de pinceles, se usaron aerógrafos y esténciles; para garantizar la subsistencia del mural, se emplearon pinturas con agregado de silicatos y las figuras del piso se realizaron con cemento coloreado. La intención era simular una caja de cristal hundida en el agua y visitada por voluptuosas figuras subacuáticas. Para su realización, Siqueiros eligió un notable equipo de ayudantes: Lino Enea Spilimbergo, Carlos Castagnino, Antonio Berni y el escenógrafo uruguayo Enrique Lázaro.
Cuando se dio a conocer, el mural dividió a la sociedad de la época. Mientras algunos lo defendían, otros lo calificaban de pornográfico ("Un gran asco", sentenció el diario Crisol). Probablemente, a su autor esas discusiones lo tuvieran sin cuidado: el mural habría sido, en realidad, "el final de su amor obsesivo y desesperado por Blanca Luz Brum", en términos de Schávelzon. De hecho, el 16 de diciembre de 1933, una vez terminada la obra, Siqueiros se fue del país. En los años que siguieron, apenas hizo alguna que otra referencia al que pasaría a convertirse en un mural remoto, apenas mencionado, perdido en una lejana casaquinta sudamericana.
Blanca Luz, la gran inspiradora, el rostro y el cuerpo cuyo influjo latiría en cada rostro y cada cuerpo pintado en aquel sótano, quedó en Buenos Aires, convertida en la amante de Natalio Botana.
Uruguaya, escritora, militante de izquierda, Blanca Luz conoció a Siqueiros en Montevideo a fines de los años 20. El impacto fue mutuo: la mujer bella y decidida; el artista revolucionario, moderno, arrollador. Ella se olvidó de su segundo marido (había enviudado muy tempranamente); él, de su primera esposa. Se casaron y dieron inicio a una historia marcada tanto por el amor como por los celos y la violencia. Durante los años que estuvieron juntos, él la pintó continua, intensamente. Con esa misma intensidad le envió cartas, una tras otra, en las que le rogaba, en aquellos días de 1933, que olvidara los motivos de su última pelea, que dejara Montevideo -donde ella se había refugiado, en un intento de separación- y que viajara a Buenos Aires, ciudad en la que él ya había conseguido algún trabajo en Crítica .
Finalmente, Blanca Luz cedió y durante un breve lapso también ella trabajó en el diario. Hasta que con el inicio de las obras de Ejercicio plástico se instaló, junto con Siqueiros, en Los Granados. Entretanto, su presencia se había hecho sentir.,y no sólo frente al mecenas de su esposo. Raúl González Tuñón le dedicó poemas de amor no correspondido. Hay quien asegura que ella habría sido la causa de un posible intento de suicidio cometido por Jorge Luis Borges en 1934. Pablo Neruda relató un encuentro íntimo con Blanca Luz en el mirador de la casaquinta, con Federico García Lorca vigilando la llegada de posibles entrometidos. Justo durante la presentación pública del mural, cuando ella ya era amante de Botana y, presumiblemente, el dueño de Crítica intentaría exhibirla como un trofeo más. De todos modos, vivió un año con el empresario, sin que él se divorciara de su mujer. Luego viajó a Chile, donde conoció a su siguiente marido y, desencantada con el estalinismo, abandonó la militancia política para convertirse en una fervorosa católica. Se dice que Siqueiros tardó al menos 20 años en olvidarla. Ella le escribió textos de amor hasta 1974, año de la muerte del artista.
Natalio Botana falleció en 1941, en un accidente automovilístico. Su imperio económico apenas sobrevivió unos años y en 1948 la quinta Los Granados -con su tesoro oculto en el sótano- fue parcelada y rematada. A partir de ese año se sucedieron varios dueños y litigios ligados con cuestiones de compra-venta. Salvo alguna excepción, nadie tenía idea de la riqueza patrimonial que yacía bajo los salones de la casa. Vertieron ácido sobre sus paredes, las cubrieron de cal, clausuraron con llave el sótano, lo dejaron a merced de la humedad y el deterioro del tiempo. La obra resistió, en buena parte debido a la técnica con la que había sido realizada. "Pintada al fresco con materiales tradicionales, hoy no existiría", comenta Ana López Quijano en Los próximos pasados , el excelente documental que sobre este tema realizó Lorena Muñoz.
A fines de la década del 80, se hablaba del remate judicial de la quinta que, a esas alturas yacía cubierta de malezas, totalmente abandonada. Es en ese momento cuando Héctor Mendizábal, un hombre de negocios, toma conocimiento de la existencia del mural y guiado por el inmobiliario a cargo lo visita. Iluminados apenas con la luz de una vela, ambos bajaron al sótano y vieron las filtraciones de agua, las ventanas rotas, las cenizas de un fuego hecho por algún vagabundo, la suciedad tras la cual se vislumbraban rostros, miradas, torsos femeninos, cabelleras suspendidas en el agua. Mendizábal decidió armar una sociedad para comprar el inmueble, viajó a México, se contactó con el restaurador Manuel Serrano e inició un nuevo y polémico capítulo: la extracción del mural. La compleja obra de ingeniería implicó la demolición del salón que estaba sobre el sótano y la delicada remoción de las superficies que albergaban la obra. Mientras que algunas voces cuestionan esta intervención, otras insisten en defenderla.
Al rescate. Los restauradores recuperan el aspecto original del mural Ejercicio plástico .
"Cuando se lo separó de la humedad de la tierra, se detuvo su deterioro -afirma el restaurador Eduardo Guitima, presente en los trabajos realizados en aquel momento e integrante del equipo que trabaja actualmente con el Siqueiros-. Así se lo comenzó a salvar". En 1991, desmontado en seis partes, el mural se guardó en contenedores. Iba a permanecer unos meses allí. Terminaron siendo17 años. Entretanto, hubo denuncias de que se lo quería sacar del país, intervenciones mediáticas, acumulación de deudas, complicaciones legales, una quiebra, una nueva venta, conflictos con acreedores, abogados, discusiones sobre la propiedad de la obra. Un descomunal atolladero jurídico y económico que amenazaba devorarse al mural. Para sacarlo del letargo fueron necesarios el acuerdo entre dos presidentes -el mexicano Felipe Calderón y la argentina Cristina Fernández de Kirchner-, el aporte económico de empresas privadas mexicanas y argentinas (unos 800.000 dólares), el nombramiento de una comisión asesora, la participación de restauradores mexicanos, profesionales del taller Tarea de la Universidad Nacional de San Martín, la Universidad Tecnológica Nacional y lo que los funcionarios describen como una férrea voluntad para resolver el intrincado conflicto de intereses.
"El estado no es parte en el juicio -aclara Oscar Parrilli, secretario general de la Presidencia-. El juez decidirá. Nuestro objetivo es recuperar y restaurar el mural." El año pasado se obtuvo la autorización de todas las partes para trasladarlo a la Casa de Gobierno (se lo ubicó en el sector próximo a la aduana Taylor) y proceder a su restauración. El objetivo es que los festejos del Bicentenario encuentren al Siqueiros (declarado "bien de interés histórico artístico nacional", por lo cual está prohibida su salida del país) listo y con los papeles en regla para su exhibición. Mientras tanto, bajo el tinglado especialmente acondicionado para contenerlo, trazos, colores y formas van emergiendo y negando el destino de oscuridad al que alguna vez pareció estar condenado.
Ana Gueller (Infografía) Graciela Calabrese (Fotografía)Fuente: La Nación
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