martes, 3 de agosto de 2004

"Del otro lado del tiempo": La muerte y la doncella

Por IRENE BIANCHI

"Del otro lado del tiempo", de Gustavo Vallejos. Intérprete: Verónica González. Diseño de vestuario: Analía Seghezza. Realización de vestuario: Graciela Galindo. Ambiente escenográfico: Gustavo Vallejos, Verónica González. Dirección, musicalización y táctica escénica: Gustavo Vallejos. Domingos a las 20 en el centro cultural El Núcleo, calle 6 Nº 420.

Aun cuando nos sabemos mortales, la mera idea del fin de la existencia terrena nos parece aterradora. El temor a lo desconocido, el miedo al sufrimiento, el apego a personas y objetos, el desasosiego de disolverse en la nada, parecen invalidar el sentido de la vida. Para qué vivir, nos preguntamos, si todo se acaba. ¿Para qué venimos, si tarde o temprano e inexorablemente deberemos partir? ¿Cuáles son las reglas de este juego macabro, antojadizo, ilógico, cuyas únicas certezas son el punto de partida y la línea de llegada?

En el fondo, cada uno confía que a nosotros no nos va a tocar, que la Parca nos va a saltear, que no nos llamará con su dedo huesudo para que la sigamos vaya a saber dónde. Nos hacemos los distraídos, la negamos como si de ese modo lográramos aniquilarla. Entonces siempre nos agarra desprevenidos, distraídos, con la cabeza en otro lado, para nada preparados ni dispuestos.

Nos resistimos a aceptar que la muerte forma parte de la vida, que somos pasajeros en tránsito, y que tal vez nuestra breve permanencia en este plano sea una oportunidad para aprender y evolucionar.

De este tema tan insondable y espinoso habla "Del otro lado del tiempo", la nueva pieza de Gustavo Vallejos, tan bellamente interpretada por Verónica González.

Como para detener de entrada el parloteo mental del espectador y desbaratar su enfoque intelectual, el director hace que su actriz se exprese verbalmente a través de un lenguaje sin sentido ("gibberish"), una suerte de farfulla o galimatías que el público va descifrando a través de la acciones, gestos, tonos e intenciones de la protagonista.

Al desidentificarse de la mente, se produce automáticamente un estado de alerta, de atención consciente, un súbito despertar. Se mira sin juzgar, sin evaluar, sin filtros, sin preconceptos, sin tratar de entender desde la razón, sin etiquetar ni encasillar. Se intenta ser uno con lo que se ve, fundirse, eliminar la distancia entre el observador y lo observado, transformarse en un testigo silencioso.

Hay justamente en la puesta de Vallejos una revalorización del silencio, de las pausas, del subtexto, de lo no explicitado. El clima es el de una ceremonia ritual, preñada de símbolos, que abre una puerta secreta a mundos más sutiles e ingrávidos, una dimensión en la que se esfuman tiempo y espacio, desaparecen las formas, y se tiene un atisbo de lo sublime.

Fuente: Diario El Día

Verónica González fluye armónicamente en su interpretación, con absoluta entrega y naturalidad. Posee un instrumento muy afinado y está a la altura de las exigencias de un trabajo nada fácil.

Como quien pela una cebolla, Vallejos se va deshaciendo de lo superfluo, de lo accesorio, del adorno, para enfocarse en lo esencial y, de alguna manera, invita al espectador a recorrer el mismo camino.

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