sábado, 8 de julio de 2000

"Siete cabritos": Los hermanos sean unidos...

"Siete cabritos", de José Pollo Canevaro, por Eduardo Spínola y Ratón Losada. Asesoramiento escenográfico y dramatúrgico: Laura Valencia. Música original y sonido: Diego Madoery. Asistente de Dirección: Laura Valencia. Producción: Laura Valencia, Edu Spinola y La Fabriquera. Dirección: José Pollo Canevaro. La Fabriquera, calle 2 entre 41 y 42.

Dos hermanos: Raúl y Paúl. El primero vive en la casa paterna, en un pueblo de provincia. El segundo hace años se fue (o más bien, "lo fueron") a la gran ciudad. Raúl le comunica por teléfono a su hermano menor que el padre de ambos acaba de morir. La madre había muerto antes. Necesita verlo: tienen cosas en común, asuntos pendientes, temas por resolver. La vida los había separado, y ahora la muerte los reúne nuevamente.

Durante el breve encuentro, ambos adoptan una actitud fría y distante. Son como dos extraños a la defensiva. Peor aún, como dos enemigos ancestrales; Caín y Abel, Raúl es todo menos hospitalario con su hermano: lo invita a dormir en el garaje, justamente donde están enterrados sus padres. Le reprocha haber tenido que hacerse cargo de ellos, mientras Paúl hacía su vida en la ciudad.
Paúl no se queda atrás. El también tiene sus buenos entripados con Raúl. Le enrostra haberse quedado con el dinero que le enviaba su padre a la pensión. Con ese dinero robado, Raúl le compró el auto al padre, sacándolo así de la sucesión. Y precisamente en ese auto, lo invita a pasar la noche al recién llegado, vaya a saber con qué maléfica intención.

Los recuerdos de infancia tampoco son gratos. Todo indica que Raúl era el preferido de papá. Acostados sobre las baldosas del patio, rememoran viejos tiempos, mientras contemplan el cielo estrellado. En una de esas estrellas está papá, en otra mamá, pero hay una estrella que Raúl no ve. Esa donde está el abuelito, muerto en un extraño accidente doméstico en enero del '45. Esa tarde de verano, un pequeñín travieso destrabó la silla de ruedas del anciano, y dejó que ésta se deslizara sin prisa y sin pausa hacia la piscina, con el resultado previsible. Paúl se lo recuerda al amnésico Raúl, que parece estar "ciego del abuelo", y no ve su estrella.

Esta misteriosa historia habla de pecados inconfesables, de extrañas alianzas, de intenciones perversas, de rencores y venganzas, de mentiras y falsedades, de odios y rencores, de cosas no dichas y secretos a voces. Nada se resuelve. Todo termina donde empieza, y hasta podría recomenzar, como un eterno drama circular.

Los recursos utilizados son originales e ingeniosos. A pesar de estar cara a cara, en varios momentos los personajes se comunican por teléfono, superponiendo pasado y presente, aportando de esta manera información reveladora y esclarecedora del vínculo.

Los personajes están bien contrastados: Raúl (Losada) es un estereotipo histriónico, mientras que Paúl (Spinola) adopta una deliberada inexpresividad. El efecto de luz de luna en la ventana y el canto de los grillos ambientan con acierto la noche campestre.

Como reparo, debemos decir que la obra es demasiado breve: dura escasos 40 minutos, y uno siente que la historia daba para más. Está bien resuelta formalmente, pero le falta algo de carnadura a la trama, que promete mucho más de lo que ofrece.

Es posible también que ésa haya sido la intención del autor: abrir interrogantes y dejarlos sin respuesta. Provocar al espectador, inquietarlo, para luego dejarlo encerrado en esa casona, junto al furioso y frustrado Raúl, mientras Paúl -¿la presa?- se le escapa, riéndose a carcajadas.

IRENE BIANCHI

Fuente: Diario El Día

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