El teatro argentino estuvo en Seúl
En la capital de Corea deliberaron teatristas de todo el mundo. De regreso, el enviado local se reparte entre las clases que dicta en la universidad, la investigación y tres montajes para la temporada 98.
OLGA COSENTINO
Despliega libros, revistas y otras publicaciones recién sacados de la valija, como quien exhibe souvenirs y valiosas antigüedades de un viaje por geografías exóticas. Y lo cierto es que sus papeles -que no son souvenirs ni antigüedades- sí llegan desde lejanas latitudes. Más precisamente de Seúl, donde Francisco Javier representó a la Argentina en el XXVII Congreso del Instituto Internacional de Teatro (IIT), dependiente de la UNESCO.¿El IIT subsidia el teatro de los países integrantes o los viajes a ese congreso?No. Pero en la mayoría de los países miembros el gobierno subsidia a su filial local del IIT. No es el caso de la Argentina. Este viaje lo pude hacer porque -como para los anteriores congresos- me paso todo el año ahorrando para darme este gusto.El gusto de Javier por el teatro es muy fuerte. Y lo saborea siempre que le es posible: dirigiendo, enseñando, investigando. Profesor de Análisis y Crítica Teatral en la carrera de Artes de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA, actualmente prepara, para estrenar en enero, Dibujo sobre un vidrio empañado, del joven autor Pedro Sedlinsky. Todo ocurre -anticipa Javier- en una especie de cabaret que se llama Sagitario. Por lo que estoy pensando en ponerle ese nombre al espectáculo, porque el original es muy hermoso, pero largo y difícil de recordar. Y Sagitario no sería una elección caprichosa: está tomado de Shakespeare, que en su tragedia Otelo llama así a la posada donde pasan su primera noche de amor Otelo y Desdémona.
¿Dónde nace ese interés por aspectos tan diversos de lo teatral?
El recuerdo más remoto es una experiencia de la infancia. Todas las navidades visitábamos a mis abuelos maternos, que eran holandeses y vivían en Liniers, en una casa que era muy escenográfica, casi un pedacito de Holanda: paredes al laqué, muñecos con vestidos regionales, pipas de espuma de mar. Además, había un disco de pasta que para esas fiestas siempre se pasaba por el gramófono: se llamaba Arturito, el risueño y era -después lo supe- una historia recitada por Angel Villoldo con acompañamiento de guitarra.Son memorias llenas de teatralidad.
Pero, ¿cómo fue la iniciación profesional?
A los pocos días de ingresar al Nacional Buenos Aires, el profesor de castellano nos mandó a ver Ollantay y quedé deslumbrado con el teatro. Más adelante, a los 19 o 20 años, conocí a Margarita Xirgu en el estreno de La casa de Bernarda Alba y a Rafael Alberti en el de El adefesio. Saulo Benavente, que los frecuentaba, me llevó a la casa de Alberti. Y a Bernardo Canal Feijóo lo conocí en una función de su drama Pasión y muerte de Silverio Leguizamón. El y Saulo, además de hacerme conocer esos fascinantes personajes, fueron mis maestros de teatro más importantes.
¿Y quiénes fueron sus pares, sus compañeros de ruta?
En el Nacional, mi compañero de banco era Valdo Sciamarella, hoy director del coro de niños del Colón. Con él me sumergí en la música. Ibamos a ver todo lo que daban en el Colón.Usted también dirigió ópera...Sí, con Valdo hicimos Marianita limeña, una versión operística basada en una adaptación de Tradiciones peruanas, de Ricardo Palma. Además hice las régie de Le jongler de Notre Dame, Hansel y Gretel y La italiana en Londres. Pero es muy cruel la régie de ópera. No hay tiempo para pensar, hay que hacer mucho en muy poco tiempo. Y para un director que dedica el mismo obsesivo cuidado a todos y cada uno de los detalles de sus puestas en escena, el tiempo se traduce habitualmente en trabajos impecables. Su última puesta, El gato y su selva (nominada para los premios ACE 97), fue la prueba más reciente. Ahora, ya lleva 4 meses de ensayos en la versión de Greek, una obra de Steven Berkoff (Decadencia) que en París estrenó Jorge Lavelli, y que espera montar en la próxima temporada. Y hay más: también viene trabajando en Asesinato sin paga, de Eugene Ionesco. La improvisación es, para Francisco Javier, sólo un ejercicio para actores.
Fuente: Clarín
En la capital de Corea deliberaron teatristas de todo el mundo. De regreso, el enviado local se reparte entre las clases que dicta en la universidad, la investigación y tres montajes para la temporada 98.
OLGA COSENTINO
Despliega libros, revistas y otras publicaciones recién sacados de la valija, como quien exhibe souvenirs y valiosas antigüedades de un viaje por geografías exóticas. Y lo cierto es que sus papeles -que no son souvenirs ni antigüedades- sí llegan desde lejanas latitudes. Más precisamente de Seúl, donde Francisco Javier representó a la Argentina en el XXVII Congreso del Instituto Internacional de Teatro (IIT), dependiente de la UNESCO.¿El IIT subsidia el teatro de los países integrantes o los viajes a ese congreso?No. Pero en la mayoría de los países miembros el gobierno subsidia a su filial local del IIT. No es el caso de la Argentina. Este viaje lo pude hacer porque -como para los anteriores congresos- me paso todo el año ahorrando para darme este gusto.El gusto de Javier por el teatro es muy fuerte. Y lo saborea siempre que le es posible: dirigiendo, enseñando, investigando. Profesor de Análisis y Crítica Teatral en la carrera de Artes de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA, actualmente prepara, para estrenar en enero, Dibujo sobre un vidrio empañado, del joven autor Pedro Sedlinsky. Todo ocurre -anticipa Javier- en una especie de cabaret que se llama Sagitario. Por lo que estoy pensando en ponerle ese nombre al espectáculo, porque el original es muy hermoso, pero largo y difícil de recordar. Y Sagitario no sería una elección caprichosa: está tomado de Shakespeare, que en su tragedia Otelo llama así a la posada donde pasan su primera noche de amor Otelo y Desdémona.
¿Dónde nace ese interés por aspectos tan diversos de lo teatral?
El recuerdo más remoto es una experiencia de la infancia. Todas las navidades visitábamos a mis abuelos maternos, que eran holandeses y vivían en Liniers, en una casa que era muy escenográfica, casi un pedacito de Holanda: paredes al laqué, muñecos con vestidos regionales, pipas de espuma de mar. Además, había un disco de pasta que para esas fiestas siempre se pasaba por el gramófono: se llamaba Arturito, el risueño y era -después lo supe- una historia recitada por Angel Villoldo con acompañamiento de guitarra.Son memorias llenas de teatralidad.
Pero, ¿cómo fue la iniciación profesional?
A los pocos días de ingresar al Nacional Buenos Aires, el profesor de castellano nos mandó a ver Ollantay y quedé deslumbrado con el teatro. Más adelante, a los 19 o 20 años, conocí a Margarita Xirgu en el estreno de La casa de Bernarda Alba y a Rafael Alberti en el de El adefesio. Saulo Benavente, que los frecuentaba, me llevó a la casa de Alberti. Y a Bernardo Canal Feijóo lo conocí en una función de su drama Pasión y muerte de Silverio Leguizamón. El y Saulo, además de hacerme conocer esos fascinantes personajes, fueron mis maestros de teatro más importantes.
¿Y quiénes fueron sus pares, sus compañeros de ruta?
En el Nacional, mi compañero de banco era Valdo Sciamarella, hoy director del coro de niños del Colón. Con él me sumergí en la música. Ibamos a ver todo lo que daban en el Colón.Usted también dirigió ópera...Sí, con Valdo hicimos Marianita limeña, una versión operística basada en una adaptación de Tradiciones peruanas, de Ricardo Palma. Además hice las régie de Le jongler de Notre Dame, Hansel y Gretel y La italiana en Londres. Pero es muy cruel la régie de ópera. No hay tiempo para pensar, hay que hacer mucho en muy poco tiempo. Y para un director que dedica el mismo obsesivo cuidado a todos y cada uno de los detalles de sus puestas en escena, el tiempo se traduce habitualmente en trabajos impecables. Su última puesta, El gato y su selva (nominada para los premios ACE 97), fue la prueba más reciente. Ahora, ya lleva 4 meses de ensayos en la versión de Greek, una obra de Steven Berkoff (Decadencia) que en París estrenó Jorge Lavelli, y que espera montar en la próxima temporada. Y hay más: también viene trabajando en Asesinato sin paga, de Eugene Ionesco. La improvisación es, para Francisco Javier, sólo un ejercicio para actores.
Fuente: Clarín
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