domingo, 19 de abril de 2009

Electra vivió en Palermo

BUENOS AIRES
Es intensa y dinámica la puesta en escena que Eva Halac hizo de El reñidero

El reñidero, de Sergio De Cecco. Intérpretes: Julieta Vallina, Joaquín Furriel, Antonio Grimau, Marita Ballesteros, Tony Lestingi, Miguel Angel Martínez, Pepe Mariano, María Urdapilleta, Monina Bonelli, Mauricio Minetti, Claudio Rodrigo y Andrés Bailot. Música: Mariano Fernández Bussy y Carlos Alvarado. Escenografía: Micaela Sleigh. Iluminación: Leandro Pérez. Dirección: Eva Halac. Duración: 90 minutos. En el Teatro Regio.
Nuestra opinión: muy buena

Cuando un personaje ha sobrevivido en el tiempo y ha superado estoicamente todas las versiones y adaptaciones, entonces se puede decir que ha alcanzado la categoría de clásico. Y esto es lo que ha pasado también con Electra, una creación de Sófocles, y también de Eurípides, que ha tentado a más de un artista a través de los siglos. Fue inspiración tanto para Eugene O´Neill ( El luto le sienta bien a Electra , 1931); el dramaturgo cubano Virgilio Piñera ( Electra Garrigó , 1948); Marguerite Yourcenar ( Electra o la caída de las máscaras , 1954); Richard Strauss (la ópera Elektra , con libreto de Hugo von Hofmannsthal, 1909); Omar del Carlo ( Electra al amanecer , 1948) y Julio Imbert ( Electra , 1964), entre muchos otros.

De Cecco tomó la tragedia de Electra, de Sófocles, como base de su obra y la ubicó en 1905 en el barrio de Palermo. El reñidero -la pista de arena donde luchan los gallos de riña- fue utilizado por el autor para ubicar a los guapos y al malevaje en un barrio donde la única ley era la que emanaba del coraje y la justicia se obtenía a punta de cuchillo.

De Cecco creó su propio Orestes, convertido en una víctima del enfrentamiento dramático, enfrentamiento gestado por su hermana Elena (Electra sofocliana). La muerte de Pancho Morales, asesinado por el amante de su mujer, sirve para darle respaldo a la protagonista femenina. Ella se erige en continuadora de los valores de su padre, sin importarle que esté tramando un destino infausto y sin piedad para su madre adúltera. Se convierte, como una moderna parca, en la gestora del odio y la sed de venganza que, a su vez, la irá consumiendo. Ellos son los reales participantes del reñidero.

Un gran salto

Eva Halac trae acertadamente el conflicto trágico a principios del siglo XX, en un barrio porteño, y lo logra con una dinámica tan aceitada e integrada que texto, música, vestuario, escenografía e interpretación se convierten en un todo que permite resaltar la tensión de las acciones.

Con una escenografía realista que reproduce la casa de Morales y el reñidero y un vestuario acorde a la época, todas las situaciones están ensambladas de tal manera que los racontos fluyen, con un tenue cambio de luces, sin interrumpir la atención. Se suma la música, atemporal, que subraya la atmósfera dramática.

Con un elenco muy bien seleccionado, el peso de la interpretación recae en Julieta Vallina, la protagonista, quien aporta una carga de erotismo y sensualidad que acentúa la carga emocional, casi incestuosa, que vuelca sobre su padre. Muy bien definida, va hilvanando una trama de rencor y el revanchismo que es la base de su actuación.

Joaquín Furriel logra plasmar la ambivalencia de Orestes, cuyos pensamientos pugnan entre el honor de ser el heredero de una tradición y la exigencia de vengar la muerte del padre, a pesar de sus propios sentimientos.

Antonio Grimau pone prestancia y carácter al papel del padre, de la misma manera que Tony Lestingi elabora un trabajo bien contenido ante la condición de ser amante y asesino.

Marita Ballesteros, como la madre, se ve obligada, desde el personaje, a transitar una cuerda de fuerte tensión dramática, situación que a veces la lleva a puntos de extrema crispación.

Un solo reparo cabría mencionar: por momentos el texto no se expresa con nitidez, probablemente por la carga de emociones que contiene. Probablemente se superará con el baqueteo de las funciones.

Susana Freire
Fuente: Diario La Nación


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