Para pensar el peso de la tradición
La directora ofrece su propia versión de la obra de Sergio De Cecco, en la que el dramaturgo aborda un texto clásico desde la cultura popular. “Los mitos están con nosotros desde siempre; el guapo y el caudillo son fundacionales”, dice.
Por Hilda CabreraTomarle el pulso al autor y dejarse llevar por lo que propone, ser fiel al texto original y al mismo tiempo no traicionar las aspiraciones de montaje son actitudes hace tiempo incorporadas por la directora Eva Halac, titiritera, autora y dramaturgista. De ahí que su estreno de El reñidero, de Sergio De Cecco, sea búsqueda y descubrimiento de una pieza de 1962 nacida de un autor que “amaba la cultura popular” y se animó a un paralelo con un clásico. “Siempre se dijo que El reñidero era una versión de Electra, de Sófocles, sin embargo De Cecco sólo conserva un nombre de la tragedia, el de Orestes, quien se debate en la encrucijada de vengar a su padre Pancho Morales, el cuchillero caído en duelo ante Santiago Soriano”, sostiene Halac.
–¿El protagonismo no es entonces de Elena, la Electra que exige venganza?
–Elena tiene gran despliegue, pero si el autor hizo de esa tragedia una historia local y le otorgó identidad es porque quiso trabajar otros temas
–Sin duda, le imprimió a la historia lugar y fecha precisos: el barrio de Palermo en 1905, y en un arrabal que se percibe como un mundo cerrado, habitado por malevos poco o nada influidos por la inmigración.
–Ese es de alguna manera el clima de Un guapo del novecientos, de Samuel Eichelbaum: época de caudillos y clientelismo político, de violencias y elecciones que se dirimen a los tiros.
–Y de muertes tan cruentas como las riñas de gallos.
–Esas peleas eran un símbolo de la época y de los valores que se exaltaban, como el coraje en el varón y la lealtad a ciertos códigos. Valores ante los que Orestes debe reaccionar, presionado por su hermana Elena, un personaje compuesto desde otra estética. En realidad, el trabajo de transformación no se da en ella sino en Orestes, quien soporta el peso de la tradición.
–Orestes demora la venganza, duda....
–Es otro Hamlet. Pienso que Shakespeare tomó a Orestes y Electra de la tragedia griega y los convirtió en un solo personaje. La Electra griega sería el fantasma del padre, rey de Dinamarca, que pide a Hamlet venganza por haber sido asesinado. Ante un Orestes atravesado por fantasmas surge la pregunta de hasta qué punto el que es presionado puede desprenderse de mandatos y fantasmas y elaborar su propio destino. Este interrogante aparece también en El reñidero, cuya historia es más abierta que la tragedia de Electra, especie de cuento que se cierra. De Cecco plantea un conflicto contemporáneo: por un lado, el individual de Orestes y, por otro, el que corresponde a la situación social. Esto es algo que me interesa y en lo que vengo trabajando más intensamente desde mis montajes de Juan Moreira y Un guapo....
–¿Se trata de conflictos que se reiteran?
–El dominio del caudillo político, la permanencia del clientelismo y de los matones a sueldo, así como la prepotencia, el patoterismo y la violencia son cíclicos en nuestra historia. Este material de De Cecco nos da la oportunidad de reflexionar sobre qué ocurre con esos otros personajes que están como a la vera del camino buscando un padre o un caudillo con la misma urgencia del huérfano necesitado de un nombre y un destino. Esa orfandad habla mucho de nosotros.
–¿La relaciona con la creación de mitos?
–Los mitos están con nosotros desde siempre; al menos el guapo y el caudillo son fundacionales. Pero también está el peso de la herencia, incluida la cultural, donde aparecen la idea de destino y fatalidad. Esta visión de la Grecia antigua, donde los dioses no son buenos ni malos pero deciden sobre la vida de los otros, es muy teatral y muy moderna.
–¿Cómo influye en la obra este concepto de vida marcada?
–En que los personajes tampoco tienen un lugar definido dentro de la ética: ellos no son buenos ni malos y esgrimen argumentos en favor o en contra según las circunstancias que atraviesan y según su cultura. La cultura heredada de Pancho Morales, por ejemplo, lo lleva a comportarse como un matón, y él exige a su hijo comportarse como un guapo diestro con el cuchillo. Y fracasa, porque Orestes no siente de la misma manera. De todas formas creo que el deseo de unos y otros es salvarse y que sus argumentos nacen de la desesperación.
–¿Los ve desamparados?
–Están en situación de intemperie. Esto me llevó a pensar que si bien la obra transcurre en el Buenos Aires orillero de 1905, los dioses que les corresponden a estos personajes son los del cielo griego. Ese cielo limpio, imparcial, que no juzga la bondad ni la maldad pero exige y rechaza desde la arbitrariedad.
–¿Y pelear como gallos sólo porque otros lo quieren?
–Sí, por eso, otro interrogante de El reñidero es quién es ese que nos mira para saber cuánto duramos en la pelea y cuánto se apuesta por nuestra resistencia. Pienso en un ente que mira la pelea y a los que miran pelear. Esto de observar a la criatura que pelea desde otro lugar es la función del apostador, ¿y quién es ese gran apostador? ¿Dios?
–¿Conoció a Sergio De Cecco?
–Muchísimo; en mi infancia. Era una persona alegre, inteligente, con un humor especial; muy amigo de mi mamá. Lo recuerdo como un gentleman, muy agradable, educado y muy contenedor con mi hermano, con el que iba a ver películas. Ahora siento que hay algo familiar en esta dirección de El reñidero, aunque trato de no pensar mucho sobre estas cuestiones porque tengo miedo de paralizarme. Esta puesta de El reñidero tiene otra estética, pero algo de aquellas experiencias se unen en este montaje, y es mi deseo que con esta obra se vaya perdiendo el miedo a tratar libremente estos conflictos nuestros de orfandad.
Fuente: Página 12
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