Por Jorge Montiel (Desde Zapala, Neuquén)
Ni los casi 1.400 km que la separan de Buenos Aires, ni el mote de “la ciudad de los vientos” –como popularmente se denomina a Zapala–, ni la necesidad de invertir abultadas cifras de su propio bolsillo (se sabe: la participación del Estado para este tipo de eventos es mínima y llega en cuentagotas), impidieron al Dr. Hugo Saccoccia concretar su lema “Acercar el país extendiendo los brazos”. Por eso, en la ciudad donde eligió vivir, ubicada en el centro geográfico de Neuquén, creó la Biblioteca Teatral Hueney (ver recuadro), y capitanea un grupo de apasionados y sensibles artistas locales, que a fuerza de talento, empuje y coraje, hace una década, lleva adelante un auténtico encuentro escénico federal y bianual.
Desde el 23 hasta el 26 de abril pasados, actores, directores, dramaturgos y críticos se congregaron para el Festival y Congreso enunciados. Durante el primero se estrenaron obras y se ofrecieron otras ya probadas; en el segundo, se analizaron distintos aspectos de la escritura dramática argentina. Esta vez, el decidido tesón de Saccoccia y sus colaboradores fue más lejos: para esta edición, los elencos invitados hicieron una gira por varias subsedes en ciudades neuquinas y de la aledaña provincia de Río Negro. Es decir, una inabarcable cantidad de funciones, mesas redondas y talleres, entre otras actividades paralelas.
El debut no pudo ser más auspicioso, con el estreno de “Damas”, una sólida comedia de la escritora santafesina Adriana Allende, a cargo del eufórico grupo teatral Hueney, en la que un conjunto de mujeres peregrinas lleva ofrendas a santuarios populares no consagrados –como el de la bailantera Gilda– y termina enredado en un suceso inesperado que cuestionará su fe y sus creencias. Le siguió la no menos lograda “El velorio de la azafata”, a cargo de la entusiasta Comedia Universitaria de Neuquén, donde la aparición de una mujer muerta en un decadente geriátrico y las vicisitudes para descubrir al posible asesino, son la excusa perfecta para que el rosarino Eduardo Bonafede plantee una jocosa interpretación de los equívocos característicos de la vejez.
Por último, en esta apretada síntesis seria injusto no mencionar la visita del excelente unipersonal “Lagrimas y risas” del mendocino Ernesto Suárez, donde tamiza, a través de una histriónica comicidad, su azarosa existencia.
Es deseable que la invalorable, necesaria labor de ese mecenas argentino que es el Dr. Saccoccia, goce de buena salud por mucho tiempo. Por cierto, con la necesaria renovación de jurados, invitados y propuestas, más un mayor apoyo estatal y privado. Pero fundamentalmente, que su dignísimo ejemplo sea imitado. En este país, el teatro en particular y la sociedad toda en general lo necesitan de forma urgente.
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