Hace diecisiete años que Guzmán está relacionado con el teatro de improvisación, lo cual –asegura– le enseñó que “en la improvisación no podés prever las reacciones del público, tenés que ver de qué se trata cada noche, qué es lo que hay para contar”.
Por Sebastián Ackerman Imagen: Rafael Yohai
“Yo hacía kung fu, quería ser instructor de kung fu y estudiar traumatología, porque me iba a servir para practicar y lo iba a necesitar seguro. ¡Era el negocio redondo!”, confiesa Oski Guzmán a Página/12, y cuenta que “en la secundaria leía las revistas de Bruce Lee y otras, y cuando entré al Conservatorio todo eso me sirvió de una manera increíble: yo no había estudiado nunca teatro, no había visto nunca teatro, no tenía ningún contacto. Pero me enteré de que en el Conservatorio de Arte Dramático había una materia que se llamaba Violencia en escena y dije: ‘Esto es lo mío’, y fui por esa materia. Era muy loco, porque yo entré sin saber bien por qué lo había hecho. Me sentía rarísimo; de hecho, el primer año reprobé”, ríe mientras recuerda el ahora actor, alejado de los domos y sobre las tablas, que incluye su participación en Somos nosotros, con el Grupo Qué Rompimos, y El batacazo, junto a Mauricio Dayub.
Para Guzmán, aquellos eran años en los que se le abría un mundo que desconocía pero que ya intuía podía ser el suyo: “Yo no entendía nada. Los seguía a mis compañeros al Rojas, a Babilonia. Admiraba porque admiraban ellos, iba porque iban ellos. Y tengo las impresiones más fuertes de ver a Los Macocos y al Puma Goity en el Rojas, a Martínez Bell también ahí. A Batato en Babilonia, las Varietés de Clown, ir a la Verdulería, que quedaba en Riobamba, haber visto a Los Auténticos Decadentes cuando salían a la vereda a buscar gente”. “Siempre el cuerpo antes que la cabeza. Y tengo la costumbre de ver la vida así. Siempre primero besé por besar, y después resulta que me gustó... y me casé. Y llevo casado ya siete años. Y decía que no me iba a casar ni loco...”, concede.
–¿De qué se trata Somos nosotros?
–Es un trabajo de improvisación que estrenamos para Teatro por la Identidad hace un par de años. Las historias surgen a partir de nuestra propia vida, porque improvisamos a partir de fotos familiares: cada uno tiene su back-up de fotos que bajamos en un formato sin-fin de video y queda como un gran álbum familiar de todos juntos, que se va proyectando, y en un momento se detiene en cualquier foto, y del que sale dice “mía” y cuenta algo de algún personaje que esté ahí. Un tío, un primo, padrino, amigos de la primaria, de la secundaria... hay de todo. Y al mismo tiempo jugamos con el nombre del público. Y el azar hace que siempre conozcamos a alguien con ese nombre. A partir de esas historias es que se hacen las improvisaciones. Las historias arrancan y concluyen de una manera muy fluida, como si hubiera habido un paréntesis en el presente: de repente surge la ficción, y de repente se fue.
–¿Se puede ensayar la improvisación?
–Las estructuras que nosotros conocemos son las convenciones teatrales, que han sido las mismas desde que se inventó el teatro. Incluso lo experimental rompe con esas convenciones, pero se basa en ellas. Lo que nosotros hacemos es entrenar esas convenciones para, en la medida en que uno va improvisando, pueda ver dónde está la historia, de qué está hablando esto que estamos improvisando, e ir directamente a eso sin ponernos de acuerdo de antemano. Cada uno está sentado en su silla y vamos saliendo, y a medida que el actor va haciendo, nosotros nos vamos enterando también, junto con el público, de qué es lo que está haciendo, qué personaje intenta hacer, qué quiere contarnos. Y vamos sumando a esa historia.
Hace diecisiete años que Oski Guzmán está relacionado con el teatro de improvisación, lo que –asegura– le enseñó que “en la improvisación no podés prever las reacciones del público, tenés que ver de qué se trata cada noche, qué es lo que hay que contar, y la efectividad en improvisación es poder descubrir eso. El hecho teatral para nosotros se potencia de una manera muy contundente, porque la función se hace entre el público y los actores, y no es por ponerle un título, o decir un nombre; eso es formal. El actor, si no está dispuesto a escuchar lo que sucede con el público”, explica. Y da un ejemplo de cómo trabaja: “Si acá hubiera una foto para vos es una foto cualquiera, y si yo te digo que este tipo que está sonriendo y abrazado con otra persona es un asesino, vos decís ‘¿Cómo?’. Lo que significa empieza a abrirse de una manera que en el campo profesional es vasto y rico. Hay una máxima que uso para mis talleres: el improvisador frente al abismo no piensa en la posibilidad de caer, sino en la probabilidad de volar. Entonces, su actitud frente al trabajo nunca es ¿y si no me sale?, sino que siempre es que lo que va a salir me va a hacer volar, encontrar más allá algo que no esperaba”, apuesta.
–¿Cómo se hace para hacer una función de teatro guionado y a las dos horas improvisar?
–Hay un cambio en la cabeza, que tiene que ver con que en El batacazo, o cualquier obra, fue ensayada, frente al abismo también del texto, porque de nada vas creando situaciones. Fue ensayada de esa manera para que cada momento cuente lo que cuenta. Y cuando estás frente al público tiene un ciento por ciento de efectividad, o es lo que intentamos. Vamos a hacer efectivo lo que ensayamos. Cuando salgo de ahí y voy a Somos nosotros, no puedo buscar la efectividad. La improvisación se te escapa de las manos; es como un pez. Decís “está el pez ahí, meto la mano y lo saco”. Y cuando metés la mano, se fue. Así es la improvisación: cuando creés que la controlás, no te sale. Y sin embargo se asimila mucho más que cualquier otra forma teatral, porque la improvisación se inyecta en el público desde la imaginación, desde la percepción, y desde la intuición.
–¿Cuándo supiste que querías ser actor? En alguna entrevista dijiste que el humor te permitía “poder tocar a las chicas” porque las hacías reír...
–Qué lindo sería que por darme cuenta de que si hacía reír a una chica la podía tocar, diga que me voy a dedicar al humor para tocar chicas (risas). Siempre el cuerpo llega antes que la cabeza. Yo ya había elegido casi inconscientemente que quería ser actor, y también me había dado cuenta inconscientemente de que si las chicas se reían las podía abrazar, las podía tocar, podía agarrarles la mano. Con el tiempo, uno va mirando para atrás y llega a este tipo de conclusiones maravillosas, que se la comenté a no me acuerdo quién y me dijo “¡Buenísimo!” Y me pidió que algún día lo dijera en una nota... Y también te digo, mirando para atrás, que yo creo que la impro te da la posibilidad de poder ver las cosas como son.
–Tu personaje en El batacazo siempre está quejándose de que tiene mala suerte. ¿Cuánto hay de trabajo y cuánto de suerte en el trabajo de actor?
–De trabajo hay ciento por ciento. Todo. Esto me lo enseñó Horacio Guevara, un amigo del Conservatorio: yo le decía que estaba medio mal porque no laburaba, y él me contestaba: “Estás acá de las ocho de la mañana hasta las dos de la tarde todos los días, después te quedás a hacer escena, después vas a clase de folklore para reforzar, ¿y decís que no estás laburando? Eso es trabajo”. Y tenía razón. Un actor nunca deja de trabajar. Jamás. Y toda esa preparación te da la pauta cuando estás en la calle, con la gente, de poder ver y aprender de la misma gente las cosas que suceden. Y cuando encarás una obra como El batacazo, donde mi personaje tiene mucho de lo que yo vi en los subtes, en la calle, voy trabajando y van apareciendo cosas que yo grabé en el cuerpo. Yo me tomo el subte a las siete de la tarde y voy como sardina, y esas cosas enseñan. Enseñan a escuchar a la gente, a palpitar como la gente, a conocer sus miedos. En definitiva, a ser el artista que sos para tu pueblo.
* El batacazo se presenta los viernes, sábados y domingos a las 21 en Chacarerean Teatre, Nicaragua 5565, y Somos nosotros, los viernes a las 23, en El Portón de Sánchez, Sánchez de Bustamante 1034.
Fuente: Página 12
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