martes, 3 de marzo de 2009

“Me dio miedo hacer la obra porque era un unipersonal”

BUENOS AIRES
JAVIER VAN DE COUTER
Protagoniza La noche que Larry Kramer me besó, una pieza que expone con crudeza el mundo homosexual y las heridas que dejó el sida. Cuenta cómo encaró el papel y lo difícil de estar solo en el escenario.
Por Julia González
La noche que Larry Kramer me besó, de David Drake, se erige como un texto político y expone de forma sarcástica las heridas que dejó el sida a finales de los ’90. La obra fue escrita en 1992 y estrenada dos años después. En aquel entonces, la enfermedad se presentaba como terminal y aunque hoy en día es crónica, el tema no pierde vigencia en nuestra sociedad. La pieza es emotiva y fuerte a la vez, ya que Drake da lugar tanto a los recuerdos como a lo más salvaje del mundo homosexual. Javier Van de Couter es el encargado de llevar adelante este unipersonal, que Drake escribió para actuar él mismo. En escena se lo ve íntegro, representando cada una de las historias de un personaje que siempre se supo gay. Apoyado certeramente por la escenografía y la música, Van de Couter se carga al hombro una hora y cuarto de monólogo, en donde las emociones transitan por la bronca, la agresividad y la tristeza, pero sólo son un paso más en la búsqueda del amor.

–¿Cuál fue tu impresión de la obra cuando la leíste?


–No bien la recibí de manos de [Ricardo] Manetti, el productor, me encantó, me pareció un texto muy inteligente, que decía algo. Más allá de ser un texto teatral y una dramaturgia, tenía una profundidad que tenía que ver con la crisis del sida, con los derechos humanos, con la discriminación. Entonces no era sólo abordar un texto y un personaje, sino también decir algo con la obra. Y eso fue una de las cosas que más me interesó, al margen de ser un unipersonal y ver si estaba a la altura de las circunstancias. Me impactó lo que se dice y cómo se dice porque es un texto muy inteligente, tiene humor, tiene profundidad, si bien habla de la ausencia, que son cosas que podemos reconocer todos, habla de la muerte, del miedo, del sexo. Es una obra que lo plantea con humor en muchos de los cuadros y eso hace que el texto sea súper accesible para todo el público. Bueno, para un público adulto, así que básicamente fue eso: la importancia del texto radicó en la potencia del texto. Está bien escrito y todo lo demás, pero fue un autor que escribió para actuarlo él. Entonces uno agarra un texto adaptado de otra época y qué sé yo. Sí, el texto es importante, pero básicamente me impactó poder decir esto y al mismo tiempo, si bien fue un texto que se escribió en el ’92 y David Drake la estrenó en el ’94, muchas de las cosas que están relacionadas sobre todo con la enfermedad, por suerte han cambiado radicalmente, y las represiones policiales no son como eran en el ’69. Y además el texto tiene mucha importancia porque nos muestra cómo fuimos como seres humanos y de algún modo apunta a ver cómo vamos a ser, cómo estamos y cómo seremos. Entonces permite una visión optimista del ser humano para empezar a despojarnos de esas miserias también. Aparte era un unipersonal, yo nunca había trabajado en ese formato y me pareció interesante poder abordarlo.

–¿Te costó componer el personaje?


–Sí, porque es un personaje que vendría a ser David Drake, el autor, en realidad. Al no trasladarse a Buenos Aires o a un pueblo de la Argentina, él va de su Baltimore natal a Nueva York, eso se respeta. Tiene muchas cosas de las comedias musicales, y el encuentro con Nueva York, y la discriminación de sus padres. Yo siempre busco, cuando encaro un personaje, ver qué hay adentro mío que me identifique con él, pero después había mucha información desde organizaciones como Act Up, que es la que impulsó Larry Kramer y le da título a la obra. Kramer fue un impulsor, un dramaturgo militante, y yo tenía un conocimiento muy vago sobre él. Hubo que ponerse a trabajar mucho y a analizar el texto, y fue difícil encararlo también por eso de la soledad escénica. Estoy solo en el escenario tratando de tener la atención del espectador, es hasta una cuestión técnica por un momento, más allá de poder transitarlo con mayor emoción, el desafío era cautivar a la platea como para tenerlos ahí. Eso fue una duda que tuve hasta el estreno y todavía la obra se está afianzando y aún está en proceso. Pero con el personaje la verdad que sí tuve momentos de mucha distancia y momentos donde prácticamente no había diferencia, porque aparte estaba ensayando todos los días una cantidad de horas que hizo que lo entendiera mucho al personaje. Me dio miedo hacer la obra porque era un unipersonal, porque habla de un montón de cosas que yo creía que había que adaptar o tocar para resignificarlas. Pero sentí también, al mismo tiempo, que era un personaje que yo podía hacer. A veces te cae un personaje que decís “está buenísimo, pero no es para mí”, por más que desde el ego o la ambición se quiera realizar. Y en un punto yo la empatía con el personaje la sentí.

–¿Y cómo te llegó la propuesta para hacer la obra?


–Estaba haciendo fila para entrar en un espectáculo del Konex y Ricardo Manetti estaba con Martín Alomar, que son el productor y el director, y ellos habían visto Un año sin amor y habían visto Cara de fuego (una obra que hice en el Konex con Belén Blanco y Nazareno Casero el año pasado), también Danton habían visto. Tuve la suerte de que me habían visto en laburos diferentes, muy variados, y sé que ellos habían hecho la propuesta a un par de actores. Hace diez años que Ricardo quería hacer esta obra. Algunos no aceptaban, otros no podían; entonces habían pensado en mí y estaban por decidir si me llamaban, y creo que esa tarde justo habían estado hablando de eso y me encontraron de casualidad en el Konex haciendo la fila para entrar a ver una obra que ellos producían. Entonces me llaman al costado y me dicen: “Mirá, queremos hacer una obra hace mucho tiempo y pensamos en vos y justo te vemos acá”. Yo ya había hecho un casting para las tragedias del Konex y con Martín nunca había trabajado. Enseguida me interesó y leí el texto y sentí que podía hacer el personaje, más allá del terror que me daba estar solo en escena. Pero sentí que ellos tenían muy claro lo que querían hacer. Entonces me mandé.

–El apoyo que dan las proyecciones y la música es relevante en escena…


–Por suerte estoy muy contenido en esa forma, no es un unipersonal-monólogo, relatando todo el tiempo al público. Eso está buenísimo porque me contiene. Pensá que el texto son cuarenta hojas. Es una hora y cuarto hablando, un montón. Y entonces, por suerte, la puesta que armó Martín me contiene en esa forma y también le ofrece algo al espectador. La música (de Leo García) está buenísima. Martín también viene del videoarte, del cine y de las instalaciones y todo lo que es técnico, porque integrar todo lo que es teatro con lo visual y con las proyecciones muchas veces tiene que ser muy prolijo. Me parece que es novedoso eso de integrar el video ya grabado que se proyecta, con la imagen en sombra que va en vivo, y que genera en una misma pantalla dos realidades distintas. Eso me gusta, que se vea que soy yo cambiándome, más las proyecciones que ya están grabadas. Esa mixtura le da la novedad a la cosa y no es simplemente una imagen proyectada. También te da el paso del tiempo.

Fuente: El Argentino

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