Agustín Alezzo es una de las personalidades más relevantes del teatro argentino. Incansable, tiene dos obras en cartel y prepara otra más. Director y docente, desde 2007 abrió su estudio al público y lo convirtió en sala teatral. Aquí, reivindica el rol del autor y dice que "la palabra mueve la acción".
Por: Diego Manso
Agustín Alezzo podría descansar en los laureles. A esta altura de la soirée, su nombre no necesita más cocardas ni ratificaciones para ser considerado todo un emblema en la historia del teatro argentino. Proviene de una tradición profunda, la que germinó en "Nuevo Teatro", ese grupo que a mediados de los cincuenta encabezaron Alejandra Boero y Pedro Asquini en un local de la calle Maipú, y de sus estudios con Hedy Crilla. De aquel pasado como actor, dice, apenas queda el recuerdo. A partir de 1968 –cuando estrenó en el Payró La mentira, de Natalie Sarraute–, dirigir se convirtió en una de sus dos pasiones. La otra, claro, es la docencia, que también ejerce hace más de cuarenta años y le ha reportado un extenso prestigio entre los maestros de habla hispana.
Pero Alezzo, dijimos, no descansa en su consabida autoridad. Trabaja aun como en tiempos de sus primeros palotes escénicos, con la misma prolífica intensidad. Ahora mismo, tiene dos espectáculos en cartel y prepara un tercero. Viene de dirigir a Julio Chávez en Yo soy mi propia mujer, un texto de Doug Wright que fue suceso en la calle Corrientes y que deparó a intérprete y director una lista interminable de premios, y Otros tiempos de vivir, de Thornton Wilder.
El lector puede encontrarse hoy con Rose, una obra del estadounidense Martin Sherman que interpreta la enorme –enormísima– Beatriz Spelizini y con Cena entre amigos, de Donald Margulies, un trabajo que Alezzo codirigió con Lizardo Laphitz en la recién inaugurada sala "El duende", un sueño largamente acariciado por el director. Muy pronto, estrenará en Andamio 90 El rufián en la escalera de Joe Orton, un autor de obra breve pero contundente que Alezzo ya abordó en 1971, a través de Botines, éxito de entonces en la sala Planeta, donde Dora Baret ofrecía una participación antológica en el rol protagónico.
Descubrimiento de un mundo
-¿Encuentra diferencias entre sus alumnos del momento en que empezó a dar clases y los de ahora?
-Bueno, hay diferencias en el nivel cultural. En aquella época la gente leía mucho... Me acuerdo, cuando nosotros estudiábamos, que cada estreno en Buenos Aires era motivo de discusión. Yo tengo alumnos que no han visto jamás un espectáculo mío. Eso es insólito.
-Gandolfo decía, al final de su vida, que sus alumnos tenían una enorme dificultad para representar el amor...
-Es verdad, lo percibo permanentemente. No es un tema que aparezca en los trabajos...
-Y no es un tema menor de la vida...
-De ninguna manera, y es llamativo, ahora que lo pienso...
-¿Y por qué pasará eso?
-No lo sé. Tal vez el romanticismo sea algo de otra época...
-O a lo mejor ahora mismo el amor sea tan descartable como cualquier otro producto del mercado...
-Tal vez.
-Viendo su puesta de "Rose" encontré una suerte de manifiesto contra el que parecería ser el gran problema del teatro independiente: actores sumidos en un registro costumbrista, desacostumbrados a decir textos...
-Es cierto, eso sucede. Con mis alumnos insisto para que eso no pase... Pero ese fenómeno que describís tiene que ver con la televisión, con actores que no mueven la boca prácticamente, que hablan como en la vida. Será que el lenguaje ha perdido significado... En "Cena entre amigos" los actores no balbucean, hablan. Es que la palabra en el teatro, quizá sea lo más importante. Es lo que mueve la acción.
-Hay directores hoy día que dicen que el texto es el vampiro del actor...
-Eso es una profunda estupidez.
-Pero la mitad del teatro independiente de Buenos Aires está construida sobre actores que generan su propia dramaturgia...
-Sí. Eso tiene varias causas. En principio, en los ochenta, empezó a surgir el teatro de la imagen, que también –hay que decirlo– dio cosas muy interesantes. De pronto, yo siento que los directores y actores dejaron un poco de lado el texto. Por otro lado, comprar derechos de autor extranjero es muy caro en Buenos Aires, entonces eso lleva a que muchos grupos traten de generar sus propias obras. Yo creo que el autor es el elemento fundamental. Ahora, implica un trabajo diferente el trabajar sobre un material propio que sobre uno ajeno. Uno tiene que meterse en él, empezar a generar todos los elementos que den vida a ese pensamiento que el autor quiere transmitir. Se descubre un mundo. Hay que tener ganas de tomarse ese trabajo. Como se aborda un material propio se conoce el camino que se transita sobre el escenario, porque estoy "haciendo de yo mismo". Es muy diferente.
-Lo que sucede es que prácticamente no quedan meros puestistas, porque cada cual escribe y dirige su propio material.
-Ese es el problema. Yo me acerqué en una oportunidad a un autor joven, del que cual me había interesado una pieza que escribió, y le dije que me gustaría mucho dirigirla. Me contestó: "vamos a ver"...
-Qué extraño...
-No sé si es extraño. A lo mejor, soy de otra época y tengo criterios antiguos.
-¿Tiene cosas escritas? ¿Reflexiones personales sobre el trabajo?
-No, la verdad que no. Tampoco tengo ilusión de dirigir alguna obra determinada. No tengo asignaturas pendientes. Aprendí con los años a no hacer planes, porque nunca resultan. Siempre se acaba haciendo algo diferente a ellos. Hago lo que me gusta y lo que me interesa en el momento que se presenta.
-¿Cómo es su relación con sus colegas?
-Tengo muy buena relación con todos. Yo estoy en el teatro para distenderme y hacer cosas. No me molesta que existan otras corrientes...
-¿De los directores más jóvenes hay alguien que le interese especialmente?
-A Bartís lo valoro mucho. Y después Claudio Tolcachir... Me gustó mucho cómo estaba dirigida por Cristian Drut una obra de Jean-Luc Lagarce. Después hay directores que directamente no me interesan, que son los que pretenden ser originales con formas viejas como si fueran nuevas...
La escena fue la primera vocación de Alezzo. Sus padres tenían un negocio de venta de cachemires ingleses en el centro y la visita al teatro era una salida común para la clase media. Los tiempos han cambiado y, quién sabe cuántos de los jóvenes que hoy se acercan a su estudio (o a los de cientos de profesores que pululan por Buenos Aires) llegan animados por la experiencia de las tablas. Más bien es la televisión la que estimula sus perspectivas de futuro. En ese sentido, la figura de Alezzo funciona como evidencia de que la disciplina es la primera condición del arduo trabajo del actor. "Hay gente que viene un año a estudiar conmigo, otro con Bartís, otro con Norman (Briski)...", dice Alezzo, tal vez apenado por estos tiempos de diletantismo donde la experiencia se acumula por variedad y no por profundidad. Palabra de maestro.
Fuente: Revista Ñ
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