No recuerda travesuras, tampoco envidia la rebeldía. Dejó Derecho para hacerse cargo del artista que quería ser.
Por Silvina LamazaresDueño de una memoria emotiva que es capaz de recordarle al alma aquello que sintió cuando tenía 21 años, aventura que "lo que viene es un relato un poco mágico: con unos compañeros de Derecho teníamos un grupo de teatro y nos presentábamos en salas alternativas, pero un día nos propusieron llevar el espectáculo a un colegio que tenía un escenario fantástico. Era la primera vez que pisaba uno así, tan equipado. Era una mañana, la sala estaba vacía, había cierta oscuridad, un silencio notable. Miré para arriba, vi la parrilla de luces, las cortinas que colgaban pesadas, preciosas y sentí una emoción muy inexplicable y una sensación que jamás perdí... Y es que ésa era mi casa". El relato "un poco mágico" es de Luis Agustoni, el hombre que habla en su propia casa. La que montó una escalera arriba de su propio teatro.
En la planta baja, entonces, funciona "El ojo", a 13 cuadras y casi 40 años de distancia del escenario conceptual en el que empezó a hacerse cargo de su vocación. Hasta ese día, era sólo el estudiante de Abogacía que cada tanto actuaba en Antígona, de Jean Anouilh. Pero aquel instante fue revelador para que "a los 26 años tomara la gran decisión de mi vida. Y ahí la vida se disparó hacia un lado que no era el previsto. Y la puso en eje. Yo me encontré a mí mismo como persona cuando resolví ser artista y dedicarme al teatro. Lo que pasa es que yo pertenecía a una familia de clase media profesional y mi destino era la carrera universitaria y el doctorado en alguna profesión liberal. No es un mal destino, pero definitivamente no era el mío".
Ahora, frente a un sabroso café que invita la casa —o el teatro, da igual—, cuenta que haber decidido qué nuevo camino construir sobre viejas fundaciones lo llevó "a rebelarme contra mi familia... Más que una rebelión fue una terca voluntad de hacer lo que yo quería y no lo que querían los demás. Fue algo que me alienó durante un tiempo, hasta que después la relación se recompuso. Pero con mi padre tuve muchos encontronazos al principio..."
¿Y después terminó presentándose como "soy el padre de Agustoni"?
Mirá, a mí me fue bien de entrada y a poco de haberme dedicado a esto estaba en Las brujas de Salem, con Alcón a la cabeza, en la calle Corrientes. Como mi apellido empieza con A, había un cartel que decía "Alfredo Alcón, Luis Agustoni...". Yo hacía un papel muy chiquito, pero papá, médico y en contra de todo este asunto, fue y le sacó una foto.
La anécdota le provoca una de las muchas carcajadas que iluminan un rincón de "El ojo", donde presenta Sombras en la mente, la obra que escribió y actúa todos los sábados a la noche.
Director, actor, dramaturgo y maestro de teatro, dice que de ese niño que fue se reconoce "en una reconcentración de la energía, en una especie de laboriosidad, en una vida muy regulada por normas y principios que me vienen de familia. He sido el chico más obediente y disciplinado del planeta. Pero, ojo, que no tuve necesidad de envidiar al rebelde".
Jugador de rugby, buen alumno, "aplicado y muy educadito", a los 12 años sintió "el estallido de la imaginación, a través del cine y las novelas. Y nació una vocación que fue muy potente: yo dibujaba mucho cuando estaba solo y me apasioné por la historieta. Fue la gran época de Héctor Germán Oesterheld —maestro del género, creador de El eternauta, desaparecido en 1977— y eso me inspiró tanto, que cuando escribí mi primera obra (Los ojos del día), muchos años después, se la dediqué a Oesterheld, porque él fue, aunque no llegué a conocerlo, el autor de mi estallido (ver Su Orson Welles)".
Creador de Los lobos y director de las imbatibles Brujas, se anotó en Derecho, más por mandato que por elección, y "cuando me faltaban ocho materias para recibirme, dejé la carrera". Esa toma de decisión —casi un desafío repetido en su hoja de ruta— también la guarda en algún dobladillo de la memoria: "Estaba en un bar con Francisco Javier, uno de mis dos maestros —el otro, un clásico, Agustín Alezzo—, y en un momento le dije que me faltaba poco para recibirme pero que no quería seguir y que no sabía qué hacer... Me miró y me dijo Yo también estudié Derecho. Y cuando me faltaban cinco materias dejé. Para mí fue una conmoción. El era como una figura paterna que en ese instante me estaba diciendo yo estuve donde vos estás. Mientras él hablaba yo tomé la decisión. Cuando pagué el café, ya no era más estudiante de Derecho".
Obesionado como artista por "las conductas humanas y por cómo funcionan las personas, desde el fondo del alma", Agustoni confiesa ser un "tipo que llora como loco", al que le gusta conmover con cada puesta. O con cada ritual. Como aquel que repite en cada estreno: "Yo la llamo la ceremonia del saludo. Todos nos abrazamos entre sí... Porque si los cuerpos no se encuentran, las almas tampoco". Palabra de un hombre que supo romper a tiempo con la obediencia.-
Fuente: Clarín
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