Roberto "Tito" Cossa habló de su posicionamiento político frente a los temas de actualidad.
Le preocupa el hábito del zapping, critica al cine nacional que “no cuenta historias”, y dice que el teatro nunca fue popular.
Roberto Tito Cossa es uno de los dramaturgos más reconocidos de la Argentina. Sus aportes a la cultura y su lucha por los derechos humanos lo consagraron ciudadano ilustre de la Ciudad de Buenos Aires en 2007. Actualmente, preside la Sociedad General de Autores de la Argentina (Argentores).
–¿Qué es hoy para usted la cultura popular?
–En principio, a mí la palabra popular me resulta compleja. Popular es aquello que expresa el pueblo, lo que expresa un valor. En lo que conozco, que es el teatro, esa idea de la década del ’20, de un teatro obrero, para los obreros, ya no existe. Sí puede haber un trabajo desde los sindicatos con muestras organizadas. Pero pretender que los obreros se empilchen los sábados a la noche para ver una obra de Beckett... El teatro al que conocemos por popular, sería el destinado, en verdad, a las clases más bajas. Pero el teatro no es popular. Es popular el teatro de revista, que la gente iría a ver, pero la entrada es muy cara. Pero también puede verlo en televisión. El teatro que hacemos nosotros es minoritario. Incluso es más minoritario hoy que hace años atrás. Estimo que no serán motivos del teatro, sino motivos políticos. Cuando vino la dictadura éramos los únicos que hablábamos un poquito y se llenaban los teatros. No eran teatros como los conocemos ahora. Era ir a ver teatro, pero también hacer la resistencia. Hoy ya la muleta política no está, ahora el teatro tiene que mostrarse como teatro, hable de política, de amor o de lo que sea.
–¿Cómo definiría a su obra?
–Yo soy un autor que tengo una pata en cada lado: soy un autor popular y soy también del teatro independiente.
–¿Y cómo ve al teatro argentino actualmente?
–Lo veo encarrilado. Lo que pasa es que es un fenómeno notable el de la cantidad de salas. Esto se da en muy pocas partes del mundo. Los europeos ricos nos envidian. Allá si no hay mucho dinero no se hace teatro, hay que hacer un teatro más sostenido por el Estado para cobrar el subsidio. En cambio acá los grupos jóvenes hacen teatro y pueden juntar dinero. Es un fenómeno que hay que ubicarlo. Es decir, tienen un éxito los teatros independientes, manteniendo la vieja denominación (no me gusta esto de ahora del off), no pasa de las tres funciones en sala chica. Los éxitos de la década del ’60, desconocidos todos pero que se empezaba a comentar: “Mirá, hay una función así en una sala chiquita”. Eran ocho funciones por semana, de martes a domingos. Es decir, se ha produciendo un fenómeno distinto. Pero es mucha más la cantidad que hay ahora que en otra época. Yo veo que hay varios públicos. Uno es el habituado al teatro independiente, que creo a veces miente cuando dice que no le gustan algunas cosas, tipo poses. Luego está el público de clase media que va al teatro por una obra premiada o un actor muy conocido.
–Sin embargo, hubo obras suyas muy exitosas, de gran concurrencia de público.
–No sé cuántos espectadores fueron a ver, por ejemplo, La Nona, eran muchos. Aún así no todos los días llenaba una sala de 500 localidades, pero la llenaba los sábados y los domingos. Pero suponía, en esa versión, en esa temporada –yo nunca hice la cuenta–. Un gran éxito en el teatro hoy, de esos que se habla, son 50 mil espectadores, 60 mil, hablo del teatro de arte, del que tiene una pata en cada lado; y la revista, que lleva muchos más. Olivera me decía que la última vez que pasaron La Nona por Canal 13 tuvo 16 puntos de rating, un millón 600 mil espectadores; entonces, son códigos tan diferentes. Ahora yo a veces veo cosas más experimentales para nosotros, más para adentro del teatro, hay cosas muy buenas, me interesan mucho, de las que no quiero privarme. Pero si medimos lo popular por la cantidad, yo creo que donde se encuentra esa ecuación es en la música, en los recitales, en el rock, ahí es donde realmente está la gente y la mayoría lo consume.
–¿Y el cine?
–Este cine que se está haciendo ahora, lo veo con directores que no cuentan historias. Sí veo películas bien filmadas, bien actuadas, sólidas desde ese punto de vista, pero con historias que no concuerdan y la prueba son los pocos espectadores que tienen. Algo pasa.
–¿Por qué?
–Yo insisto en que lo que hace el arte, la cultura, costea sobre el subconsciente colectivo de la gente, y lo que recibe hoy mayoritariamente es la televisión, o es un cine totalmente catástrofe, ligado al formalismo, a la seducción por la imagen cualquiera sea, para una película de aventura, para una película de amor, eso a mi me preocupa, como me preocupa la cultura de este gran invento, del zapping, esta cosa del espectador de no detenerse un rato en algo que de pronto lo puede haber agarrado y como la primera imagen no le gustó, es decir, este hábito frente a la televisión; yo siempre hago la broma, en teatro no puede pasar, te sentás ahí y aguantátela, por eso tratemos de hacer cosas que gusten, porque si no somos muy autoritarios con esto. El espectador se está habituando a ese poder que tiene, ¿no? Yo estoy muy preocupado pero no tengo elementos, no soy director de un equipo de teorías que me puedan llevar a saber más de esto. Pero, por otro lado, en otro plano se avanza, es decir, la conciencia de los derechos humanos, de la importancia de la cultura, por lo menos la superestructura. Esto de pronto puede dar lugar a una política de Estado sobre la cultura, que sería para mí lo deseable. Y eso puede hacer llegar, si se hace inteligentemente, el arte no sólo para observarlo, sino también para crearlo, a sectores más populares, más desligados. A mi no me parece grave que a alguien no le guste la sinfonía de Beethoven, tiene todo el derecho, lo grave es que a alguien que le podría gustar nunca tenga la posibilidad de escucharla. Sobre eso hay que trabajar, pero bueno, con gente que realmente conozca el tema habría que diagramar una política y generar los recursos para que esa política se haga.
–En Carta Abierta, de la que usted participa, confluyen intelectuales y artistas que aunque con una postura crítica, rompen con la posición de distancia que muchas veces estos sectores mantuvieron con el poder. ¿Por qué?
–Yo creo que Carta Abierta salió por la sensación de amenaza que había, no sé si a la estabilidad del gobierno pero sí a la pérdida de cosas que se habían logrado. Creo que todos estábamos muy inquietos, muy preocupados. De manera que fue muy bueno, muy positivo que surgiera este grupo. Yo, lamentablemente, he participado poco firmando y adhiriendo, no asisto a las reuniones porque los días sábados son mis jornadas de trabajo en el teatro. Pero creo que hay que romper ese malentendido que hay entre políticos y artistas respecto a acercarse, dialogar con un gobierno para reclamar cosas necesarias. Porque los políticos primero desconfían, no los conocen, sienten que tienen mirada crítica, cosa que es verdad, pero creo que es culpa de las dos partes, ¿no? Los políticos que, primero, en su gran mayoría, no consumen arte, no van al teatro, no van al cine de arte, no van a exposiciones de pintura, no leen novelas, de manera que ya tienen una primera distancia, que es no saber. Porque si les gustara mucho una novela de un autor determinado de pronto les interesaría conocerlo. Y aparte tienen una mirada sobre la cultura elitista. Entonces no entienden –y esto me cansé de decírselo al presidente en una reunión que no tenía nada que ver, pero metí el bocadillo– que la cultura trabaja sobre el imaginario popular. Es decir, que no es inocente, no es un poema, un libro, una canción, una música –sobre todo esa música de hoy que tiene más llegada a los jóvenes.
–Romper el miedo a quedar pegado...
–Así es. Si la presidenta convocara a una reunión de gente renombrada de la cultura para hablar sobre este tema a mí me parece que hay que ir, es un disparate no ir. Claro, no significa ni ser kirchnerista ni peronista ni radical ni nada. Simplemente es decir: al gobierno, que tiene los instrumentos y los recursos para apoyar la cultura y el arte, hay que decirle cómo y hay que apoyarlo.
–Volviendo al actual momento político del país, ¿qué piensa de las clases medias que en su gran mayoría parecieran seguir fascinadas con un modelo de país que en la práctica siempre la terminó perjudicando?
–Bueno, una de las cosas que pasaron es la, no sé si llamarla derrota, pero por lo menos sí la derrota de la utopía socialista. No es un dato menor que en los últimos 20 años, luego de la decadencia del sistema soviético, todos los que soñábamos con el socialismo ya lo veíamos imposible, hay muchas maneras. Una es decir bueno, cambiemos la estrategia, otra es decir, bueno, bajemos los brazos. Entonces muchos más los sectores populares, que llegaban a ese proyecto de una manera más primaria, más sentimental, con más conciencia de clase, cuando se suponía que los sindicatos eran de una manera, que en las fábricas había un debate. Estaba leyendo hace poco una nota sobre el Cordobazo, cómo pasaban esas cosas. Pero bueno, este es un fenómeno mundial, partamos de esa base. Acá se da de maneras particulares por el fenómeno peronista, acá actuamos de una manera diferente, a veces mejor, pero diferente. Y por supuesto, el discurso liberal ha calado tan profundo que revertirlo va a depender del éxito de determinadas políticas. Si Aerolíneas, por ejemplo, recuperada, realmente empieza a funcionar bien; si se hiciera una política similar con YPF, con los ferrocarriles, bueno, entonces, tal vez se pueda. Yo no lo veo tan probable, ni tan inmediato.
Ahora, cambiar a la clase media es un tema cultural. Qué apareció en el subconsciente de esa gente, que no es toda la clase media pero es una buena porción: una actitud fascista. Esto es lo grave, no es que defiendan al campo, detrás de eso, por debajo y sin que lo dijeran del todo, a medias palabras y a medio tono, apareció una cosa muy fascista, racista, xenófoba, es decir, machista, toda esa cosa… Este anticristinismo tiene una cosa fascistoide, eso es lo grave.
Fuente: Sur
–¿Qué es hoy para usted la cultura popular?
–En principio, a mí la palabra popular me resulta compleja. Popular es aquello que expresa el pueblo, lo que expresa un valor. En lo que conozco, que es el teatro, esa idea de la década del ’20, de un teatro obrero, para los obreros, ya no existe. Sí puede haber un trabajo desde los sindicatos con muestras organizadas. Pero pretender que los obreros se empilchen los sábados a la noche para ver una obra de Beckett... El teatro al que conocemos por popular, sería el destinado, en verdad, a las clases más bajas. Pero el teatro no es popular. Es popular el teatro de revista, que la gente iría a ver, pero la entrada es muy cara. Pero también puede verlo en televisión. El teatro que hacemos nosotros es minoritario. Incluso es más minoritario hoy que hace años atrás. Estimo que no serán motivos del teatro, sino motivos políticos. Cuando vino la dictadura éramos los únicos que hablábamos un poquito y se llenaban los teatros. No eran teatros como los conocemos ahora. Era ir a ver teatro, pero también hacer la resistencia. Hoy ya la muleta política no está, ahora el teatro tiene que mostrarse como teatro, hable de política, de amor o de lo que sea.
–¿Cómo definiría a su obra?
–Yo soy un autor que tengo una pata en cada lado: soy un autor popular y soy también del teatro independiente.
–¿Y cómo ve al teatro argentino actualmente?
–Lo veo encarrilado. Lo que pasa es que es un fenómeno notable el de la cantidad de salas. Esto se da en muy pocas partes del mundo. Los europeos ricos nos envidian. Allá si no hay mucho dinero no se hace teatro, hay que hacer un teatro más sostenido por el Estado para cobrar el subsidio. En cambio acá los grupos jóvenes hacen teatro y pueden juntar dinero. Es un fenómeno que hay que ubicarlo. Es decir, tienen un éxito los teatros independientes, manteniendo la vieja denominación (no me gusta esto de ahora del off), no pasa de las tres funciones en sala chica. Los éxitos de la década del ’60, desconocidos todos pero que se empezaba a comentar: “Mirá, hay una función así en una sala chiquita”. Eran ocho funciones por semana, de martes a domingos. Es decir, se ha produciendo un fenómeno distinto. Pero es mucha más la cantidad que hay ahora que en otra época. Yo veo que hay varios públicos. Uno es el habituado al teatro independiente, que creo a veces miente cuando dice que no le gustan algunas cosas, tipo poses. Luego está el público de clase media que va al teatro por una obra premiada o un actor muy conocido.
–Sin embargo, hubo obras suyas muy exitosas, de gran concurrencia de público.
–No sé cuántos espectadores fueron a ver, por ejemplo, La Nona, eran muchos. Aún así no todos los días llenaba una sala de 500 localidades, pero la llenaba los sábados y los domingos. Pero suponía, en esa versión, en esa temporada –yo nunca hice la cuenta–. Un gran éxito en el teatro hoy, de esos que se habla, son 50 mil espectadores, 60 mil, hablo del teatro de arte, del que tiene una pata en cada lado; y la revista, que lleva muchos más. Olivera me decía que la última vez que pasaron La Nona por Canal 13 tuvo 16 puntos de rating, un millón 600 mil espectadores; entonces, son códigos tan diferentes. Ahora yo a veces veo cosas más experimentales para nosotros, más para adentro del teatro, hay cosas muy buenas, me interesan mucho, de las que no quiero privarme. Pero si medimos lo popular por la cantidad, yo creo que donde se encuentra esa ecuación es en la música, en los recitales, en el rock, ahí es donde realmente está la gente y la mayoría lo consume.
–¿Y el cine?
–Este cine que se está haciendo ahora, lo veo con directores que no cuentan historias. Sí veo películas bien filmadas, bien actuadas, sólidas desde ese punto de vista, pero con historias que no concuerdan y la prueba son los pocos espectadores que tienen. Algo pasa.
–¿Por qué?
–Yo insisto en que lo que hace el arte, la cultura, costea sobre el subconsciente colectivo de la gente, y lo que recibe hoy mayoritariamente es la televisión, o es un cine totalmente catástrofe, ligado al formalismo, a la seducción por la imagen cualquiera sea, para una película de aventura, para una película de amor, eso a mi me preocupa, como me preocupa la cultura de este gran invento, del zapping, esta cosa del espectador de no detenerse un rato en algo que de pronto lo puede haber agarrado y como la primera imagen no le gustó, es decir, este hábito frente a la televisión; yo siempre hago la broma, en teatro no puede pasar, te sentás ahí y aguantátela, por eso tratemos de hacer cosas que gusten, porque si no somos muy autoritarios con esto. El espectador se está habituando a ese poder que tiene, ¿no? Yo estoy muy preocupado pero no tengo elementos, no soy director de un equipo de teorías que me puedan llevar a saber más de esto. Pero, por otro lado, en otro plano se avanza, es decir, la conciencia de los derechos humanos, de la importancia de la cultura, por lo menos la superestructura. Esto de pronto puede dar lugar a una política de Estado sobre la cultura, que sería para mí lo deseable. Y eso puede hacer llegar, si se hace inteligentemente, el arte no sólo para observarlo, sino también para crearlo, a sectores más populares, más desligados. A mi no me parece grave que a alguien no le guste la sinfonía de Beethoven, tiene todo el derecho, lo grave es que a alguien que le podría gustar nunca tenga la posibilidad de escucharla. Sobre eso hay que trabajar, pero bueno, con gente que realmente conozca el tema habría que diagramar una política y generar los recursos para que esa política se haga.
–En Carta Abierta, de la que usted participa, confluyen intelectuales y artistas que aunque con una postura crítica, rompen con la posición de distancia que muchas veces estos sectores mantuvieron con el poder. ¿Por qué?
–Yo creo que Carta Abierta salió por la sensación de amenaza que había, no sé si a la estabilidad del gobierno pero sí a la pérdida de cosas que se habían logrado. Creo que todos estábamos muy inquietos, muy preocupados. De manera que fue muy bueno, muy positivo que surgiera este grupo. Yo, lamentablemente, he participado poco firmando y adhiriendo, no asisto a las reuniones porque los días sábados son mis jornadas de trabajo en el teatro. Pero creo que hay que romper ese malentendido que hay entre políticos y artistas respecto a acercarse, dialogar con un gobierno para reclamar cosas necesarias. Porque los políticos primero desconfían, no los conocen, sienten que tienen mirada crítica, cosa que es verdad, pero creo que es culpa de las dos partes, ¿no? Los políticos que, primero, en su gran mayoría, no consumen arte, no van al teatro, no van al cine de arte, no van a exposiciones de pintura, no leen novelas, de manera que ya tienen una primera distancia, que es no saber. Porque si les gustara mucho una novela de un autor determinado de pronto les interesaría conocerlo. Y aparte tienen una mirada sobre la cultura elitista. Entonces no entienden –y esto me cansé de decírselo al presidente en una reunión que no tenía nada que ver, pero metí el bocadillo– que la cultura trabaja sobre el imaginario popular. Es decir, que no es inocente, no es un poema, un libro, una canción, una música –sobre todo esa música de hoy que tiene más llegada a los jóvenes.
–Romper el miedo a quedar pegado...
–Así es. Si la presidenta convocara a una reunión de gente renombrada de la cultura para hablar sobre este tema a mí me parece que hay que ir, es un disparate no ir. Claro, no significa ni ser kirchnerista ni peronista ni radical ni nada. Simplemente es decir: al gobierno, que tiene los instrumentos y los recursos para apoyar la cultura y el arte, hay que decirle cómo y hay que apoyarlo.
–Volviendo al actual momento político del país, ¿qué piensa de las clases medias que en su gran mayoría parecieran seguir fascinadas con un modelo de país que en la práctica siempre la terminó perjudicando?
–Bueno, una de las cosas que pasaron es la, no sé si llamarla derrota, pero por lo menos sí la derrota de la utopía socialista. No es un dato menor que en los últimos 20 años, luego de la decadencia del sistema soviético, todos los que soñábamos con el socialismo ya lo veíamos imposible, hay muchas maneras. Una es decir bueno, cambiemos la estrategia, otra es decir, bueno, bajemos los brazos. Entonces muchos más los sectores populares, que llegaban a ese proyecto de una manera más primaria, más sentimental, con más conciencia de clase, cuando se suponía que los sindicatos eran de una manera, que en las fábricas había un debate. Estaba leyendo hace poco una nota sobre el Cordobazo, cómo pasaban esas cosas. Pero bueno, este es un fenómeno mundial, partamos de esa base. Acá se da de maneras particulares por el fenómeno peronista, acá actuamos de una manera diferente, a veces mejor, pero diferente. Y por supuesto, el discurso liberal ha calado tan profundo que revertirlo va a depender del éxito de determinadas políticas. Si Aerolíneas, por ejemplo, recuperada, realmente empieza a funcionar bien; si se hiciera una política similar con YPF, con los ferrocarriles, bueno, entonces, tal vez se pueda. Yo no lo veo tan probable, ni tan inmediato.
Ahora, cambiar a la clase media es un tema cultural. Qué apareció en el subconsciente de esa gente, que no es toda la clase media pero es una buena porción: una actitud fascista. Esto es lo grave, no es que defiendan al campo, detrás de eso, por debajo y sin que lo dijeran del todo, a medias palabras y a medio tono, apareció una cosa muy fascista, racista, xenófoba, es decir, machista, toda esa cosa… Este anticristinismo tiene una cosa fascistoide, eso es lo grave.
Fuente: Sur
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