jueves, 20 de mayo de 2010

La lengua popular

El Salmón demostró en un impecable concierto que su idioma sencillo y accesible se solventa en pura complejidad y sofisticación, llegando a todos por igual… o por disímil.

"La vida no esta hecha de canciones / está hecha de pedazos de tormenta / está hecha de malditas sensaciones”. Ahí está, de chaleco y pantalón chupinado, dressed in black, con el cabello más corto, la cara más rellena pero la misma gran nariz judía del italiano de Belgrano. El tipo que se tiró por él del noveno (infierno de Dante) y emergió milagrosamente a lo alto de la montaña (de reconocimiento) y el olimpo del rock nacional.

Con total displicencia, el Cantante que ya no es el viejo Andrés (pero conserva las huellas dactilares ¿verdad?) y alguna vez fue Salmón que nadó contra la corriente out put-in put, surcando profundas aguas peligrosas, en la selva de su estudio Deep Camboya, en el inquietante corazón de las tinieblas, dice ahora que la vida no está hecha de canciones desde Mi rock perdido (dócil rockito de Los Rodríguez). Quizá diga la verdad-aunque seguido mienta-. Su vida hoy es otra: mujer, hija, constantes (auto) homenajes y gustos de sobreviviente.

El Teatro Argentino es sin dudas un lugar inusual para un concierto de rock, si eso vinimos a ver. Porque quizá sea un gran show familiar. Pero el escenario vestido discretamente con instrumentos y equipos valvulares, promete una escena exquisita. De hecho remite al Royal Albert Hall 1966, y la elegancia de la banda, más los inextirpables tics estéticos, musicales y corporales de Andrés, hacen que Bob Dylan sea una imagen ineludible.

Hay señoras, nenes, hombres de camisa, de pulóver al hombro, minitash, minitas, camisetas para todos y hasta los Estelares. El inicio con Jumping Jack Flash (clásico rolinga) demuestra que sí es un concierto de rock. Pero de escuela. Rock&roll High School. Los camaradas de Andrés ejecutarán con ortodoxo buen gusto cada nota, y la banda suena ajustada como los pantalones de su cantante.

A lo largo de la noche suenan Mi enfermedad, Flaca, Te quiero (en una versión que hubiera hecho el Dylan versión 2010), Tuyo siempre y ese arsenal de hits inapelables que pocos artistas de la historia de la música popular vernácula poseen. También habrá lugar para Los divinos y Me envenenaste, corte y adelanto respectivamente de Calamaro on the rock, tequila para celebrar le cumple del notable tecladista Tito D´avila, citas, intertextualidades (marca de fábrica de Andrelo) y covers (Get up stand up, de Marley, la ranchera Te solté la rienda, Volver y hasta I’ll be there de Michael Jackson, a quien pide reverencia y gratitud). La gente celebra todo: los tiene en el bolsillo desde el segundo tema cuando exigió con ademanes que el público se pusiera de pie y, al finalizar la canción, soltara: “No le hagan caso a nadie”. Advierte uno que este Calamaro, no sólo toma mate compulsivamente: también nos toma le pelo. Pero sutilmente.

Lo mismo da, pues todos están rendidos a su revitalizada gallardía, su carismática arrogancia y su verba tan lúcida como aleatoria. Ya no es el viejo Andrés, se ha dicho, y lo disfruta. Vivió las tumbas de la vida y del poeta maldito sólo le queda un repertorio descomunal en dimensiones e inquietante en sensaciones. Ahora es un entretenedor, un crooner (su registro de barítono y ciertas inflexione souleras transitan entre la jerarquía y el jugueteo ridículo).

Ya no toca su teclado: apenas la telecaster del toro español y en muchos temas hasta baila. Causa gracia y en algunos casos, cierto pavor. A mi lado una familia tipo (padre, mujer y dos hijos) acompaña tibiamente con sonrisas cada monería del showman y celebra esas que sabemos todos. Pero de a ratos, y por las bondades de una gira inusual, se abusa de nuestra guardia baja (asistíamos a un show ATP ¿no?).

Y cuando el jab de los hits nos aburre, disparará un cross que va directo a la mandíbula y al alma. “Estoy vivo y abro los ojos, compruebo que todo funciona / hay que vivir / no vale la pena sufrir / Hoy estoy para seguir” canta Andrés en Para seguir y así como responde que sí, ya está para grandes canciones, me pregunto si el padre del familia que ahora contempla en silencio, entiende aquello del día cambiado, y una tos en el cuarto de a lado, y las horas para escribir sin tratar de vivir. “Puede que consiga olvidar / puede que consiga recordar / o tal vez sea mejor así, no más / o tal vez no nos veamos nunca más” sorprende Andrés con All you need is pop, esa monumental oda llena de vacío, ardor y frío sobre el abadono. Y no sé si al gordo de al lado, ese que no para de sacar fotos digitales, alguna vez su mujer le dijo que las cosas no se arreglan con canciones.

“Algo me hace sentir inmortal, algo me hace bien y mal” y sí, mi colega de noche y tinta, ese que tampoco puede dormir sin pastillas amarillas ni maltas, está absorto y desarmado ante la crudeza poética e interpretativa. “Saco pecho y camino por el techo”(Ansia en Plaza Francia), desafía a su propia vulnerabilidad al Salmón, y la chica de cabellos de sol y los ojos más blues del mundo, en la otra punta del teatro, sabe mejor que nadie (incluso más que uno) que esta noche la espera una casa vacía.

A Dios damos gracias algunos, que la sorpresiva interpretación de No tan Buenos Aires (¿qué pensará esa morocha, que está más buena que comer con las manos, con su porte tan Wilkenny, de “mi afición suicida preferida, rock de verdad”?) se corte después de que se remita a la “ciudad que conozco de verdad / donde viven los míos / y los que ya no están”. Y esto es La Plata (The silver, dice el cantante). No es Buenos Aires, pero una ciudad además de cemento es carne y hueso y sangre, y los que no están, sonríen desde lo alto como nuestro capitán. Y así, entre fragmentos de emoción sin filtro, de subjetividad al palo, se pasa la noche.

Y la mayoría se va contenta: la familia, la morocha, el gordo sacafotos. Otros quedamos desencajados, inesperada o repetidamente vulnerados por dos o tres versos hirientes entre tanto tribuneo soft: mi colegas le apurado en busca de un trago, la chica de ojos blues tiembla por dentro y yo vuelvo a una casa vacía y fría. “Mañana será igual / otro día de esos grises / todo mal” (Comida china).

De un modo u otro, Calamaro se las ingenia para llegar a todos, según como (o no) lo estemos esperando. Es cierto que la vida no está hecha sólo de canciones. Está hecha de pedazos de tormenta, está hecha de malditas sensaciones, escribió Andrés. Pero esta noche comprobamos otra vez que nuestras vidas- en una pequeña pero significativa parte- también están hechas (y deshechas) por sus canciones.

R.G.M.

Fuente: Hoy

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