sábado, 6 de marzo de 2010

"Siempre quise ser Julieta"

Lidia Catalano-Foto. Asterisco

Lidia Catalano: El reconocimiento a quienes le enseñaron el oficio, el placer de la charla, la admiración por lo que desconoce, en fin, la inquietud como sendero de vida. Y la decisión de hacerlo por su cuenta, si nadie la convoca.

Por Jorge Belaunzarán

Dice que citó en la confitería El Greco de Rivadavia y Rojas porque le queda cerca de la casa, y como vuelve de un extensa jornada de grabación televisiva, allí puede relajarse antes de regresar definitivamente a su hogar. Luego de que el cronista coquetea con ella diciéndole que vivió cerca por un buen tiempo por eso de dar señales al entrevistado que permitan ganar su confianza, ella comenta, no sin cierto pudor, que de chica iba allí tomar el té con sus tías abuelas, esa costumbre que el tiempo cambió pero no desterró del todo. Entonces comentario abre un diálogo que no es el diálogo que convoca, pero qué bueno no ceñirse siempre a lo que convoca, y permitirse dejarse llevar, por más que no sea por unos minutos, sobre bueyes perdidos.

La excusa que convoca es Afterplay, la obra que protagoniza con Miguel Moyano, que la tiene entusiasmadísima, casi tan inquieta como se la puede imaginar en aquellas tarde de té con las tías, y al mismo tiempo tan contenida y tímida como cuando le tocó actuar con Alfredo Alcón y volaba de fiebre.

-¿Qué es lo que le despierta curiosidad como actriz?

-Me tiene que provocar curiosidad el texto que me llega a las manos. Si algo no me despierta curiosidad no lo hago. En este caso es Brian Friel, que es un irlandés que debe tener 81 años ahora, un amante enloquecido de Chéjov. Tomó dos personas de obras distintas y los juntó en un bar de Moscú de 1920. Primero me provoca porque agarró Sonia, de Tío Vania; y me provoca también la manera en que fue desarrollando para afuera a esta Sonia que estaba “sumisa”. Porque internamente uno no sabe lo que le pasaba. Tenía el deber de mantener toda esa finca, le giraba dinero al padre, que se hacía el artista y escritor en Moscú, y que se casa con una mujer de la misma edad que ella, que una mujer que cuando el padre muere, viene a vivir con ellos en Moscú. Y el amor que ella tiene por el doctor, Astrof, que le miente en Vania, y después se va con la otra. En el momento que comienza esta obra, que es una obra de cámara, que es chiquitita, que es para escuchar el texto a ver qué pasa, está en el ultimátum. Le dijo que tiene que sacar el trigo, la cebada, el maíz y plantar árboles. En coincidencia con que el médico Astrof al que ella ama locamente, siempre está hablando de los árboles que dignifican. Ahora esta mujer ya no tiene 19 años. Es muy grande. Y se encuentra con un hombre con el que puede hablar, puede reírse, puede relajarse de ese cumplimiento con esa tensión del amor que no se corresponde. Eso es una maravilla para actuar.

-¿Por la complejidad de matices?

-Todos nosotros tenemos el niño adentro. Un niño a veces dolido. Ella tiene una niña muy dolida adentro. Creo que es crecer a pesar de ella. Pero está. Y con este hombre aflora el juego. Entonces es una cosa que le pasa que es una maravilla. Me presentó la obra el director, Marcelo Moncarz, y el primer impulso fue hacerlo en agosto del año pasado, y con la gripe A dijimos no, retirémonos del asunto. Y la estrenamos el 16 de enero, y nos va bien. Se produce un silencio que hace mucho que no siento en el teatro. Escuchan, oyen, miran. Y sabiamente, la puesta de Marcelo es como un punto hipnótico. Ahí no hay despliegue de movimiento, saltos, vueltas carneras, nada por el estilo. Todo eso me fue fascinando, y yo tengo una cabeza que me marcha a mil, Miguel Moyano también, ¿cómo se conjugaba con Marcelo? ¡Cómo nos fue guiando! Todo el tiempo era una curiosidad de si él me iba a dejar hacerlo, si me iba a mantener en el camino. Creo que todos, inclusive si no es actor, tiene que asombrarse cada mañana con pequeñas cosas. Sobre todo cuando uno está en pareja: te volvés a enamorar.

-Una obra siempre habla, dice algo sobre el presente, por más que hable de un pasado. ¿Qué dice la obra de este presente?

-No sé qué modifica, pero la gente sale vibrada. A mí me interesa esta obra porque ella siempre estuvo una sala de espera (Chéjov es mucho de la sala de espera, de esperar, el eterno esperar), y en este momento sale de su finca, tiene que ir a Moscú, le han dejado pocos campos, le ordenan plantar árboles, que es lo que le gusta a Astrof, su amor imposible, y está perdiendo todo. Y sin embargo ella dice que no le importa, que ella lo quiere y le gusta encontrarse con él aunque sea ocasionalmente, en forma escurridiza. Porque con el terror que ella tiene de la soledad y el aislamiento… Ella va a ser sin arrepentimientos, y ya no va a tener miedo a nada. La obra no es ejemplificadota, no es didáctica, pero algún punto te va a tocar. Si vos conmovés, o sea ponés en acción al otro (pero no con la risa estúpida, que me tiene harta), entonces la gente se siente modificada. Lo más difícil es contemplar lo que hace el otro. Pero contemplar no es un estado de beatitud, contemplar es ponerte en acción. Como cuando contemplás un cuadro: tenés que entrar en ese mundo.

-¿Eso es lo más difícil del teatro?

-Lo importante es estar con los que te acompañan, porque si no estás con ellos, no estás con el público. Por eso antes de entrar hacemos todo un trabajo energético. Si no hay una comunicación, y una concentración y un descubrir; por ejemplo, hay una palabra que no es común, porque no usamos el vocabulario del 2010, y de repente se te borra y el otro te da su diálogo con los ojos que le brillan de gracia porque te entendió, eso es una maravilla. Actor y trabajar así, porque es un trabajo. La gente cree que jugamos, pero jugamos en serio, como cuando éramos chicos. Están todos los otros valores, de todo lo que nos decía Hedy Krila, de todo lo que nos dice a veces Alezzo; hay un mundo que se maneja en ese momento en esa mesa, que es maravilloso.
Un torbellino, Lidia Catalana. Con una palabra que sobresale sobre el resto: maravilloso. Lo maravilloso es verla hablar: su capacidad comunicativa gestual se acerca al prodigio.

-¿Siente que crece con cada trabajo? ¿Cuál sería el crecimiento con esta obra?

-Sí, creo que crecí. Sabés lo que pasa, el medio en el que nos movemos te encasilla, y uno estudió con una maestra como Hedy Krila, que te decía: usted puede hacer de todo, porque usted tiene un reloj donde es ángel y demonio. Si hago comedia, me citan para hacer comedia, si hago drama, me citan para hacer drama. Entonces esta obra la elegimos nosotros, compramos los derechos e hicimos la producción. Es nuestra. No hay imposiciones.

-En el crecimiento algo se deja, ¿qué de eso que tuvo que dejar no le habría gustado dejar?

-A veces no tener 40 pares de zapatos, no tener un chofer en la puerta. Jajaja. Es que eso no me interesó nunca. Pero me gustaría tener mejor bienestar económico para hacer otra obra que me gusta, o irme de gira con esta. Pero no tengo renunciamientos. Gracias a Dios fui subiendo escalones tranquilamente, sin apuro, sin vértigo, sin mancillar lo que yo creía como actuación. Hablando con gente como María Rosa Gallo, Inda Ledesma, Jorge Petraglia, Alfredo Alcón, Norma Aleandro, que son personas y seres que decís: ¡guau! Yo empecé a estudiar teatro porque vi a María Casares haciendo Yerma, con una escenografía que era un horror, y ella salió, se sentó y empezó a cantar. Yo quedé loca. Por qué, no sé. Pero yo quería hacer eso. En mi casa también había mucha cosa artística, mi abuelo iba al Colón, y se hablaba de Caruso como si fuese mi tío.

-¿Nunca sintió que bajó un escalón?

-No. Tal vez alguna vez tuve que quedarme quieta en un escalón, porque tuve que prestar atención a cosas personales, pero igual estaba ahí, no bajé.

-¿Cuándo empezó tenía algún miedo?

-Yo dibujaba, estaba estudiando en la Escuela Superior de Bellas Artes, y paralelamente estaba estudiando con Krila. Y siempre quería formar un grupo. Siempre creo en la gente que se conoce, ahora ni quieren usar la palabra grupo. En donde podés discutir, no pelear; hablar de algún autor. Y así pude conocer a Leandro Rey, Miguel Guerberof, las obras y las traducciones que leíamos; tuve un apoyo y un continente que fue maravilloso. No había miedo a no actuar. Y yo siempre quería trabajar con Alfredo Alcón, y trabajé: hice “De pies y manos”. Y cuando me convocaron, en los primeros ensayos tenía 39 de fiebre. Y él me decía: ¿vos siempre acalorada? Y un día me dice: sos igual a mi mamá. Y automáticamente pensé: ¿querrá a la mamá? Después de eso me salgo a hacer “Del sol naciente” (de Griselda Gambado), y me gano el premio Molière por unanimidad. Dije: esto es un error. Entonces me preparé una obra de vanguardia, un monólogo, poesías de Borges, y con el pasaje del Moliere me fui por Colonia, Milán, por todas partes. Y el no entender el lenguaje, me sirvió un montón. Yo estaba conmigo. Tenía la chica que me traducía, pero yo tenía la impresión de lo que pasaba, podía captar otra cosa. Y vine como un aluvión. Allá te respetaban porque era el premio Moliere, y acá no te daban ni bolilla. Ahí tuve que aprender que los premios no te dan ningún apoyo para nada. En la actualidad qué hay: que vos presentás un proyecto como Afterplay, y en general, los productores, quieren proyectos comerciales. Y creo que esto es comercial también. No sé a qué llaman comercial ellos. Supongo a que me ponga tres trajes sastre, una capelina, vuele y salga rubia.

-¿Y con el tiempo le fue agarrando algún miedo?

-Siempre quise ser Julieta, jajajaja. Yo vi a los Redgrave, viejos todos ellos, atril, smoking, vestido de negro las señoras, y nunca escuché un Romeo y Julieta mejor que esos dos viejos Redgrave. ¿Entonces qué? Yo los puedo leer. Pero los tenés que leer con las tripas, como lo hice en mi gira del Molière con los poemas de Borges. Vos viajás con eso. Por eso no utilizaría la palabra miedo. Una observa, pero eso también se ve en la vida cotidiana, que no hay modelos. Por ejemplo María Rosa Gallo a mí me ponía loca; Alejandra Boero, Inda Ledesma, Nelly Prono, ¡nadie se acuerda más! Salías de ahí y querías hacer algo. Y en la actualidad los chicos de repente se quieren hacer los transgresores. Pero trasgresión es hacer las cosas como son.

-¿Y no siente que alguien se quiere parecer a usted?

-No sé. Sí se que no hay un respeto. Que hay actores que no están más en el teatro, que no los llaman más, y no sé por qué. ¿En qué se quedan? ¿En las colas lindas? ¿En muchachos atléticos y musculosos, que balbucean? Eso es un no entender. Entonces una dice: me junto con algunos locos que piensen como una y hago algo.

Fuente: Asterisco

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