El talentoso director estrenará en su sala, ElKafka, Hijos del sol, obra escrita por Máximo Gorki en 1905
En una cartelera en la que Anton Chejov estaría convirtiéndose en moneda corriente, la aparición de una pieza de Máximo Gorki puede resultar sorpresiva. El autor ruso apareció en el panorama teatral de su país oponiéndose a ciertas constantes chejovianas. Sus personajes ya no buscaban el cambio desde una actitud notoria de pasividad, sino que, por el contrario, el espíritu revolucionario de Gorki fue muy determinante a la hora de sus planteos dramáticos. El director Rubén Szuchmacher, desde su espacio ElKafka, viene a proponer ahora no sólo transitar un material de Gorki -no se trata de una de sus piezas más divulgadas, como Los bajo fondos , Los pequeños burgueses o Los veraneantes- , sino que ha optado por Hijos del sol , una obra de 1905 y que, contradictoriamente, muestra al dramaturgo en un doblez, si se quiere, muy atractivo.
Con este espectáculo, el creador quiere, además, rendir homenaje al viejo teatro independiente argentino, aquel que estaba conformado como verdadero grupo de trabajo, que se animaba a obras de muchos personajes y que, también, elegía su repertorio con claras consignas ideológicas.
Esta vez, el proyecto no comenzó con la elección del texto, sino con la idea de conformar un grupo en torno a un repertorio particular, para aprovechar la existencia de un espacio contenedor como es ElKafka. Del trabajo debían participar actores que hubieran pasado por el área de formación de la sala y que estuvieran dispuestos a una rutina de ensayos que le requirieran buena disposición para una tarea de búsqueda.
Hijos del sol llegó después. Rubén Szuchmacher la encontró en una edición completa que, cuenta, compró en una "librería nazi" que está muy cerca de su casa. Lo que más le llamó la atención, en principio, de ese texto, es que en él no había personajes positivos. "Cosa rara en Gorki", destaca el director. Pero, puesto a investigar, descubrió que la pieza fue escrita en momentos en que el autor estaba preso, luego de participar activamente de un intento revolucionario en tiempos del imperio zarista.
"De pronto, tiene una gran desilusión con esa revolución que fue sofocada y hasta traicionada - explica el director-. Gorki hace una crítica contra los intelectuales, que acá están encarnados por una familia muy culta que piensa en un futuro venturoso, maravilloso. Ellos hablan de la creación de la humanidad, poseen ideas positivistas sobre el futuro y el progreso, mientras alrededor hay una epidemia de cólera y le tienen terror a la gente enferma. Lo gracioso es que los obreros son borrachos, no hay ninguno que diga la verdad, no hay nadie que tenga la razón."
- El mundo que plantea el autor en alguna de sus piezas parece estar muy distante de lo que, en general, se ha leído escénicamente de él...
-Siempre se ha caído en el didactismo a la hora de mostrar a Gorki. Lo que pasa es que tanto él como Brecht han sido tomados por la izquierda argentina y el teatro independiente dándoles un sesgo que no tienen. Cuando uno lee a estos autores descubre que no son como los mostró el viejo teatro independiente. Son más complejos, más raros, más diversos, más interesantes que cuando se los expone concibiendo un mundo en donde los buenos son buenos y los malos, malos.
Szuchmacher trabajó también la versión de la pieza valiéndose de diversas traducciones y hasta una ex alumna, traductora del ruso, lo ayudó a reconocer que el lenguaje de la obra es brutal. "A diferencia de lo chejoviano, caracterizado por esa desesperanza casi nostálgica y a la que el autor le aporta cierta cosa piadosa, Gorki es brutal, es despiadado con el progresismo. Y eso me permite, hoy, pelearme con ese progresismo que todos llevamos adentro. Creemos que tenemos ideas maravillosas, pero no podemos modificar la realidad, porque la realidad nos asusta".
-La enfermedad, la miseria, la sinrazón del pobre hacen que esa gente llegue a unos estados tremendos y uno sigue discurseando sobre eso, pero no hace nada por cambiarlo. Y no sólo a nivel individual, hablo también de los gobiernos. El pensamiento progresista, que no es un pensamiento de izquierda, se coloca en una especie de lugar magnánimo, bondadoso, lleno de buenas intenciones, pero en realidad es totalmente ineficaz para modificar la realidad. El progresismo es la deformación de la izquierda. Y nosotros vivimos padeciendo mucho eso como algo positivo. De lo que se trata es de profundizar un pensamiento mucho más crítico, más extremo, más de izquierda y no un pensamiento que pretende ser bondadoso y hasta cristiano. En un punto, el pensamiento cristiano es más noble porque está sostenido por la fe.
-Por falta de reflexión. En general hay una gran falta de reflexión respecto de cómo funcionan las sociedades. Creo que también las categorías están muy en crisis, pero además las personas que tendrían que pensar esas categorías piensan cualquier cosa. Y creo que en la Argentina de hoy, la Argentina Kirchner, también está todo muy confundido. Es muy complicado que si un gobierno como el de Kirchner pretende ser progresista lo sea en términos de derechos humanos, pero, a la vez, sea conservador en cuanto a lo económico. Son oposición y oficialismo al mismo tiempo, por ejemplo. Ese es un pensamiento que desarrolla el progresismo. Otro sería: "Somos gente piola, progre, y gracias a eso somos incapaces de poner límites y generar un orden". Detrás de esta idea desaparece la idea de orden. E inmediatamente si uno propone la idea de orden es tildado de fascista, de nazi, de ser de derecha. Cuando en realidad una cosa no tiene que ver con la otra. Ser progresista, así, es una manera de no ser riguroso. Sigo creyendo que hay que luchar por una vida mejor y una actualidad mejor, ni hablar del futuro. Ahora, sólo enfrentándose con las cosas tal cual son uno puede encontrarle la vuelta y puede pelear por esas cosas. Ser progresista es como calzarse un traje y luego, desde ahí, ver el mundo. Así, lo peor que te puede pasar es ser progresista. Lo que hay que ser es crítico todo el tiempo.
Por Carlos Pacheco
ParaLA NACION
Tiempo de bajada de línea
Rubén Szuchmacher y su equipo están convencidos de que "el mejor teatro se hace con elencos estables". Y en un momento en el que "todo apunta a la dispersión" ellos se animan a un material complejo que requiere un elenco numeroso. "Esta es nuestra manera -explica- de decirle al medio para qué pueden servir estos espacios en los que no se gana dinero, en los que es muy difícil constituir líneas. En El Kafka estamos continuamente tratando de marcar líneas. Este año produciremos cuatro espectáculos y repondremos dos, y tendremos, además, una temporada internacional, lo que demuestra que hacemos una tarea importante de gestión. Necesitábamos hacer una reflexión sobre los grupos estables y en eso estamos, construyendo con esa intención. Sabemos que tenemos un material de alto contenido ideológico y político. Estamos bajando línea."
Hijos del sol, de Máximo Gorki, con dirección de R. Szuchmacher. Con Irina Alonso, Karina Antonelli y elenco.
ElKafka, Lambaré 866. Los viernes, a las 18.30.
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