La familia como tema es recurrente en las obras teatrales de los últimos quince años. En este momento coinciden seis en la cartelera de teatro porteña, sin contar las que tienen los conflictos familiares como eje o metáfora de otras temáticas. Claves para entender este fenómeno.
Susana Villalba ESPECIAL PARA CLARIN
Hay de todo, como sucede en la época: ocultamientos varios, padrastros, cuñados amantes, secretos deschavados, paternidad y maternidad ausentes, cruces incestuosos, una deriva por donde despunta algún afecto. En el teatro de estos tiempos, hay algo de cuestionamiento y a la vez de nostalgia respecto de la familia tradicional. Ya desde los '90 la familia es un tema recurrente en teatro: La escala humana (Spregelburd, Daulte y Tantanian), Cachetazo de campo (Federico León), Mujeres soñaron caballos (Daniel Veronese), La escuálida familia (Lola Arias), Zooedipus (El periférico de objetos), Lengua madre (Mariana Oberztern), Trío para madre, hija y piano de cola (Ignacio Apolo), por nombrar sólo algunas. Además de los Biodramas, como Nunca estuviste tan adorable; variantes como La chira (Ana Alvarado) y actualmente El montañés (Guillermo Arengo), cuyas familias son preguntas por los desaparecidos y exiliados; o Los hijos de los hijos (Inés Saavedra) sobre nuestras raíces inmigratorias.
La patria es la familia
Ricardo Bartís irradió la idea de "la anécdota como excusa para generar teatralidad, fuerzas en acción más que personajes". No atarse a un texto es para él como no someterse al discurso establecido sobre la realidad. Aun así, sus obras siempre dejan pensando. En De mal en peor, una familia patricia se endeuda para no perder sus privilegios, entrega una hija y roba la indemnización a una de las maestras traídas por Sarmiento. Adictos, jugadores, golpeadores e incestuosos, los personajes mantienen las tradiciones patrias y las apariencias. Así como antes recreó a Shakespeare, Discépolo y Roberto Arlt, ahora Bartís partió de Florencio Sánchez, "el Strindberg rioplatense", de sus núcleos y procedimientos más que de la letra. "Como él, llevamos los conflictos de clases al seno de una familia y los hacemos estallar en su patetismo", dice. Aunque también aclara que "siendo once actores en un ámbito cerrado, nos convenía una estructura familiar para dar rápidamente anclaje a la improvisación".
Flia es producto de un año de improvisaciones del grupo La Fronda. Su directora, Ana Sánchez, detalla que "no se trataba de representar vínculos y roles sino de tomarlos como punto de partida y llevarlos al límite en que se revelan múltiples, confusos y movibles. Probábamos hasta dónde aguanta un vínculo sin virar a otra forma de relación. Y cada actor pasaba por todos los roles. Lo familiar se fue imponiendo porque es lo más primario y porque acota y da un marco a lo acumulado en ensayos. Además, cuando ya había que definir personajes, se perfilaban mejor dentro de una estructura". El título —Flia— es también por el achicamiento, "ya no hay esos familiones que eran red de contención, en este caso ni siquiera hay madre. A pesar de haber tres mujeres en el grupo, ninguna eligió encarnar una madre —cuenta Sánchez—. Es un signo, es difícil cubrir ese rol porque también se ocupan otros; incluso las abuelas ya no pueden suplirlo".
La hora del replanteo
Para Claudio Tolcachir, director de La omisión de la familia Coleman, "siempre conformamos redes de tipo familiar. Por un lado es necesario pero a la vez nos estereotipa: replantearse los vínculos es replantearse la vida, elegir". La omisión se generó a partir de improvisaciones, con la familia como consigna pero "con el foco puesto en cómo se relaciona cada uno. Empezar a improvisar se parece a la familia en que no se sabe para qué esa gente está ahí junta —dice Tolcachir—. Pedí a los actores que no forzaran conflictos ni situaciones interesantes, en la obra lo único que sucede son esas relaciones. Y es uno de los problemas, que no pasa nada, esta familia no tiene proyecto. También desarrollamos contradicciones, ningún rol es lineal. El hermano más marginal es a la vez el protector, el más loco dice la verdad, la más legal es adúltera". También los actores de Flia definieron los personajes por sus contradicciones, "nadie es un rol solo ni de una sola manera", dicen en grupo.
Santiago Gobernori es dramaturgo además de actor y director y anteriormente montó textos propios; sin embargo tuvo necesidad ahora de partir de improvisaciones, de lo que surgió otra familia disfuncional: Reproches constantes. Un viaje de regreso a la infancia para encontrarse en un país en el que, de adulto, se es extranjero. Pero Gobernori encuentra diferencias con la generación que lo antecede: "las obras de Spregelburd o de Daulte tienen estructuras e hilaciones complejas, una obra mía se va completando y corrigiendo en la siguiente, además intento lograr lo máximo desde una puesta despojada y una situación mínima". En sus obras se repite una pregunta por la paternidad responsable y por el paso del tiempo que se expresa en los cambios de una familia. Gobernori recurre a Chejov para decir que "hay que escribir sobre lo que uno sabe"; y confirma que parte de la búsqueda es sobre el lenguaje teatral, en su caso poner en cuestión los axiomas de la dramaturgia ortodoxa. "Los procedimientos me interesan más que los resultados", dice. En cuanto a no encarar "los grandes temas sociales", la familia es la mínima expresión de la sociedad, la parte por el todo, "Chejov armaba el mundo desde lo que parecía nimio", dice, pero agrega que su generación viene de padres militantes y es reactiva a lo que vivió como padecimiento o imposición. Sánchez coincide en que lo social se deduce, los personajes están impregnados de un entorno, que en Flia tratan de salvar con emprendimientos absurdos y herencias magras. En La omisión...
La parte por el todo
La pregunta por la familia es también por la historia y el futuro. Una tragedia argentina se montó en base a un texto escrito por Daniel Dalmaroni. Es una obra dura, un enchastre de sangre logrado con mecanismos de prestidigitación. "Clavamos un cuchillo y luego pedimos perdón, no nos hacemos cargo de consecuencias irreversibles, individualmente y como sociedad. Me interesa el humor negro y la sátira roja, el gran gignol de esta mezcla de razas pasionales, con pasados aventureros, de rapiñas o exilios —agrega Casavalle—. Es bastante sintomática la pregunta que se hace el público al salir de la sala: ¿cómo van a limpiar tanta sangre?"
En La medida de la normalidad la falta de códigos se suple con Las bases de Alberdi, que una familia repite sin comprender. Graciela Camino dirigió al grupo Denei en improvisaciones que se basaban en vínculos más que en situaciones. Se inspiraron en textos literarios fundacionales que "con una mirada nacional-sanitaria diseñaron una política familiar higiénica como la del Estado". La familia surgió una vez más "porque es el primer lugar de identificación y porque hay edades y vínculos distintos en un ámbito cerrado", dice Camino, y agrega que "la familia es como un patria, un lugar tanto de asilo como de conflicto, con mitos y sobreentendidos que hay que discutir". Coincide con Casavalle en la diferencia entre el país que somos y el que decimos ser y en la violencia para encajar en ese imaginario. En la obra, la mujer es india y sierva o una madre que deja de serlo cuando la gana su erotismo, mientras los varones sacrifican al que no da la talla de la normalidad. por ejemplo se percibe que los Coleman derivan en un naufragio general y circundante. hace evidente la pertenencia a una clase, es una parodia que podríamos llamar Schoklender o García Belsunce, la violencia política y económica, secretos y perversiones familiares que reproducen conductas del poder. "Más que una metáfora —prefiere su director, Alejandro Casavalle— la familia actual es un signo. Siempre armamos clanes, si uno va a Florianópolis, vamos todos; y expulsamos al diferente. Pero no tenemos códigos o los rompemos constantemente".
Fuente: Clarín
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