Susana Villalba ESPECIAL PARA CLARIN
En el principio fue el verbo: la luz apareció cuando Dios dijo "hágase la luz". Luego el hombre conquistó —o un Prometeo puso a su alcance— esa posibilidad del lenguaje que es lo que lo hace un hombre: ese animal que también puede ser un semidios. Sofía, la sabiduría intuitiva, oral, se unió al conocimiento racional y masculino, y generó la ley escrita. Pero a medida que se establecieron jerarquías que cifraron y organizaron la distribución del conocimiento, otra mujer, la transgresión, tuvo que bucear en los misterios del lenguaje para volver a encontrar las fuentes que fluyen para todos.
Cada vez que se hace insoportable la tensión entre la ley de una lengua en común y las sensaciones individuales que la desbordan, surge la poesía. De esto habla o calla Cuchillos en gallinas. Un labrador, su mujer, y el molinero, una fábula simple, tan simple como decir la vida, el amor, la muerte, todos sabemos lo que es eso: eso de lo que no sabemos nada.
Podemos hundir el cuchillo en la gallina y no encontraremos el secreto de los huevos de oro, sólo sabremos que lo que parecía estar ahí no está. "La obra cuenta la formación de una poeta —dice Alejandro Tantanian—; el personaje femenino, al heredar la palabra escrita empieza a ser la creadora de las cosas y entonces a separarse de Dios. El autor cuenta una historia y a la vez no, no es un thriller pero lo es; el acento está puesto en el poder de la palabra y qué le pasa a cada personaje con ese descubrimiento. Al final los tres devienen otro, el labrador se hace uno con la naturaleza y el molinero se aleja del lugar cristalizado en que lo habían puesto."
Hay algo bíblico.
Puede ser una parábola bíblica sobre la expulsión del Paraíso, ella es como Eva comiendo del árbol del conocimiento del bien y el mal. Cuando pierde la inocencia y toma conciencia de sí y del otro, ya no es una costilla de su marido. Si la obra pegó en tantos países distintos es porque hay algo de nuestro mito fundante occidental, por eso buscamos cómo respetar la forma original del texto que parece ser de alguien que empieza a hablar.
La obra se conoció como semimontado, dirigido por Paul Miller, cuando fue seleccionada para el programa de intercambio del Festival Internacional de Teatro de Buenos Aires 2003, por el cual dos autores argentinos traducían a dos ingleses y dos franceses, y viceversa. En ese marco vino Harrower a nuestro país a dar un seminario y trabajar en la versión final en castellano con Beatriz Catani, basándose en una primera traducción de Rafael Spregelburd. Ahora Alejandro Tantanian y Martin Tufró realizaron modificaciones sobre el trabajo de Catani.
"La leí en inglés en 1998 —dice el director— y me impactó porque tanto podía haber sido escrita en el Renacimiento como hacía dos días, y además porque era un tema diferente a lo que abundaba en los '90, acá y afuera: conflictos urbanos y con lo urbano, conflictos vinculares y de familia. La decisión de Harrower de ubicarse en el campo permitía una mirada sobre lo humano más desnuda, universal y trascendente. Y se ocupaba de temas que de alguna manera siempre me obsesionaron: la formación de un espíritu artístico, el lenguaje, la individuación. A partir de preguntarse por los nombres, el personaje empieza a ser ella misma y a obrar en consecuencia, incluso con consecuencias terribles."
Un crimen...
Que yo elegí no mostrar en escena, a la manera de la tragedia griega, como también hice en Los mansos, porque esas muertes son más que nada metáforas y para no especular con la violencia. Además, hay muchas cosas que Harrower elige no aclarar, prefiere abrir preguntas y yo respeté eso, echar luz sería tomar partido por uno u otro.
¿En el original también ella canta, como en esta puesta?
No, hay tres monólogos, el primero de oraciones muy sencillas, "El conejo corre", que se van complejizando en el segundo y tercer monólogo porque ella va encontrando la poesía. Yo elegí que comenzara como se inició la tragedia, como cantos a la tierra, luego va hacia la palabra hablada y hacia la escrita. En el momento en que escribe tiene una iluminación, ella mueve el mundo y la naturaleza con las palabras. Por eso también elegí actores con una fuerte formación en lo físico, porque siento que hay algo de masa corporal atada a la tierra, en contraste con sus palabras que aspiran a ir al cielo.
También es marcado el tema de salirse de lo que dicen de uno.
Sí, del molinero se dice que hay que odiarlo; de Williams, que es zoófílo. Ella intenta ver qué hay detrás de lo que se dice, ya que detrás del nombre Molinero hay un hombre. Al final se dicen cosas sobre ella porque ha transgredido.
¿Por qué se elige no decir nunca el nombre de ella?
Es uno de los misterios más lindos de la obra. Cuando ella le escribe su nombre al molinero es un momento límite, un pacto con el demonio del conocimiento; por eso le queda la mancha de tinta grabada. Pero ella se salva y salva al monstruo de la aldea que entonces se transforma en un hombre. Estamos en una época de individualismo pero de poco individuo. Y de poca preocupación por lo espiritual, por eso también me interesa tanto que la gente se acerque al texto, más allá de que guste o no mi puesta. En la obra hay frases que no tienen verbo, como "Cuchillos en gallinas", el eje principal no son las acciones. Nuestras conversaciones en los ensayos giraban en torno a lo místico y creo que mi convicción espiritual es tan fuerte que impregnó la puesta y las actuaciones.
¿Discutió la obra con el autor?
Conocí a Harrower cuando vino y cuando fui yo a Inglaterra, pero no quise preguntarle mucho, lo que monté es mi impresión de la obra, se podrían hacer lecturas diferentes y también estaría bien. Además, él está un poco cansado de que sólo le pregunten sobre ésta y no sobre obras posteriores. Recién con la última, Blackbird, la crítica y el público volvieron a responder con la misma intensidad. Sí lo mantuve informado, le mandé fotos y el blog.
En efecto, en knivesinhens.blogspot.com se pueden ver fotos de los ensayos, del montaje de la escenografía, comentarios, reflexiones, el texto, la teoría de Leibniz que habla del molino como el comienzo de la máquina, párrafos de Las palabras y las cosas de Foucault, y hasta la historia de San Ordano, onomástico que coincidió con la fecha de estreno. Tantanian dedicó esta obra a Inda Ledesma, porque dice que se decidió definitivamente por el teatro ante las puestas de aquella directora y a Roberto Villanueva, recientemente fallecido, que dirigió su obra La tercera parte del mar y a quien recuerda con mucho afecto.
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