lunes, 15 de febrero de 2010

Una tarde en el museo

El Museo Colección de Arte Amalia Lacroce de Fortabat está ubicado en el dique 4 de Puerto Madero de la ciudad de Buenos Aires.

Hace casi dos años, Amalia Lacroce de Fortabat inauguró en Puerto Madero un majestuoso santuario para compartir unas 230 piezas de su enorme colección. ¿Todavía no lo conocen?

No todos, pero muchos millonarios se vuelven coleccionistas de obras de arte. No todos, pero la mayoría de los adinerados cuelga en sus múltiples mansiones o lujosos galpones aquellas piezas realizadas por pintores prestigiosos, que compraron generando un aura de misterio quizás en algún remate. Eso sí, casi ninguno, decide un buen día compartir sus compras con el resto, abrir las puertas de un museo y dejar de lado el egoísmo posesivo para aportar un espacio cultural a la ciudad.

Bueno, en Argentina sólo la colección Constantini y la más reciente de Amalita Fortabat son las únicas.

Es que parece haber en el coleccionista un verdadero amor por el arte, o por lo menos, un especial interés en algo cuya utilidad es estética o decorativa. Por qué, de lo contrario, invertir en algo que quedará encerrado entre cuatro paredes. “Mirar una obra de arte es siempre una experiencia estética que no pasa sin dejar huella. Las obras de arte nos enriquecen haciéndonos comprender algo más acerca del mundo y de nosotros mismos”, dijo hace un tiempo la propia Amalita.

Así y todo, y a pesar del desgarro en el corazón que dijo producirle el hecho de poner en exhibición algunas de sus obras, la señora de casi 90 años, decidió en 2008 compartir, después de tres décadas de obras reservadas.

Para ello convocó al uruguayo de prestigio internacional Rafael Viñoly para el diseño del museo, que hasta el día de su apertura se mantuvo casi en secreto. El resultado de la arquitectura del creador del Forum de Tokio y la Biblioteca de Chicago fue un moderno edificio de hormigón, acero y vidrio, con dos amplias salas de exposición en el subsuelo, una hemeroteca, auditorio, oficinas y cafetería, més una cúpula curva y vidriada, cubierta por un sistema de parasoles móviles de aluminio que se abren y se cierran según la posición del sol.

Se develó el misterio de las pinturas de la empresaria Amalita Fortabat, titularon los diarios que hicieron énfasis en todos los mitos alrededor de una de las señoras con más fortuna del país.
Pues no era para menos, la viuda del dueño de la compañía de Loma Negra, tiene óleos de Ernesto Deira, Rómulo Macció, Xul Solar, Emilio Pettoruti, Fernando Fader y Nicolás García Uriburu, así como una instalación completa de Antonio Berni, donde destaca La difunta correa, Domingo en la chacra, Ramona espera y Gallito ciego.

Seguramente, acomodadas bajo el criterio de la misma coleccionista, la bienvenida a uno de los tantos niveles la hacen los diferentes retratos de ella para luego presentar las obras de los pintores viajeros Revol, Vidal y Monvoisin, de Batlle Planas, Alberto Greco, Pablo Suárez, Alberto Heredia y Norberto Gómez, entre otras firmas.

No faltan los artistas internacionales ni los objetos egipcios de AC iluminados por los amplios ventanales con vista al río del coqueto Puerto Maderos. Brueghel, un par de dibujos de Dalí, Chagall, Rodin, Renoir, Gauguin, Degas, Miró, el retrato de Fortabat hecho por Warhol y una de las favoritas, Julieta y la niñera, una obra de William Turner, adquirida en 7 millones de dólares.

Caminar en ese enorme museo es extraño, porque la sensación de control es fuerte. Las cámaras te siguen donde vayas y los guardias están atentos para señalar si alguien se pasa de la línea punteada que separa al visitante de la obra (si es que no está protegida con un poderoso cubo de vidrio). Los pisos de madera dan calidez a esa enorme estructura marmolada, hermética y silenciosa.

A pesar de que no pasa inadvertido por su tamaño y lujo, hace casi dos años que este museo abrió sus puertas sin ser tan conocido todavía. Apto para todo público (aquellos que tengan 15 pesos en su poder), el museo a juicio de algunos debería incorporar más adelante necesariamente exposiciones temporales como para actualizarse y estar a la altura del Malba (Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires).

Dicen que se percibe la soledad de la millonaria en los criterios de distribución, selección y hasta diseño de las entradas. A juzgar por el mapa (no catálogo) y la página de internet, no hay un equipo detrás.

Es una muestra de qué cosas buenas pueden hacerse con tanto dinero, una gran obra arquitectónica y un paseo por Maderos.

Fuente: Hoy

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