jueves, 18 de febrero de 2010

Teatro e historia, madre e hija

A través de los personajes de Encarnación Ezcurra y Manuela Rosas, hombres y mujeres de la patria se ponen de pie y cuentan la historia de nuestro país desde 1810 a 1853.

Relacionarse con otro ser humano puede ser complejo si damos cuenta de las cuestiones personales que debemos limar para vincularnos a otra persona. Solemos manejarnos con más libertad frente a los amigos o a las personas con las cuales elegimos entablar un lazo. Y suele complejizarse a medida que nos adentramos a nuestros grupos más íntimos. Acercarnos a cada miembro familiar puede resultar una tarea difícil y suele estar plagadas de prejuicios y trabas.

El vínculo entre una madre y una hija es natural desde su gestación, sin embargo a la hora de chocarse con la cultura, la política y el poder se torna tenso y hasta puede convertir a sus integrantes en impenetrables. Este es el caso de Encarnación Ezcurra y Manuela Rosas. La primera, en su rol de madre, se le atribuyó el título de Heroína de la Santa Federación. Es particularmente notable que en aquella época, signada de prejuicios y con nula participación femenina en la política, una mujer haya logrado tan altas responsabilidades. Y la segunda como una fiel compañera de su padre Juan Manuel de Rosas, pieza importante en la vida del político argentino luego del exilio a Inglaterra.

“Una madre, una hija, y la voz callada que se vuelve dicha. Una Manuela ficcionada que grita lo que la historia supo silenciar. Manuela Rosas se encarna en el pasado desde su perspectiva actual para acercarse a su madre moribunda: Encarnación Ezcurra, y entre ellas la fuerte figura de Don Juan Manuel de Rosas, esposo y padre, quien las define, desplegándose, aun desde su ausencia. ¿Cómo se verifican desde hoy los hechos que ocurrieron en el pasado? ¿Dónde habita el recuerdo? El reclamo de una hija a una madre. Las desamadas. El encuentro final: La primera dama y quien sería su sucesora. Una en el presente la otra en el pasado, cruzadas en un momento inexistente dándole cuerpo a las voces que estuvieron ausentes”. Así define este vínculo, Febe Chaves, autora de La Encarnación.

Esta obra nos permite un paseo por la historia para traer a dos personajes, fuertes en su rol político y débiles en su vida personal. Encarnación es esa madre que no quiere desprenderse de la figura política que le toca cumplir junto a el Gran restaurador. Demuestra con la frialdad de sus palabras, para con Manuela, que no desea transitar la figura fraternal de madre que demanda su joven hija, aun encontrándose en una situación agónica, su cuerpo está deteriorado y los últimos días se están al asecho.

Manuela contiene a su madre en plena enfermedad y pretende encontrar palabras de amor en ella. Esta joven reclama un cariño ausente en su vínculo más íntimo, hace responsable a su madre de esa ausencia y desea despojarla de la figura pública que construyo junto a su padre Juan Manuel de Rosas.
Ambas mujeres son fuertes e inamovibles en su postura de defender lo que creen. Por eso a Encarnación y Manuela les cuesta ese acercamiento maternal, y el quiebre previo a la muerte que Manuela desea que su madre tenga para con ella. Solo le pide el reconocimiento de la forma en que Encarnación eligió vincularse con ella.

La Encarnación es una invitación a revisar la historia de la patria a través de estas dos mujeres que cuentan su historia personal condimentadas con hechos y personajes de la realidad de nuestro país. A su vez presenta un tipo de mecanismo íntimo, donde la mujer fuerte se despoja de su rol de madre para aferrarse a una cuestión más política y pública, dejando un espacio vacío para quien se siente abandonada en este caso una hija. A lo largo de la aparición de estos dos personajes el público se choca y puede trazar similitudes y parentescos con sus propios vínculos familiares y su forma de puesta en marcha.

Verónica Córdoba

Fuente: Hoy

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