lunes, 15 de febrero de 2010

La encrucijada del Teatro General San Martín, al borde de los 50

Director casi perpetuo En 2011 se cumplirán 40 años desde que Kive Staiff llegó por primera vez como director al San Martín. ¿No es hora de implementar un sistema de directores artísticos

En los últimos veinte años perdió el 57 por ciento de sus espectadores, el gobierno de la ciudad no lo pone entre sus prioridades y tiene reformas pendientes

Por Pablo Sirvén

Como si fuesen pocos los inestimables aportes que Kive Staiff le hizo a la cultura argentina a lo largo de tanto tiempo, todavía se ilusiona con ocupar un tiempo más el sillón de director supremo del Complejo Teatral de Buenos Aires. Batiría, de paso, en 2011, su propio récord al cumplir 40 años redondos desde que llegó por primera vez a conducir la "nave madre" de ese organismo, el Teatro San Martín, en tiempos de la dictadura de Lanusse.

En un país de tan dramáticas inestabilidades, que un funcionario haya podido atravesar tantas épocas y gobiernos de facto (también estuvo durante todo el Proceso) y democráticos de muy distinto sesgo, tiene su mérito, máxime cuando su performance ha sido tan destacada, al elegir con sabiduría, y no poca valentía, textos clásicos que desde otras épocas nos interpelan con resonancias afines a nuestro complicado presente. Recuérdese que estamos hablando de administración pública, con todas las ineficiencias y conflictos burocráticos y salariales que ello implica y, sin embargo, Staiff supo mantener el timón con rumbo definido aun en épocas donde todo se caía a pedazos a su alrededor.

Sin embargo, no hay nada que el tiempo no se encargue de corroer. En este sentido, LA NACION ha venido dando cuenta del preocupante estado del edificio del San Martín y de la alarmante demora en llevar adelante las necesarias restauraciones y mejoras iniciadas hace un par de años.

La premura por revertir dicha situación se impone más dramáticamente en circunstancias en que se acerca, el próximo 24 de mayo, un aniversario tan importante para el San Martín como es su cincuentenario.

Hay que evitar a toda costa que le pase lo mismo que a su "primo hermano", el Teatro Colón (los dos dependen del gobierno de la ciudad), que cumplió cien años en 2008 en muy penosas circunstancias. Pero hete aquí que, precisamente, la reapertura del primer coliseo porteño, prevista para el día siguiente, tras estar cerrado durante más de tres años, que se malgastaron en muy postergadas y polémicas restauraciones, ha llevado al gobierno del ingeniero Mauricio Macri a concentrar todas sus atenciones, esfuerzos y buena parte del presupuesto en ese objetivo, mientras que el San Martín quedó bastante relegado. ¿Se repetirá la historia?

En Bolívar 1, sede del gobierno autónomo, se percibe como una injusticia que ahora que se acerca el ansiado momento de ver relucir nuevamente al Colón, en vez de hacerse eco de ese acontecimiento, la prensa empiece a batir el parche en favor del desatendido San Martín que, tras cinco años, volvió a tener este año temporada de verano.

Consciente de que no puede competir con los grandes fastos que planean por separado el gobierno nacional y el de la ciudad por el Bicentenario, entre los cuales no será un acontecimiento para nada menor la mencionada reapertura del Colón, Kive Staiff pensó en un festejo más austero (comenzará en marzo con la presencia del actor Jean-Louis Trintignant, como parte de una programación internacional, y seguirá luego con el estreno de un documental, dirigido por Mario Sabato con guión de Aída Bortnik, y la publicación de un libro conmemorativo, ambos sobre la historia del teatro). El ministro del área, Hernán Lombardi, quiere algo más intenso, de puertas afuera, con escenarios al aire libre sobre la calle Corrientes y fragmentos de la producción del San Martín en continuado. Antes haría bien en poner, al menos, en condiciones el frente del edificio y en apurar las remodelaciones que vienen arrastrándose por falta de dinero. Si bien el presupuesto para el Complejo creció a 64.881.075 pesos (en 2009 fue de 56.687.108 pesos), la partida artística se achicó a once millones.

Con todo, éste no es el principal problema del teatro oficial de Buenos Aires. El Anuario 2008 editado por el Observatorio de Industrias Creativas del gobierno porteño exhibe un dato aún más preocupante: "Entre 1990 y 2008 -puntualiza- baja, en todo el Complejo Teatral de Buenos Aires, la cantidad de funciones ofrecidas (-26%) y la disminución de los espectadores es aún mayor (-57%)." En 2009, la tendencia se acentuó -los 298.390 espectadores de 2008 se contrajeron a 278.741, casi veinte mil menos que en el año anterior-, aunque mucho contribuyeron a ese achique el arranque tardío de la temporada por los arreglos en curso y luego la psicosis por la gripe A que alejó al público temporariamente de los lugares más concurridos.

De todos modos, los dos inconvenientes que tuvieron lugar el año pasado no alcanzan a explicar tan tajante éxodo de público operado en los últimos 20 años y menos en comparación con otras épocas más gloriosas. El mismo Kive Staiff lo explicaba en el libro conmemorativo de los 40 años publicado hace una década. "Los 200.000 espectadores por año de comienzos de la década del 70 -escribió entonces- pasaron a fines de la década del 80 a rondar la cifra de 1.000.000 de asistentes."

¿Qué razones causan este declive tan abrupto? Muchos alegan que la sobreoferta de espacios independientes terminó por atomizar al público teatral. También hizo lo suyo la ofensiva audiovisual (cable, DVD, Internet, etcetera), que amplificó colosalmente su influencia y desacostumbró a su audiencia a otro tipo de estímulos menos pasivos, en tanto que el deterioro cultural hizo todo lo demás.

Por cierto, el San Martín también retrocedió al concentrar, desde 2000, bajo una misma dirección a cinco teatros, lo que perjudicó su diversidad. La constante reducción de presupuestos y de funciones terminaron por hundirlo más.

Por último, la pregunta más incómoda: más allá de los invalorables servicios prestados por Kive Staiff al frente del San Martín, ¿es saludable y republicano que una misma persona, por más buena que sea, domine las mismas estructuras oficiales durante 27 años de las últimas cuatro décadas?

Decididamente, no. ¿Por qué no rotar directores artísticos cada tres años, para refrescar estilos, que dependan de una autoridad administrativa más estable que mantenga las cuentas en orden?

Tal vez la falta de sorpresa y el desgaste de esquemas tan transitados le dan al San Martín cierto aire de "más de lo mismo" que terminó jugándole en contra.

psirven@lanacion.com.ar

Fuente: La Nación

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