lunes, 8 de febrero de 2010

El enigma del domador de objetos

Johann Le Guillerm oculta su cara, como siempre, frente a la carpa instalada en Matadero Madrid. .- LUIS SEVILLANO

Artista misterioso e inclasificable, el francés Johann Le Guillerm reinventa el circo con un espectáculo en el que extrae poesía de las leyes de la física

JOSEBA ELOLA - Madrid

Johann Le Guillerm es un tipo enigmático que cultiva su enigma. Un tipo que no quiere que le hagan fotos de la cara, que apenas concede entrevistas. Un artista inclasificable que, según señala la crítica, se ha reinventado el circo. Francés, de 40 años, procura esconderse detrás de su espectáculo y viaja por el mundo en caravana con su troupe de artistas.

El domador de objetos, así le llaman. Una definición un tanto reduccionista de su arte.

A todos los que van a ver su espectáculo les cuesta explicar qué han visto cuando abandonan la carpa. Han asistido a un espectáculo de circo experimental, sí. Pero es un circo para gente que no va al circo. Un espectáculo en el que el rigor artístico abraza las misteriosas leyes de la física. Un poema en movimiento que convierte lo más sencillo en fuente de asombro.

En la cafetería de Matadero Madrid, ese pulmón cultural que intenta respirar a orillas del río Manzanares, Fredo Merat, el técnico de luces de la compañía, intenta explicar lo que el mundo de Le Guillerm despertó en él cuando se incorporó al grupo, hace ahora cuatro años: "La base del espectáculo es sencilla, infantil; como esos desafíos que te planteabas de pequeño andando por el bordillo de la acera, atento a no desviarte; o cuando te quedabas embobado mirando las ondas que una gota de lluvia crea en el charco".

Le Guillerm conecta con el niño que el espectador lleva dentro, con ese niño que aún es capaz de asombrarse con las cosas más sencillas.

Un artilugio de madera que se balancea en el aire y se mueve cual trapecista humano por la fuerza de su movimiento; tres barreños que dibujan circunferencias azotados por el látigo del domador; un equilibrista que construye en vivo una estructura con tablones de madera y una soga, trepando por la estructura mientras la construye. Collages sonoros que se realizan en directo, expresionismo, paradoja, ironía. Le Guillerm es el único actor de la función, y el que idea los sorprendentes números de Secret. No le gusta desvelar detalles de su espectáculo. Sólo cree en el momento. En la fuerza del momento. Quiere que el espectador llegue con los ojos del niño para poder así asombrarse. Sin prejuicios, con la mirada virgen.

Salió de la primera promoción del Centro Nacional de Artes del Circo de Châlons-en Champagne. Ganó el Premio Nacional de Circo francés en 1996. En 2003, consiguió una hazaña: que se reconociera que detrás del circo que él hace hay una escritura; que éste no es patrimonio exclusivo de niños en navidades; le concedieron la primera beca para escritura del circo que otorga la asociación Beaumarchais SACD.

Su lista de apoyos institucionales en Francia es larga, se come la mitad del folleto que uno recibe al entrar en la carpa. La Fundación BNP Paribas es su mecenas; un mecenas invisible que no obliga a que nadie se ponga una camiseta para recibir fondos. Aun así, las cosas en Francia ya no son lo que eran, explica Isabelle Walter, la mano derecha de Le Guillerm, especie de manager de la troupe que lleva desde el año 1996 a su lado: "El Estado se está retirando de la cultura, el Ministerio de Cultura es como un fantasma. Hay un encogimiento del pensamiento que resulta dramático. Y es Sarkozy el que ha conseguido este estado de cosas. O sea que echamos de menos a Chirac, lo cual es grave".

Le Guillerm aparece en la solitaria cafetería del Matadero con las manos refugiadas en los bolsillos de la cazadora negra. Andar remolón, cuerpo robusto, trenzas prerrafaelistas, sienes rapadas al uno. Durante la entrevista, intenta preservar su misterio. "Lo que me interesa es explorar lo desconocido", sostiene, cigarrillo Lucky Strike en mano, "y lo desconocido es lo que llamamos la magia; la magia es la mistificación de la ciencia; y lo desconocido puede devenir en científico; o sea, la magia puede devenir en ciencia".

Fue en 1999 cuando emprendió su gran viaje. Su aventura para conocer mejor el planeta. "Lo que me inspira es la vida, la calle, el hombre", dice. La isla de Reunión, Madagascar, Mozambique, Camerún, Guinea-Conakry, Rusia, Mongolia, China, Nepal, Tíbet, India, Australia, Brasil, Perú. Año y medio de vuelta al mundo en busca de microsociedades que le permitieran comprender mejor al hombre. Se acercó a tribus, a colectivos de inadaptados, a personas con discapacidad. "Tenía el deseo de encontrar la diferencia y de aceptarla".

De las personas sin movilidad de cintura para abajo descubrió que encuentran un equilibrio instantáneo cuando se ponen sobre una cuerda, se sujetan mejor que las supuestamente capaces. De las personas con sordera aprendió que llevan a cabo un ajuste permanente para buscar el equilibrio. El equilibrio, una de las obsesiones de este equilibrista que sale a la pista con mirada desafiante y emite una especie de rugido seco y animal antes de enfrentarse a cada uno de sus desafíos.

Dos años de investigación adicionales en el Parc de La Villete, motor cultural parisiense, le permitieron terminar de rematar su proyecto, Attraction, del que el espectáculo Secret es sólo una parte: hay, además, una instalación, Monstration; un circo mineral en movimiento, La Motte; y un filme en fase de escritura, Le film. Presentará los dos primeros conjuntamente el próximo 6 de marzo en La Villete. Su espectáculo ha recorrido medio mundo, de Nueva Zelanda a Quebec, pasando por Moscú. En Madrid, todavía estará con Secret en Matadero Madrid hasta el próximo miércoles.

El tibio sol de febrero calienta el patio de El matadero, donde, junto a la carpa, están las roulottes de la troupe de 12 artistas que le acompaña. Le Guillerm cierra la puerta de su caravana, una de sus compañeras toca el acordeón con los ojos cerrados, recibiendo el sol. Le Guillerm y los suyos son fieles al circo; también en el modo de vida, nómada, errante.

Le Guillerm se crió en el campo, en Pruillé Le Chétif, a las afueras de Le Mans. De pequeño pasaba las tardes en el vertedero, a las afueras del pueblo, cerca de donde vivían los gitanos. Recuerda los carromatos y las roulottes arrastrados por caballos. Recuerda cómo recogía lo que todo el mundo desecha para llevárselo al taller de cerámica y escultura de sus padres. "El vertedero era un sitio muy rico, ahí estaba la materia libre, una materia que no estaba ligada al dinero, que permitía experimentar, romper, destruir, jugar".

Le Guillerm sigue en las mismas: extrayendo asombro de los más básicos elementos.

Fuente: El País

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