miércoles, 16 de diciembre de 2009

Mauricio Kartun: la palabra en acción

Dramaturgo que se hizo director y no le fue nada mal. Con tres obras en el doble rol creció como artista.

Haber empezado a dirigir de grande implica una ventaja milagrosa: poder hacer algo todavía con euforia de chico. Ensayo durante muchos meses. Busco objetos o

los fabrico. Voy luego a todas las funciones. Corrijo algo en cada una. Me ocupo de la producción y de las giras. El entusiasmo de lo nuevo.

Tengo imágenes, ideas, pero me las tapa por ahora "Ala de criados". En febrero retomamos en el Teatro del Pueblo, espacio amigo, pero antes una temporadita prometedora: dos semanas en el Solís de Montevideo. En su sala grande. Buque insignia. Encima enero, precarnaval, todas las noches choripán y Pilsen en algún tablado viendo ensayos de murga. Qué más puede pedir el hombre.

"Sos mucho mejor autor que director", me espeta siempre Szuchmacher, notable regisseur y hombre sincero-"¿Para qué dirigís? Y. se conoce gente, Rubén. Qué puedo decir. El autor que no dirige se aburre. Demasiado. Hacemos teatro para ir a comer después, proclama el sabio Tito Cossa. Bueno, dirigiendo por lo menos te invitan a la mesa.

El autor que no dirige gasta muchas veces buena parte de sus energías en seducir con su escritura -y con otros recursos, claro- a un director que la monte. Y adapta muchas veces su estética a aquella que cree que tiene vigencia. Dirigirme me ha dado la audacia de escribir lo que se me canta y pedirle luego a Kartun que se las arregle para montarlo. Miro mi puesta y veo alguna chambonada. Tengo mucho por aprender en el manejo del espacio. Pero le pongo garra, ojo no se descuiden conmigo.

Con los actores en cambio creo que me las arreglo mejor. Y cuando los destacan o los premian lo vivo con más emoción y orgullo que un premio propio. Con Manuel Vicente en La madonnita. Con Amigorena y con Oski Guzmán en El niño argentino. Y ahora con estas cuatro fieras teatrales: Ajaka, Bigliardi, Gonzáles Garillo y López Moyano. Se zambullen sobre la obra con tal acto de creencia que a veces levitan. Cuatro dotados que usan de terraza el techo de su talento para llegar todavía más arriba.

A la hora de escribir trato de no pensar como director. No es fácil pero lo intento. El autor en el escenario es un intruso. Un okupa. A veces se esconde entre los paréntesis de la acotación el sonso y se queda quietito , pero se lo ve. se lo ve. Cada lenguaje tiene su gramática y si las mezclás da cocoliche. El papel es apenas soporte de la palabra. Los gestos, los objetos, los movimientos, la energía escénica sólo pueden ser registrados en su propio soporte: el escenario.

Hago literatura dramática. Algo viejo como el teatro y tan en desuso que parece nuevo. Amo las palabras. El cine y la tele suelen despreciarlas. Son apenas allí la parte sonora de algo.

Dice un amigo guionista: "Cuando terminan los ensayos de una obra, los actores le piden al autor que les firme el libro. Cuando termina una película el festejo es revolear los libretos". La industria del cine gasta fortunas creando nuevos soportes que lo hagan cada vez más parecido a la realidad. Pero qué esfuerzo inútil, pienso: si desde hace veintitrés siglos el teatro ya es la realidad. Nunca me ha tentado otro medio audiovisual que no sea el teatro. No encuentro placer alguno en escribir guiones. Me da un gusto y una inefable curiosidad en cambio que alguien pueda llevar a la pantalla un texto mío. Espero ansioso el momento en que Puenzo le entre a El niño argentino.

"Hacés diálogos duros" me dijo hace cuarenta años Hugo Loiácono, un mentor literario de mi barrio, San Martín, al que le llevaba yo mis primeros cuentos. "El mejor ejercicio para eso es escribir teatro, pibe". Nunca lo había hecho pero obediente empecé. Dicen que cuando un cómico gasta un par de zapatos sobre el escenario no se baja más. Cuando gastás una birome entera con el teatro debe pasar lo mismo, porque nunca volví a la narrativa. Nunca es tarde para agradecer aquel consejo.

Los buenos maestros iluminan (alumno entre otros discutidos orígenes viene de a-lumno: sin luz) Hay maestros que la encienden. Ese acto natural por el que empezás a ver alrededor lo que sabías que estaba pero no podías terminar de percibir. Ricardo Monti fue mi reflector. Transformó en formas las sombras intuidas. Escribir teatro y enseñar a hacerlo son dos cosas que le debo. Y vivo de ellas. No es poca cosa.

Fuente: Clarín

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