jueves, 16 de julio de 2009

La voz triste que ya no es secreta

Bella y frágil Chan Marshall. Con un pasado de alcoholismo y adicción, fue “descubierta” por Steve Shelley, de Sonic Youth.

Esta noche canta Cat Power en el Gran Rex

Después de un show errático para enterados en 2001, la gran cantautora indie vuelve a un escenario porteño revitalizada y con dos discazos, de temas propios y ajenos, que la transformaron en popular.

Cuando Chan Marshall –conocida como Cat Power– vino a la Argentina en 2001 y tocó en el Margarita Xirgu para esos pocos que siempre están al tanto de lo que realmente vale la pena del indie norteamericano, su show fue como solían ser en esos tiempos: errático, de cortes abruptos, con canciones que resbalaban y declaraciones insólitas. La explicación era su alcoholismo –ella misma lo reconocía en entrevistas que concedía tirada en el piso–; ese alcoholismo heredado de un padre músico y de una madre que llenaba la mamadera con cerveza.

Pero, a pesar de esta historia excesiva que, treinta años después, la perseguía arriba y abajo del escenario, su voz era la misma: con ese fondo rasposo, dulce, pero desgarrada, que entra como un susurro, íntimo, y que de repente te está pegando ahí, en el pecho, aunque vos te jactes de ser una roca inmune a cualquier emoción, aunque no entiendas las letras que te hablan de su pasado una y otra vez; aunque no te des cuenta de que ese tema que te resulta tan extraño y a la vez familiar, en realidad, es un cover de otro conocido. La voz era la misma, y lo sigue siendo, es su don, y con eso alcanza, aunque ahora los shows sean mucho más prolijos porque está rehabilitada de su adicción, y ya no haga falta ser un ratoncito del indie para escucharla porque en las radios suenan cortes de The Greatest –que se tranformó en un must local– y de Jukebox, su octavo disco y el segundo de covers, con el que se presenta esta noche en el Gran Rex en el marco del Personal Jazz Nights.

BIG SUR. Chan Marshall nació en 1972 en Georgia y se crió como una nómade, girando por diferentes ciudades del sur de los Estados Unidos y entre las casas de sus padres divorciados y de su abuela. Abandonó la secundaria y empezó a tocar en Atlanta como telonera de las bandas de sus amigos. En ese entonces la música era más una excusa para drogarse y emborracharse que un interés artístico, reconoció alguna vez. Al poco tiempo se mudó a Nueva York, conoció el free jazz y la movida experimental y participó en shows –ya como Cat Power– en los que su performance podía consistir en tocar dos cuerdas y decir “no” durante quince minutos.

Hasta que en 1994 teloneó un recital de Liz Phair –que también se abría paso en la escena alternativa– y entre el público estaba Steve Shelley, baterista de Sonic Youth, que se le acercó y le dijo: “Tenés que grabar”. En diciembre de ese año, y en un solo día, Cat Power grababa dos discos: Dear Sir y Myra Lee (el nombre de su madre). Un año después firmaba con el sello Matador, insignia del rock independiente.

En 1996, después de un tour de promoción de su tercer disco (What Would the Community Think), Chan Marshall desapareció: se había puesto de novia con Bill Callahan, de Smog –en ese tiempo otro oscuro experimentador, que todavía no se había refugiado en el folk– y juntos se instalaron en una granja en Carolina del Sur. Pero tanta naturaleza la llevó a una especie de misticismo, y de esa epifanía espiritual resultó su cuarto disco, Moon Pix, con el que la crítica finalmente reconocería su talento y del que salió “Metal Heart”, ese tema oscuro y magnético que, de tan perfecto, resiste un cover de sí mismo en Jukebox.

PROPIOS Y AJENOS. Ahora que Chan Marshall o Cat Power ya no es un secreto del indie y que la abstinencia –después de su última caída y posterior internación– la devolvió vigorosa a los escenarios, en versión apta para todo público y en una gira que también la lleva a Brasil y Chile, proliferan las etiquetas que van desde “voz del country alternativo” a “artista multigenérica”. Si se le pide una definición, ella dirá: “Soy una cantante de blues”.

Los discos editados en la Argentina, The Greatest (2006) y Jukebox (2008), resumen las dos facetas de Cat Power: en el primero, grabado con un grupo de veteranos sesionistas de Memphis, aparece la compositora capaz de maridar su bagaje de blues, jazz y folk con letras que no están, precisamente, para rellenar una linda cancioncita. En el segundo, la intérprete que en realidad no lo es porque sabe cómo moldear los temas ajenos hasta hacerlos propios y convertirlos en algo completamente nuevo. Lo curioso, o quizás esencial, es que los covers no surgieron de una búsqueda artística: tocar sus propios temas la aburría. Así fue como en 2000 apareció The Cover Records con temas de los Rolling Stone, Lou Reed y Bill Callahan y ahora Jukebox, con su visión desgarrada de “New York, New York” y el apelativo “I Believe in you”, de Dylan. Nosotros creemos en vos, Cat-Chan.

Fuente: Crítica

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