lunes, 13 de julio de 2009

El Purgatorio, de Romeo Castellucci

Foto Luca del Pia

Por Toni Rumbau

El trabajo de Romeo Castellucci abre interesantes vías de desarrollo del teatro visual, sin vacuos esteticismos y con un compromiso firme frente a los más delicados aspectos de la condición humana en nuestros días.

Tuve la oportunidad de ver el domingo este espectáculo del artista y director de escena italiano Romeo Castellucci, en el Teatre Lliure de Barcelona. No se trata de un espectáculo de títeres, desde luego, pero sí que es una obra fascinante de lo que se llama “teatro visual” en el sentido más noble y brillante de estas palabras. El Purgatorio forma parte de la trilogía dedicada por Castellucci a la Divina Comedia de Dante, siendo los otros títulos El Infierno, que vi en el Teatro Grec de Barcelona días antes, y el Paraíso, éste en formato de exposición.

El Infierno resultó ser una experiencia de mucho impacto con imágenes que creo quedarán para siempre grabadas en las retinas de los espectadores, realizado con un formato de secuencias fragmentadas y sacadas de las zonas más oscuras de la cotidianidad, y que buscaban transmitir una verdadera sensación de infierno. Pero me centraré aquí en la segunda de las obras.

El Purgatorio nos mostró una terrorífica situación de pederastia de un padre hacia su hijo que es presentada en la primera parte de la obra a través de una puesta en escena hiperrealista, en las escenas previas y posteriores a los abusos, pero también en los momentos escabrosos, representados éstos a través del sonido, y todo ello con una frialdad expositiva estremecedora. Sigue luego una larga secuencia en la que se entra en otra dimensión perceptiva, representada con imágenes de pesadilla vistas a través de la mirada del niño. Imágenes amplificadas y enmarcadas por un círculo en las que van desfilando flores y extrañas formas vegetales de inmenso tamaño en un alarde extraordinario de plasmación visual de la angustia. Pero aún más escalofriante es la tercera parte de la obra, cuando aparece el niño ya adulto que sin embargo sigue vistiendo pantalones cortos, ante la figura de su padre desquiciado, atrapados ambos por un círculo que aparece corpóreamente en el aire y que los espectadores ven atónitos como se va estrechando hasta cerrarse en un tétrico disco negro.

La creación de imágenes era de una riqueza absolutamente deslumbrante. ¡Y todas compuestas con objetos y figuras reales en el escenario más una riquísima iluminación! Sin embargo, lo que más me interesó fue el concepto mismo del espectáculo, con un dominio increíble del tiempo escénico, capaz de estremecer y poner los pelos de punto al más frío de los espectadores, fiel exponente de un concepto de teatro cuyo objetivo es tratar con los lados más oscuros del alma humana. Pero en vez de hacerlo con dramatismos naturalistas y sus correspondientes explosiones emocionales, Castellucci lo hace con la mirada fría y analítica del investigador que no rehuye ningún aspecto, por horrible que sea, mostrando uno tras otro diferentes momentos de la fenomenología patológica desde una mirada de estremecedora normalidad cotidiana. El distanciamiento brechtiano viene a ser un cuento de niños ante la gélida lupa con la que observa el mundo Castellucci. Viene a decirnos esta actitud: cuidado, porque la maldad está en nosotros, en unos marcos sociales nuestros de cada día, y es una obligación cada vez más imperativa saber de lo que somos capaces. También nos dice que el viejo maniqueísmo de buenos y malos ya no sirve, y que para comprender y tal vez superar los comportamientos humanos, tanto los sanos como los patológicos e insanos, debemos asumir la complejidad contradictoria de nuestras almas. Algo que está a todas luces fuera de nuestras posibilidades actuales. Y es en este sentido que el teatro de Castellucci me parece revolucionario, en cuanto exige a los espectadores un salto evolutivo de imponente altura, dada la dificultad de asumir los aspectos contradictorios así como la complejidad del alma humana, sobretodo cuando se manifiestan en sus formas más extremas.

El trabajo de Romeo Castellucci abre igualmente unas vías tremendas de desarrollo del teatro visual y de imágenes, puesto al servicio de una vocación investigadora y experimental, sin vacuos esteticismos y con un compromiso tremendo respecto a los temas más delicados y candentes de la condición humana en nuestros días. Un trabajo el suyo tan ejemplar como polémico, y que no dejó a nadie indiferente.

Fuente: titerenet

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