La risa no me pertenece...
Por Ale Cosin
Sepan disculpar si cambio el habitual estilo de escritura y comienzo en primera persona. Un jueves gris, como hacía tiempo no teníamos en Buenos Aires, con esa llovizna resbalosa y el frío que te tira desde la solapa hacia adentro de tu casa, salí a ver la última obra de Mabel Dai Chee Chang, ¿Quién no es salvaje?
Esta mujer me tiene acostumbrada a sorpresas dignificantes de mi función, así que sabía que no me iba a arrepentir. Me creaba incógnitas la fusión con la dramaturga Griselda Gambaro. ¿Qué haría con una textura tan densa?
Me encontré con una pieza de las que pueden explicar por qué una obra de danza, utilice texto o no, se sirva de personajes o no, es danza: el protagonista es el cuerpo, el del espectador. Y en este caso, los del rol aquel, el que nos posterga a una butaca, quedamos con el cuerpo entumecido, los glúteos contraídos contra el asiento, las mandíbulas desarticuladas y lágrimas acongojadas imparables aún con la luz encendida (cuando se supone que ya terminó el jueguito, el que nos otorgaba ese rol).
"La tarea de un escritor es revalorizar las palabras, darles sentido dentro del texto y recobrar la legitimidad de aquellas palabras que los usos políticos, sociales y cotidianos deforman y corrompen", asevera categórica Gambaro en una entrevista publicada en "Página 12", en 2003. Tal vez Dai Chee Chang tomó la consigna con respecto al movimiento de las palabras a través del cuerpo y entre los cuerpos, al sentido que se le puede dar al texto danzándolo brutalmente, arrojando los cuerpos hacia los ojos del espectador, quien ruega volver a leer las palabras en los libros. Incluso, estoy segura de que un angloparlante, por ejemplo, hubiera acabado igual al final de los minutos bien administrados de impresionante despliegue escénico, porque el texto funcionó como un elemento más de golpe. Uno más.
Tan acostumbrados estamos a piezas de danza, por estos días, que apelan al humor, al giro irónico, la mueca absurda o agresiva (no siempre vacía, no siempre cínica) y sobre todo, a mujeres "hermoseadamente" masculinas; que ¿Quién no es salvaje? nos sorprende incluso desde su "desactualidad" estética. Y lo agradecemos, puesto que en lugar de moda, vemos mucha autenticidad. No desmerecemos otros trabajos contemporáneos que utilizan muchas veces con impecable éxito, elementos satíricos, irónicos, y otros formales, abstractos, para crear sus piezas plenas de sentido. Mabel Dai Chee Chang tiene un estilo muy particular que no reconoce obvias referencias a escuelas contemporáneas de técnica o composición escénicas. Ni para modelar sus danzas ni para articular la dramaturgia. Ésa es una diferencia notable, la consecuencia de esta creadora con su poética.
Los intérpretes literalmente entregan su energía física en la escena. Y lo hacen de manera tan verosímil, que nos llegan a doler sus cuerpos. Posiblemente ellos tengan el control como para no lastimarse, pero la narración, los personajes, requieren esa energía y ahí está. Sin embargo, las chicas logran mejor aquellos personajes que son absolutamente insufribles. Ana Cecilia Gonzáles, Agustina Menéndez, Yerutí García Arocena encarnan mujeres sufridas, horrendas, patéticas y monstruosas de la dramaturgia de Gambaro con mucha solidez, a pesar de su juventud.
La escenografía y la iluminación complementan la angustiosa puesta (no olvidemos que Dai Chee Chang es también artista visual), y la música de Claudio Peña resulta una verdadera banda de sonido.
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