Nuestra opinión: bueno
Esta propuesta del grupo Devenir llega de la ciudad de La Plata. Devenir comenzó su actividad en la década del 80 formando parte de un fuerte movimiento de teatro independiente que se consolidó después de la dictadura militar. Sus trabajos siempre han estado ligados a la investigación y en los últimos años, Gustavo Vallejos, su director, desarrolla un trabajo cuya base está en la antropología teatral pero que sigue ciertas líneas que lo emparientan con el entrenamiento del fútbol.
"Quietito, Pericles" forma parte de una trilogía de textos creada por el mismo Vallejos. Esta es la segunda de esas producciones y aquí el autor propone reflexionar sobre la condición del ser contemporáneo a partir de la historia de un hombre que ha decidido transformarse en perro.
El protagonista, a través de escenas breves, va mostrando su nueva realidad y deja muy en claro su necesidad de apartarse de los hombres para entrar en un mundo animal donde algunos valores parecerían rescatar, todavía, la condición de un ser viviente.
El espectáculo se apoya básicamente en el actor y es su cuerpo el que continuamente vitaliza una acción que aporta más y más datos sobre la conducta de ese nuevo animal (no termina de ser humano, ni tampoco perro) que ocupa la escena.
Si bien el texto pierde por momentos contundencia dejando de lado la metáfora y aludiendo a la realidad argentina en forma directa, el espectador será sorprendido por el trabajo del intérprete, que alcanza picos verdaderamente interesantes.
Javier Guereña ha realizado una muy profunda investigación sobre la conducta perruna. Sus movimientos, sus pequeños gestos, así lo demuestran. Sintetiza en su cuerpo, de manera llamativa, las contradicciones de ese personaje que sale de una condición para meterse en otra, pero debe aprender a convivir con sus nuevos compañeros de ruta y hasta descubre que algunas cosas no puede incorporarlas, porque no tienen que ver con su idiosincrasia.
La dupla Vallejos/Guereña expone una fuerte experiencia de trabajo que ubica al actor en el centro de la representación y demuestra que su capacidad de transformación basta para dejar reflexionando a una platea.
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