LA DICTADURA Y LA VIOLENCIA DE LOS 70 EN LOS ESCENARIOS DE LA ACTUAL TEMPORADA
Paula.doc, Cuestiones con Ernesto Che Guevara, El Viejo Criado, Maniobras o Casino son algunos de los títulos que vuelven sobre un tema que inquieta por igual a la gente de teatro y a la sociedad toda.
OLGA COSENTINO
La hija de una desaparecida en desesperada búsqueda de su identidad es la protagonista de Paula.doc, de Nora Rodríguez. El Che discute sobre la violencia con un intelectual de los 90 en Cuestiones con Ernesto Che Guevara, de José Pablo Feinmann. En Casino, de Javier Daulte, se habla del sadismo y la homosexualidad que subyacen bajo el autoritarismo de un grupo de militares. Maniobras, de David Viñas, reflexiona dramáticamente sobre los comportamientos de los militares. Cocinando con Elisa, de Lucía Laragione, transforma la historia de una cocinera y su discípula en una metáfora feroz de las torturas y los asesinatos cometidos por la dictadura militar. La reposición de El viejo criado, de Roberto Cossa, redescubre cómo la cristalización de ciertos mitos como el tango, el fútbol o los estereotipos porteños sirvieron -¿sirven?- para paralizar la percepción de la realidad política. En Des/enlace -experimentación escénica de Mónica Viñao basada en el método del japonés Tadashi Suzuki- el fantasma de una desaparecida insepulta atormenta a un viejo general represor. También en Lulú ha desaparecido, de Alberto Félix Alberto, Cinco puertas, de Omar Pacheco, en Potestad, de Eduardo Pavlovsky, en Ese antiguo espíritu de venganza, de Verónica Oddó -obras teatrales actualmente en cartel-, la Argentina de los años 70 tiene, de modo explícito o tácito, una presencia sustantiva. Y todos esos títulos fueron estrenados antes que la realidad de las últimas semanas pusiera en las tapas de los diarios y en las pantallas de los noticieros de TV las imágenes ominosas de asesinos todavía impunes como Videla o Astiz.¿Vuelve el teatro-documento? Y si vuelve, ¿por qué vuelve? ¿Tienen interés, para los espectadores de los 90, los temas vinculados al genocidio desatado hace más de 20 años por la dictadura militar?No hay una sola respuesta para cada uno de esos interrogantes. Es indudable que en algunos de los títulos mencionados al comienzo sus autores introducen, voluntariamente o no, situaciones de ficción que responden con escalofriante transparencia a la realidad en la que se inspiran. Es el caso de Paula.doc, que acaba de estrenarse en el Teatro del Pueblo con dirección de Hugo Urquijo. La historia de la muchacha que da nombre a la obra reproduce en clave realista de fuerte impacto emocional los hechos reales de unos cuantos casos que alcanzaron difusión pública a través de testimonios y procesos judiciales o de investigaciones llevadas a cabo por los organismos que nuclean a madres, abuelas o hijos de desaparecidos durante la última dictadura militar padecida por este país. Pero la pieza galardonada en España con el premio María Teresa León 1997 no se agota, sin embargo, en el relato naturalista de la anécdota. Una cantidad de señales de destacable sutileza levanta vuelo por encima de las circunstancias narradas y roza con cierto lirismo algunos de los grandes y permanentes dramas humanos. El padre ausente, la hipocresía del poder político y de la Iglesia, la cobardía asociada al miedo, la imposibilidad de dar vida cuando se desconoce de quién se la ha recibido son asuntos que asoman entre los pliegues de un argumento menos lineal que lo que parece y donde, al menos en forma explícita, no se hacen enunciados ideológicos; ni siquiera se nombra a los represores y asesinos.En el Complejo Margarita Xirgu, Cuestiones con Ernesto Che Guevara descarga sobre el escenario una discusión teórica sobre la violencia durante los años de la guerrilla latinoamericana. Sin una estructura teatral demasiado elaborada, el interés dramático del espectáculo radica en el enfrentamiento dialéctico que sostienen los personajes. El discurso ideológico enfrenta al guerrillero argentino asesinado en Bolivia -tan honesto y pasional como dogmático- y a un oponente intelectual bastante light que intenta representar el pacifismo débil de este fin de siglo. Aunque no se trata de un estreno -El viejo criado se conoció en 1980- la obra se repuso hace un mes en el Teatro Presidente Alvear en una elogiada puesta de Roberto Villanueva. Allí, un compadrito, un boxeador fracasado y un poeta del estaño ponen en primer plano la metáfora de una sociedad que elige ignorar el horror. Del exterior llegan ecos del Mundial del 78, de operativos policiales, de torturas en centros de detención. Pero nada consigue distraer a esos amigos aferrados a sus porteñas e inofensivas rutinas. Como en la mayoría de los textos dramáticos de la época, las referencias a la realidad están asordinadas, porque así lo exigía la cultura amordazada por un estado censor. La ruptura del naturalismo era, antes que una libertad expresiva, una condición imprescindible para poder denunciar injusticia y abusos del poder o para reflexionar sobre los comportamientos sociales que facilitaron aquella injusticia y aquellos abusos. Pero la urgencia por encontrar canales para esas denuncias llevó a los escenarios obras de indudable necesidad política pero que en muchos casos perdieron interés una vez superadas aquellas condiciones. Las que perduran son las que, además de su pertinencia en el momento de su estreno, tenían valores artísticos propios. Es el caso de El viejo criado.Su vigencia confirma la condición de clásico y podría argumentarse que esa razón -antes que el tema- explica su vuelta a un escenario y su éxito. Lo curioso lo constituye, en todo caso, que nuevos textos dramáticos y hasta jóvenes autores vuelvan sobre esos asuntos. La casi totalidad de los autores que escribieron durante la dictadura mantienen su interés en ese núcleo temático, aun cuando varíen lenguaje y recursos. Eduardo Pavlovsky, de quien en el teatro el Vitral se está ofreciendo una versión de Potestad (sobre la apropiación de hijos de desaparecidos), reconoció semanas atrás, en un seminario sobre dramaturgia latinoamericana que se celebró en Florencia, Italia, que su teatro sigue siendo político. Y se refirió a su última obra estrenada, Rojos globos rojos, en la que se plantea la resistencia cultural a la globalización como el necesario compromiso de un intelectual hoy. Pero también reconoció a Clarín que su obra Potestad no tuvo, en ocasión de su estreno en Argentina, mayor repercusión: Estábamos demasiado cerca del impacto. Necesitábamos un tiempo de elaboración. En cambio el año pasado, cuando la repuse, la sala se llenó de espectadores jóvenes que necesitan información sobre aquellos temas. Pero también es cierto que los nuevos autores y los nuevos espectadores tienen exigencias de mayor nivel estético y mayor objetividad.En ese mismo encuentro participaron autores de la generación que empezó a escribir en democracia, como Rafael Spregelburd, quien desde sus comienzos se define como ajeno al teatro político y defiende la posición personal y de otros autores (originalmente reunidos en el ya disuelto grupo Carajaji). Según la agencia EFE, Spregelburd sostuvo allí que es pesimista, que sabe que escribe para pocos amigos y que no tiene idea de qué es el teatro popular porque antes tendría que entender qué es el pueblo. Sin embargo, varios de los integrantes de ese grupo han estrenado textos que relativizan tan taxativa afirmación. El año pasado Jorge Leyes estrenó en el San Martín Bar Ada, donde la referencia a la guerra de Malvinas es insoslayable. Y actualmente prepara Cabaret, un espectáculo que incluirá referencias al Holocausto, a Hiroshima y también al Che Guevara. Aunque establece una diferencia con cierta dramaturgia militante: Me parece que lo ideológico puede aparecer en boca de un personaje, pero no me gusta que el autor baje línea. Ahora sí, si a mí me hubiese tocado escribir teatro durante la dictadura hubiese estado en Teatro Abierto. Por otra parte, en el teatro Payró, sigue en cartel la mencionada Casino. Su autor, Javier Daulte, declaró en ocasión de su estreno que la historia le fue inspirada por su experiencia personal de conscripto de la clase que estuvo bajo bandera durante la guerra de Malvinas.Hace más de dos décadas, los dramaturgos respondieron con el teatro a la violencia. Hoy, con el realismo heredado de sus maestros o con nuevos códigos estéticos, los nuevos autores reclaman la misma libertad por la que, durante la dictadura, otros llegaron hasta a jugarse la vida. Y esa libertad incluye el derecho de no crear a partir de una alineación política, temática o estética determinada. Aunque la cartelera teatral demuestra que los crímenes de los 70 siguen inquietando a autores y espectadores. Por una razón elemental: siguen inquietando a la sociedad.
Fuente: Clarín
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