martes, 23 de febrero de 2010

Simplemente Cristina

Presidentes de Latinoamérica

LA PLATA.- En Ringuelet , donde nació, forjó su personalidad. En las aulas de la Universidad Nacional de La Plata conoció el amor e inició su militancia. En la Santa Cruz que adoptó se convirtió en política y plasmó su familia. Y a lo largo de una vida de compromiso con las ideas, llegó a la presidencia de la Nación.

América Latina necesita hechos y políticas contundentes por parte de quienes tenemos responsabilidades de Gobierno. La región está destinada a ocupar un lugar protagónico en el siglo XXI pero sólo si somos capaces de aceptar nuestra diferencias en el marco de una construcción común, colectiva. Nuestro destino es común y colectivo.

–¿Cuándo fue la primera vez que pensó que podía ser presidenta?

–A mí no se me ocurría la figura de presidenta, se me ocurrían figuras de líderes. Es decir, el cargo institucional de presidente de la República, no, claro. Sí, esa cosa de trascendencia de pasar por el mundo no solamente para respirar y comer, sino qué sé yo, que el día de mañana se acordaran de mi por otras cosas, eso sí.

–La decisión de dedicarse a la política, ¿tiene que ver con una familia donde se hablaba de política, de las lecturas o de la ebullición de los '70?

–De todo un poco. Con nosotros vivía mi abuelo, el papá de mi mamá, que era muy pero muy peronista. Fanáticamente peronista, igual que mi mamá, pero más. Con carnet guardado en el cajón de la cómoda y todo. Él fue quien desde muy chiquita me hablaba de Perón. A mí siempre me gustó la política y la historia mezclada con la política: Rosas, los unitarios y los federales. Al que le gusta la historia, normalmente le gusta la política, hay una vinculación muy fuerte. Siempre me llamó la atención la historia, desde muy chica. Pero todas las historias. Desde muy chica moría por la mitología griega, conocía todos los nombres de los dioses, tanto en su versión griega como en su versión romana. Y me encantaban todos los mitos y las leyendas. Además, se ve que mi madre tenía muchas cosas pendientes y se las pasó todas a sus dos hijas. A mí me mandó a estudiar guitarra y no tuvo éxito, pero a mi hermana la mandó a estudiar piano. Hoy, además de médica es concertista. Mamá me compraba todos los Lo sé todo. Y otros libros que eran fabulosos: Las aventuras de Naricita y Pelucho, de Montero Lobato. Yo disfrutaba mucho leyendo. Antes pasaban por las casas los vendedores de libros. Y mamá no perdonaba a ninguno. Todos los que pasaban por casa, se los compraba. Y mi hermana y yo devorábamos los libros. Mamá siempre dice que nunca tuvo problema con ninguna de las dos, al contrario. A todos los chicos les decían: "Nene, estudiá". A nosotras nos tenían que decir "basta".

–Por lo que cuenta, la figura fuerte en su casa era su mamá…

–Sí, sí. Papá era, por personalidad, un hombre mucho más callado. Mamá tiene mucha polenta, mucha fuerza. No duramos mucho tiempo juntas tampoco porque es como que chocamos. Un poco sí, pero mucho tiempo por ahí empezamos a discutir seguramente. Sí, tiene una personalidad muy fuerte mamá.

–¿Cómo es convivir con una madre peronista y un padre radical?

–Mi viejo era anti peronista, vamos a empezar a definirlo adecuadamente. Si tuviera que haber sido beduino para ser anti peronista hubiera sido beduino, lo que pasa que en ese momento, cuando él era radical, el radicalismo era un radicalismo muy antiperonista. Y mamá era muy peronista, de las peronistas que no aceptan ningún tipo de crítica o autocrítica. Eso fue lo que me hizo descreer de las cosas extremas y toda la experiencia de los '70.

–¿Cómo se siente íntimamente cuando ve una descalificación personal, no política?

–A ver, creo que también tiene que ver con cierta cosa de que no renuncié a mi condición de mujer por ser presidenta. Es decir, esta mujer que a veces se pinta como una puerta es la misma desde que tengo quince años. La hermana Rosita, que era la directora del Colegio de la Misericordia donde estudié, y la hermana Marta, que era mi profesora de religión, me hacían lavar la cara porque iba toda pintada al colegio. Siempre fui igual y no creo que tenga que cambiar por el hecho de ser presidenta. Esto de que me tenga que disfrazar de lo que no soy, no lo voy a hacer nunca. Yo soy como soy.

Empecé a estudiar psicología, pero comprendí que no era lo mío. Ese año se modificaron, por esas cosas de la vida, los requisitos para ingresar a derecho y se permitió ingresar a los peritos mercantiles. Ahí me fui de cabeza a derecho, y acá estoy, abogada. Soy muy perseverante en mis objetivos, o sea, siempre supe que tenía que recibirme de abogada y estudiar para poder progresar. Eran las épocas en que todavía el estudio estaba totalmente integrado con la idea de progreso económico y social. El reconocimiento social, ¿no? Y siempre quise que lo que hiciera fuera lo mejor, desde un mapa, cuando era chica en el colegio, hasta cuando daba la lección. Y además fijarme objetivos y cumplirlos. Tengo una noción de sacrificio y esfuerzo para saber que las cosas se consiguen con esfuerzo y me parece que valen la pena.

–¿Cuál es la sensación que privilegia de lo que quedó de los '70?

–La voluntad de cambiar las cosas. El libro de Anguita y Caparrós que refleja la militancia de aquellos años y que se llama La voluntad, no sé a quién se le ocurrió ese nombre La voluntad, pero realmente creo que dieron exactamente en la tecla de lo que significó. La voluntad, el compromiso, la solidaridad, el pensar en primera persona del plural y no en primera del singular son los datos distintivos de aquella época, a la que no hay que idealizar como algo perfecto. Porque, además, esto tiene que ver con lo otro, porque no hay perfección. No hay perfección, no la hubo nunca, ni en 1810, ni en 1853, ni en 1850. Nunca hay perfección. La historia se va escribiendo con diferentes letras. Yo trato de no idealizar, porque además cuando uno idealiza es como una suerte de escape de la realidad, y no hay peor cosa para no cambiar la realidad, que recurrir a caminos o escapismos. Entonces si no es perfecto, no se puede cambiar que es una cosa que le pasa a los sectores muy de izquierda de la Argentina. "A no a ver, si no está como decía Marx o Lenin, entonces no es así". Y ni la historia ni la vida son así. La idealización te pone en dificultades para comprender la realidad y comprender la realidad, que no significa aceptarla, trae problemas para poder resolver el camino adecuado.

–¿Se acuerda qué hizo el día que volvió Perón?

–Fui a Ezeiza. Y la viví a los tiros, como lo vivió todo el mundo, no había muchas maneras de vivirlo. Porque para como habíamos llegado temprano. Yo fui con mi mamá ese día y llegamos muy temprano, yo no me voy a olvidar nunca, porque llegué como a las seis y media de la mañana, entramos por Ciudad Evita y caminamos toda la Ricchieri. Puedo vivir miles de años y ese día no me lo olvido más. Vi gente que llegaba de todas partes y en un momento determinado me paré al costado de la ruta, sobre unas piedras para ver. Y era una cosa impresionante. Ahí sí que uno sentía que estaba viviendo y haciendo la historia. Sí, sí, era como que estabas adentro del cuadro de Billiken. Decías "dentro de cien años, esto está en Billiken". Después, como a las diez, diez y pico de la mañana, llegamos. Y en el palco estaba la figura de Perón de un lado y la figura de Evita del otro. Nosotros nos pusimos al lado de Evita, no es por nada, ¿eh? Y ya cuando llegamos se escucharon algunos tiros. Yo le pregunté "¿qué pasá? ¿qué pasa?" a un señor que vendía choripanes. Y me contestó: "No pasa nada, fue toda la noche así, no pasa nada". Pero la cosa se puso fulera. Y mi mamá no se quería ir porque decía: "Yo vine acá a ver a Perón y no me voy a ir sin verlo". Yo le decía: "Mirá mamá, tenemos que irnos". Yo creo que no teníamos noción de dónde estábamos. Los tiros silbaban por todos lados. Nos escondimos atrás de unos árboles y mi mamá meta que no se quería ir. Hasta que al final la convencí y empezamos a caminar en sentido inverso porque no sabíamos para qué lado agarrar. Cada vez me voy acordando de menos cosas, es como que, inconscientemente, tengo un mecanismo que trata de tapar las cosas que no son demasiado agradables.

–¿Usted militaba en La Plata?

–Sí, yo venía de antes con todo la etapa de efervescencia antes y de efervescencia después. Nunca estuve de acuerdo en desconocer a Perón como el líder natural del proceso de cambio en la Argentina. Nunca estuve de acuerdo en eso, una diferencia muy fuerte y definitiva porque era incomprensible que se desconociera el proceso histórico que Perón y el peronismo y el pueblo habían desarrollado. Hubo mucho también de incomprensión de la etapa histórica que se vivía y que se desarrollaba en ese momento, ¿no? Si uno, en ese momento ve, por ejemplo, el plan económico de Gelbard, hoy sería casi un plan revolucionario, pero el plan de Gelbard sin embargo, fue visto en aquel momento, casi como una cosa burguesa horrible, una traición, una cosa incomprensible. Claro, es imposible analizar las cosas por afuera de la perspectiva histórica, pero hubo mucha gente que tuvo diferencias y se fue. No es que la radicalización haya provocado el golpe del 24 de marzo de 1976, el golpe ya estaba decidido. La radicalización, en todo caso, fue funcional para la captación de muchos sectores medios que querían que se acabara la violencia de cualquier modo.

–Algunos de sus compañeros, de no haber sido asesinados en es época. ¿hubieran marcado su vida de otra manera, hubieran estado al lado suyo, la hubieran orientado políticamente?

–Me acuerdo de un amigo, que vivió con nosotros hasta muy poco tiempo antes de desaparecer, Carlos Labolita, una persona muy querida. Me acuerdo los dos últimos libros que nos regaló para nuestros cumpleaños (Néstor cumple el 25 de febrero, yo el 19): La condición humana, de Malraux, y Megafón o la guerra, de Marechal. Todavía los tengo. Él hubiera estado a nuestro lado, claro. Pero creo que lo más importante, más allá de las historias individuales, son las historias colectivas. Hay un agujero dirigencial en la Argentina, fundamentalmente provocado por la desaparición de toda una generación que estaba con mucho compromiso y que además era producto de toda una historia. Una historia de marchas militares y de nombrar a Perón en voz baja y de rastrear mucho para leer la historia que nadie contaba. No era sólo Argentina, era Latinoamérica, el mundo. Mayo francés: Marcuse, la imaginación al poder. O sea, había un contexto que iba conformando dirigencias y una parte de esa dirigencia argentina fue suprimida.

–¿Estuvo presa durante el Proceso?

–No, pero sí durante el gobierno de Isabel Perón. Me detuvieron el 6 de enero, pero estuve muy poquito presa, no alcancé un mes, en Río Gallegos, junto a Néstor y a otro compañero ya fallecido. Era nuestro testigo de casamiento, un amigo entrañable, que había sido militante junto a nosotros toda la vida. Él y su mujer, los cuatro, fuimos detenidos la noche del 6 de enero de 1976. Pero no me hicieron realmente nada, estuve detenida. Allí tuvo que ver mucho la actitud de quien en ese momento era interventor de la provincia, Orlando Parolín, que le dijo al que todavía era el jefe militar (yo estaba a disposición de la unidad militar 523, por presunta infracción a la 19840, que era la ley de seguridad nacional): "O los ponen a disposición del Ejecutivo o los dejan en libertad, porque yo no quiero presos políticos en mi provincia. Por suerte, se le dio por otorgarnos la libertad y allí salimos. Y yo me acuerdo, era enero, y le dije a Néstor: "Es terrible lo que va a venir, va a ser terrible lo que va a venir". Había pensado en irme del país inclusive en ese momento, porque me dio mucho miedo, tenía mucho miedo.

Me parece que la muerte por la patria no es una cuestión de inventario ni de estadística, con que haya un muerto por la patria hay que darle honra y honor y no sucede muchas veces por las tierras nuestras estas cosas, al contrario, se tratan de ocultar.

–¿Cómo recuerda el regreso de los soldados de Malvinas?

–Quisieron taparlos, ponerlos debajo de la alfombra cuando volvieron, en el año '82. Prácticamente los ocultaban. En realidad hubo toda una tarea de desmalvinizar, a partir de 1983, no logrando separar adecuadamente lo que fue la dictadura de Galtieri, de lo que es la gesta de los que murieron en Malvinas. Cuando un ve a las familias, en Malvinas, la gran mayoría es gente muy humilde, y se percibe claramente que siempre los que mueren por la patria son los pobres. Cuando viajé allá, una chica, una rubiecita preciosa, en la escalerilla del avión me dijo que estaba muy orgullosa de que su padre hubiera muerto por la patria, y la verdad que bueno... fue muy emotivo todo. Uno me regaló lo que tenía del Crucero General Belgrano, su hijo había muerto allí, y me lo regaló. Con mucho honor lo llevo y parece mentira que hayan tardado tantos años en darnos la posibilidad de ese gesto humanitario que permita ir a llorar a nuestros muertos a sus deudos. Allá fueron ellos, en nombre de todos nosotros. Con mucha emoción, con mucho respeto y como dije, con mucho honor.

–Es presidenta de un país muy particular, que tiene una figura como Evita, ¿eso le da una responsabilidad especial? ¿Significa algún peso extra?

–No, no, no, de ninguna manera. Al contrario, me conmueve como nadie. Me conmueve más que Perón. Y no es que sea evitista, pero Eva conmueve, conmueve su vida, su pasión, conmueve… ella es conmovedora.

–Además de Evita, este país también tuvo como protagonistas a Madres, Abuelas…

–Absolutamente, mujeres ejemplares que en ninguno de estos años se les ocurrió venganza, ir a matar a alguno, pedir pena de muerte o ejercer algún acto de violencia. Al contrario, siempre pidieron el cumplimiento de la ley. Y hablamos de mujeres a las que les desparecieron a los hijos. Cuando Elsa Oesterheld me dio El Eternauta, cuando se acercó, me dijo al oído "esto te lo tendría que haber dado él". Mirá, no me desmayé ahí todavía no sé por qué. Me lo dijo despacito, al oído "esto te lo tendría que haber entregado él, no yo". Vos fijate Elsa, cuatro hijas, las cuatro desaparecidas… nada, se quedó sola y ahí está, pidiendo justicia. Yo no sé que hubiera hecho si me desaparecen a Máximo, a Florencia y a Néstor. No sé, sinceramente no sé. Dios mío y cuando vos ves cómo otros, ante la mínima cosa que vos hacés con cuestiones que no tienen que ver ni con la vida de sus seres queridos ni con nada, sino simplemente una cuestión que tiene que ver con intereses puramente económicos, y reaccionan de la manera que reaccionan y hacen las cosas que hacen, vos decís "estas mujeres son muy especiales en serio". El tener a las Madres y Abuelas me da mucha tranquilidad en el sentido de estar haciendo lo correcto por lo menos desde lo que yo pienso y siento y he sentido toda mi vida.

–¿Cuándo se emocionó más, el 25 de mayo de 2003, cuando asumió Néstor Kirchner como presidente, o cuando le tocó asumir a usted el 10 de diciembre de 2007?

–Emocionarme, lo que se dice emocionarme, en términos de llanto, la vez que más lloré fue cuando juró como gobernador por primera vez. En ese momento, me parecía mentira, porque él me había dicho que quería ser gobernador de su provincia en el '76, a los pocos días del golpe. Que él se quería quedar acá para recibirse de abogado, porque quería volver a la provincia, ser gobernador. Y yo le dije "vos estás loco, ¿qué tenés en la cabeza? ¿Gobernador de qué?, en un cajón te van sacar de acá, ¿qué gobernador? Así que cuando él llegó a Gobernador, me pareció que llegaba al lugar más impresionante que podría haber llegado en su vida, porque yo lo relacionaba con esa charla nuestra en el '76, y en ese momento, en 1991 no se me ocurría ni por asomo que podía ser presidente de la República Argentina. Siempre me sentí partícipe de un proyecto y en ese proyecto era el hecho de que fuera presidente pero no en 2003. Nuestro proyecto era Kirchner 2007. La realidad argentina parió su candidatura.

–¿Se acuerda cómo fue eso?

–Yo estaba en el departamento, en esos días tumultuosos de los cinco presidentes, 2001, con Rodríguez Saá al mando. Tenía el televisor prendido y cada cinco minutos pasaba algo distinto. Néstor había ido a la Casa de Gobierno, y yo estaba en la cocina y desde ahí miraba el televisor. Y todos los que venían a la casa de gobierno, por uno u otro motivo tenían ese micrófono abierto, una suerte de ágora mediática para decir algo. Ese día, cuando Néstor entró a Casa Rosada, uno de los periodistas le preguntó si iba a ser candidato a presidente. "Sí, voy a ser candidato a presidente" dijo. Y yo, que estaba en la cocina del departamento de Buenos Aires dije "éste se volvió loco". Pero el 25 de mayo de 2003 me sentí absolutamente protagonista de una película: que esa misma persona, 30 años exactos, porque fue el 25 de mayo de 1973, haya estado en la plaza gritando como un militante, tenía en ese momento 23 años, y 30 años después, además con todo lo que pasó en esos 30 años, no era que en el país fue todo maravilloso, era todo divino, estábamos en Suiza. Era casi una película y yo me sentía parte de esa película.

–La mañana de 2007 o la última noche del 9 de diciembre, ¿qué pesaba más: la responsabilidad, el miedo?

–Miedo no. Tuve miedo durante la dictadura y nunca más volví a sentir miedo. Puedo sentir cierta aprensión cuando me preocupo por alguno de los hijos, pero ese dolor de estómago que te paraliza, sólo durante la dictadura. Después sentí mucha responsabilidad, que es otra cosa. Los que me conocen dicen que siempre tengo excesos de responsabilidad. O sea, quiero que siempre todo esté perfecto. Desde las cosas más chiquitas y nimias y aparentemente sin importancia hasta las más importantes. Siempre tengo una vocación para que todo esté bien, perfecto.

–¿Dónde encuentra la fuente de energía, para con todas las dificultades y responsabilidades, volver al otro día con más fuerza?

–Perseverancia. Perseverancia. Perseverancia. Siempre he sido muy perseverante y muy responsable y aceptar las cosas con dignidad. Odio las auto victimizaciones, eso de culpar de todo lo que nos pasa a los demás. Yo siempre encuentro fuerzas, porque además tengo la obligación de tener fuerzas. Tengo la responsabilidad de tener fuerzas. Así que, aunque no las tenga, las invento, y si no las tengo, las saco de algún lugar, de las tripas, de la cabeza, de donde pueda.

–Como Presidenta, ¿cuál sería su objetivo principal?

–Creo que vivir en un país más justo. No en "el" país justo, porque eso es imposible. Pero en un país más justo sí. Me parece que todavía es un país injusto, un país inequitativo, pero no solamente en términos de distribución del ingreso, porque creo que tampoco es un país justo en cuanto a reconocimientos, creo que es un país que todavía discrimina, creo que es un país que no trata a todos por igual, un país en el que si vivís en el centro del país y si además sos rubio y de ojos celestes tenés más oportunidades que alguien que vive en una provincia del norte, y que tiene la piel oscura. La justicia no está solamente en lo económico. La justicia está en el reconocimiento social y por sobre todas las cosas en tratar con respeto e igualdad a todos.

A mí me gustaría vivir más en un país de igualdad de oportunidades, no de iguales, hace tiempo que descreí del igualitarismo. Pero porque eso de tener que vivir en un país en el que los otros sean siempre más débiles, eso es lo que tenemos que tratar de evitar y yo no me siento la madre de todos, yo me siento una ciudadana que tiene responsabilidades, más responsabilidades que el resto pero que sí quiero vivir en un país más justo, todavía vivimos en un país muy injusto, muy injusto.

–¿En qué dirección debiera avanzar América Latina en este segundo centenario?

–Me parece que estamos en un momento histórico a escala global totalmente diferente, con nuevos protagonistas, con un escenario donde la multipolaridad de la que tanto se habló, hoy comienza a tener una carnadura mucho más concreta, menos abstracta. Y el compromiso es el de vincularnos más como región, más profundamente. Yo creo que esa es una de las claves, que no todos lo entienden. Pero fijémonos cómo resolvimos el caso de Bolivia cuando se planteó lo que era prácticamente un golpe de Estado contra Evo, y como pudimos intervenir adecuada y exitosamente. De hecho, el golpe en Honduras, yo no me canso de repetirlo: mientras se llevaban secuestrado a un presidente y lo depositaban en Costa Rica, en las principales cadenas de televisión pasaban dibujitos animados. Si no hubiese sido por Telesur, no nos hubiésemos enterado. Las cadenas internacionales llegaron tres días después de que Telesur estuviera transmitiendo el golpe. Esto revela el poder no de la información sino también de la desinformación. Pero creo que la clave nuestra como región para no retroceder está en la unidad política y económica de la región. Me parece que ésta es la clave.

–¿Sufre otro tipo de presiones por ser una mujer estando en la presidencia?

–El género es terrible en este sillón. Cosas que jamás se les ocurriría hacerle a un hombre, sí son mucho más fáciles de hacerle a una mujer. En ese sentido, comparto la visión, no la visión, la percepción in situ.

–Moreno, Castelli, Belgrano: pasaron doscientos años de la independencia de América Latina. Si ellos pudieran decir las cosas que logramos y las que nos faltan, ¿qué se imagina que dirían?

–Que no abandonemos la lucha, que esta es una segunda independencia. Que la primera fue la de ellos, del yugo colonial; y que la segunda es la independencia económica, que significa también, desarrollo para nuestras sociedades, mejores condiciones de vida para nuestros pueblos. ¿Qué dirían ellos? Que se pueden hacer las cosas. Miremos a San Martín con el cruce de Los Andes. Hoy, con todas los avances tecnológicos que hay, un día de tormenta de nieve es prácticamente imposible cruzarlos. Imaginemos ese cruce hace doscientos años. Los diarios de la época dirían seguramente que estaba loco y que no iba a triunfar. Pero la historia demuestra lo combatido que fue San Martín por los hombres de Buenos Aires, de aquí del directorio que trataron todo el tiempo de que no tuviera éxito su campaña. Qué decir de Belgrano, de Güemes. Hombres que entendieron la historia pero fueron incomprendidos y boicoteados por el centro del poder. Porque además ellos fueron hombres y mujeres con virtudes y defectos como todos nosotros, porque esta es otra trampa de la historiografía oficial ¿no? Hacernos creer que Belgrano, San Martín o Moreno eran de mármol, perfectos. Pero eran hombres y mujeres de carne y hueso, con virtudes, que tenían amantes, que no se querían casar, que tenían dos mujeres por ahí. ¿Cuál es la trampa? Si los presentan como mármoles perfectos, nadie se siente identificado con él, entonces seguramente yo no voy a poder hacer las mismas cosas que hicieron. No, no, no eran seres perfectos y esto es lo que los convierte en valiosos. La historia se escribe, muchas veces, con letra torcida, no con letra perfecta caligráfica tirando tinta china. Se escribe con lo que se tiene a mano, a veces con tinta, a veces con lápiz y a veces con sangre. Claro, la mayoría de las veces las historias se han escrito con sangre en América Latina.

–¿Qué es lo que querría que se recuerde del período que le tocó ser presidenta?

–Transformar principalmente es la idea. Dar calidad institucional, formar parte de una generación que miró para América Latina. Hasta el 25 de mayo del año 2003, nuestra pertenencia regional era una cosa muy difusa y en eso lo convertimos en una política de Estado que, debemos reconocer, inició el ex presidente Alfonsín con el Mercosur y que siempre tuvo una mirada a la región que luego fue abandonada. Lo que hicimos con el tema del fondo monetario. Yo era senadora y diputada y los asustaban a todos con que si no hacíamos o votábamos tal o cual cosa, se venía todo abajo. Eso cambió. Y eso debe recordarse. Haber sido el gobierno que terminó con el default de la Argentina, por ejemplo, ¿no? Eso es una cosa también muy importante que la estamos abordando en esta etapa y que fue encarado exitosamente por la anterior administración, por el presidente Kirchner. En mi actividad política nunca hice las cosas para aparecer en los medios de comunicación o para tener dos líneas más o que un periódico me pusiera la foto con un epígrafe. Yo siempre he hecho las cosas porque estoy convencida que hay que hacerlas y que hay que cambiar. Creo que este es el rol principal de la política, cambiar las cosas.

–¿Tiene alguna idea fuerza para dejar a América Latina en este momento?

– América Latina no necesita mensajes en este momento. América Latina necesita hechos y políticas contundentes por parte de quienes tenemos responsabilidades de gobierno. La historia demuestra que todas las veces que hemos tenido enfrentamientos, divisiones, separaciones, nos ha ido mal. Y que nos ha ido bien cuando hemos comenzado un proceso de integración política y un proceso, también, de integración económica y de ayuda mutua entre nuestros países. Yo creo que ésta debe ser la clave y el aprendizaje, ¿no? Nunca vi una sintonía como la que hemos tenido en estos años entre los distintos dirigentes de la América Latina. Con nuestras diferencias, ¿no?, ya que es imposible que pretendamos ser los unos iguales. Pero tampoco nunca, en ninguna otra oportunidad cada uno de nosotros se ha parecido tanto a su sociedad como ahora. Esta es una época absolutamente inédita en América del Sur y yo espero que la sepamos aprovechar.

Una mujer frente al mundo

Nació el 19 de febrero de 1953, en La Plata.

Es hija de Eduardo Fernández y de Ofelia Wilhelm, con ascendencia de españoles por su padre, y de alemanes por su madre. La familia se completa con su hermana Giselle, hoy médica.

Vivió siempre en el barrio de Ringuelet, hasta que se trasladó a Santa Cruz, su segunda casa, tras conocer a su esposo, Néstor Carlos Kirchner.

Realizó la primaria en la escuela 102 de 7 y 32, en La Plata, al igual que los dos primeros años de sus estudios secundarios, en este caso en el ex Colegio Comercial San Martín (hoy Escuela de Educación Media 31). Los tres últimos fueron en el Colegio Nuestra Señora de la Misericordia, donde se recibió de bachiller.

Sus estudios universitarios fueron en la Facultad de Derecho en la Universidad Nacional de La Plata, desde 1973. Allí inició su militancia política en el Frente de Agrupaciones Eva Perón (FAEP), una organización estudiantil ligada a la Federación Universitaria por la Revolución Nacional (FURN) para luego constituir la Juventud Universitaria Peronista de la Universidad de La Plata.

Conoció a Néstor Kirchner en octubre de 1974, ya que ella era compañera de estudios de la novia de un compañero de él. Ambos formaron parte de la Juventud Universitaria Peronista, y luego de seis meses de noviazgo, se casaron el jueves 8 de mayo de 1975.

Estuvo presa un mes en enero de 1976. Tras el golpe del 24 de marzo de ese año, el matrimonio Kirchner resolvió trasladarse a la Provincia de Santa Cruz, a Río Gallegos. Una vez instalados en la Patagonia, ambos se dedicaron a la actividad privada como abogados, formando el Estudio jurídico Kirchner. Él ya estaba recibido, a ella le faltaban tres materias al momento de viajar a la provincia. La Universidad Nacional de La Plata ratificó que la Presidenta se graduó en esa casa de estudios en 1979. El matrimonio Kirchner tiene dos hijos, Máximo y Florencia.

Se inició en la política tras el regreso de la democracia en 1983 y fue electa diputada provincial por Santa Cruz en 1989.

Desde entonces ocupó cargos legislativos en esa provincia hasta 1995, cuando fue electa senadora nacional por ese distrito.

Fue convencional constituyente nacional en 1994.

En 1997 ingresa a la Cámara de Diputados y en 2001 es otra vez electa senadora, siempre por la misma provincia.

Al asumir la presidencia su marido el 25 de mayo de 2003, ocupó, además, el rol de primera dama, dándosele una trascendencia especial a su participación política.

El 23 de octubre de 2005 fue elegida senadora nacional, pero esta vez por la provincia de Buenos Aires, representando al Frente para la Victoria, venciendo por una diferencia de 26 puntos porcentuales a Hilda González de Duhalde, esposa del ex presidente Eduardo Duhalde.

El 19 de julio del año 2007 lanzó oficialmente su candidatura presidencial para las elecciones previstas para octubre. El acto se realizó en su ciudad, en el Teatro Argentino de La Plata.

El 28 de octubre del año 2007 se consagra ganadora en primera vuelta con el 45,29 por ciento de los votos positivos, con uno de los más holgados márgenes de ventaja desde el retorno de la democracia en 1983.

Fuente: Diagonales

No hay comentarios: