jueves, 4 de febrero de 2010

Grandes actores para un texto de antología

Creaciones. A Juan Gil Navarro, Roberto Carnaghi, Alfredo Alcón y Joaquín Furriel se le suman los buenos trabajos de Roberto Castro y Horacio Peña.

Un 7 para Rey Lear.
El personaje del canon trágico de William Shakespeare resulta, en versión de Rubén Szuchmacher, una obra con destacadas realizaciones individuales

Leonardo M. D´Espósito

Rey Lear figura –junto a Hamlet, Otelo y Macbeth– en el centro del canon trágico de William Shakespeare. Su peso en la cultura occidental es tan grande que no existe posibilidad de que una versión escénica le haga total justicia. El milagro de Shakespeare consiste en que su densidad dramática y el espesor de sus criaturas son universalmente comunicables. En el caso de Lear, los personajes no sólo cubren perfectamente su lugar de engranajes de una maquinaria perfecta, sino que permiten –en realidad, exigen– el lucimiento de los actores. La versión de Rubén Szuchmacher, austera y sin división en actos, recurre a una puesta de elementos mínimos para representar las diferentes locaciones donde se desarrolla el drama. Esos elementos son los justos para que convengamos en el milagro de creer que tales líneas y luces representan la nocturna Inglaterra casi pagana que es marco de la tragedia.

Hay grandes creaciones: el bufón de Roberto Castro, el Kent de Horacio Peña, el Gloucester de Roberto Carnaghi y el Edgar de Juan Gil Navarro son verdaderos recitales de actuación que no desmerecen el texto. Sucede lo mismo con el resto de los intérpretes, especialmente Joaquín Furriel como Edmund, un rol que suele moler actores, con lazos sutiles con el príncipe Hamlet. Pero no siempre hay conexión total entre estas luces: por momentos, asistimos a una mera antología de grandes escenas del Bardo.

Esto se nota especialmente en el monumental trabajo de Alfredo Alcón como Lear. Por una parte, combina lo mayestático, la locura y –lo más difícil de representar en Shakespeare– la autoconciencia de esa locura, verdadera hazaña del actor. Lear, el hombre que cede el reino por amor a cambio de respeto, la fuerza tonante rebajado el nivel de vieja molestia, enloquece porque comprende y porque su necesidad de amor es oceánica. Pero la versión de Szuchmacher nos devuelve un ciertamente conmovedor Lear humano, una reflexión sobre la vejez y la decadencia que, al quedarse en eso, no logra teñir con su sombra el drama de Gloucester, el padre engañado, o de Cordelia, la hija injustamente despreciada, reflejo del falso loco Edmund. Alcón conmueve, Alcón hipnotiza, Alcón presenta una faceta inmediatamente comunicable de Lear al espectador. Pero su Lear se troquela de la obra a tal punto que su periplo con Kent y el Bufón parece un episodio aislado de las intrigas corteses entre Regania, Goneril y Edgar. De allí la impresión de antología de escenas donde la cohesión falla. De todas maneras fascinante, la puesta es mucho menos Shakespeare que el homenaje de grandes actores a un texto supremo.

Fuente: Crítica

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