viernes, 17 de julio de 2009

Y lo demás es silencio

Billie Holiday: 17 de junio de 1959 / 17 de junio de 2009

Hace exactamente 50 años moría Lady Day, como la bautizó su gran amigo, el saxofonista Lester Young. Sergio Pujol analiza el significado de su voz y su particularísima manera de cantar en el enorme universo del jazz

El crítico de jazz Will Friedwald, toda una autoridad en materia de cantantes, asegura que el arte de Billie Holiday hace que el oyente se vuelque sobre sí mismo, en un viaje interior, para luego salir a la superficie ya transformado. En sentido contrario, la voz increíble de Ella Fitzgerald te expulsa hacia el exterior y al final te reenvía hacia tu interior. Esto puede sonar a discurso de autoayuda –o tal vez a la versión más adocenada de la musicoterapia–, pero tiene una explicación musical. Mientras Ella cantaba de modo chispeante, abriendo su desembozada garganta hacia el espacio exterior y haciéndote ver el lado bello de la vida, Billie maduraba cada sonido de manera introspectiva, con voz pequeña y trémula, contándote su terrible vida en cada canción. Esta diferencia no debe entenderse en términos competitivos: hay momentos para Billie y momentos para Ella. El jazz siempre se sirve a la carta.

A medio siglo de su muerte anunciada, Billie Holiday sigue deparándonos momentos sobrecogedores. Frente a su arte exquisito y a la vez visceral, sólo podemos testimoniar la definición de Friedwald. Sus canciones –fueron compuestas por otros, pero Billie las hizo suyas– dejan un regusto agridulce, pero también ganas de ir por más. Ganas de haber podido estar ahí, en el Café Society de Nueva York cuando estrenó la terrible "Strange fruit". O en esos teatros rentados por el productor Norman Granz en los que Lady Day se trenzaba, de igual a igual, con saxofonistas y trompetistas infatigables. O en las tertulias improvisadas con Lester Young, su genial alter ego musical.

El disco fonográfico hizo lo que pudo, capturando para siempre algunos de esos momentos marca Billie Holiday. Remasterizados, compilados, serializados, esos discos han ganado calidad de audio –los originales sonaba bastante mal– y, afortunadamente, no han perdido ni un ápice de su poder hipnótico. Pero suenan a poco. Queremos más Billie, aunque debemos conformarnos con lo que grabó. Esa sensación de carencia –es sólo una sensación, su discografía no es exigua– parece corresponderse con la reticencia de su voz.

Decir que cantaba con swing es una obviedad. En realidad, la de Billie es la segunda voz con swing en la historia del jazz. La primera es la de Armstrong, su ídolo de juventud y probablemente de toda la vida. Lo que quizás no sea tan obvio es destacar su talento para la improvisación, un elemento esencial al jazz que suele escasear entre los cantantes. Sin dejar la letra de lado –el scat nunca fue lo suyo–, Billie siempre nos sorprende con una nota algo corrida de tono, una ligazón impredecible, un acento fuera de lo pautado. Su timbre es un misterio, y su sentido del humor, aún en las peores condiciones, un triunfo de la música sobre la muerte.

Justamente el humor, eso que buena parte del jazz contemporáneo ha olvidado en el camino de la sofisticación, adquiere, en el caso de Billie, el estatus de la ironía. Basta con escucharla cambiar alguna palabra de algún standard –por ejemplo "champagne" por "cocaine" en "I get a kick out of you", de Cole Porter–, modificar las notas de la primera frase de "All of me" –tema que solía cantar como si se tratara de un recitativo– o interpretar "He’s funny that way" a diferentes velocidades, para apreciar su demanda de complicidad. Quería ser entendida, pero en su propio juego, sin aceptar las reglas de un mundo tan brutal como trivial, rebelándose contra el racismo que siempre la jaqueó y celebró sus caídas. Supo escribir en su autobiografía: "Puedes ir vestida de raso, con gardenias en los cabellos y no ver una caña de azúcar en kilómetros a la redonda, y aun así seguir trabajando en una plantación."
Afortunadamente, su triste vida logró redimirse en una legión de cómplices que la seguimos escuchando con devoción.

Fuente: Diagonales

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