TEATRO : CRITICA : "JUAN MOREIRA, UNA LEYENDA"
La creatividad de Halac y la seducción de Palomino ayudaron a una muy buena recepción del público.
Los más de 800 espectadores que asistieron el sábado al estreno de Juan Moreira una leyenda argentina, en Carlos Tejedor (localidad de 6.000 habitantes), equivalen a una hipotética función teatral porteña ante 400.000 personas. Claro que Buenos Aires tiene unos 200 espectáculos teatrales por fin de semana y Carlos Tejedor tuvo sólo el mencionado. Sería como si en una misma noche a cada una de esas 200 salas hubiesen concurrido 2.000 personas.
Reducir a cifras un hecho artístico sería una insolencia. Los números apenas reflejan un aspecto menor del acontecimiento, pero no por eso menos asombroso: el que se puede contabilizar. Pero lo que produjo la representación montada por Eva Halac en interacción con la subjetividad del público tejedorense no sólo excede cualquier intento contable sino que entraña significados complejos, en los que incluso el resultado estético forma parte sustantiva pero no excluyente de la totalidad.
Ver a Juan Palomino, al elenco de la provincia de Buenos Aires y a vecinos del pueblo sobre un escenario de tierra y contra el fondo de la antigua estación a la que ya no llega el tren desde los años '90 tiene de por sí un valor reivindicatorio. Este espectáculo, programado para recalar en distintas localidades de la provincia, parece desafiar aquel aislamiento y tender vías a las distintas maneras de entender la realidad.
La creatividad de Halac sumó inspiración y audacia en una representación que no temió la cruza de lenguajes. Palomino aportó seducción y ferocidad a su tocayo Moreira y el elenco de la Comedia de la Provincia estuvo a la altura de una exigencia que, entre otros desafíos, implicó actuar —incluso en escenas de violencia física— sobre piso de tierra, montados a caballo y aceptando con soltura la espontánea irrupción en escena de algún perro callejero. La participación de jinetes y vecinos no-actores de Carlos Tejedor en las escenas de masas o de los pobladores del vecino pueblo de Timote —en las imágenes filmadas que recrean la situación de Moreira en el cepo o la persecución policial— tuvo una doble eficacia. Resultó un aporte de frescura y vigoroso realismo que la dirección administró con destreza. Y generó identificación y deslumbramiento en la platea, que se sintió protagonista.
Incluyendo los desajustes propios de un hecho vivo y una recepción cuyos silencios emocionados, risas y aplausos respondieron a la genuina peculiaridad de los allí reunidos, Juan Moreira... honra al teatro popular. Es de una ambición casi operística por la sintonía de recursos, entre los que destacan las imágenes y los climas aportados por la banda Me darás mil hijos, la cuidada iluminación y hasta la intensidad casi irreal del cielo estrellado y sin luna, abovedando en el mismo abrazo el misterio del mundo y su simulacro. -
Fuente: Clarín
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