La nueva obra del autor de “Mujeres de carne podrida” se sitúa en una Argentina del futuro, destruida y moderna a la vez. Allí, los nuevos líderes no son los estadounidenses sino los bolivianos.
Por Silvina Friera
José María Muscari es uno de los dramaturgos y directores más imprevisibles de la escena argentina. Sus montajes proponen un lenguaje provocativo y original por el modo de jugar con los conceptos de distancia y cercanía. Desde que sus emblemáticos espectáculos del off Mujeres de carne podrida y Pornografía emocional, entre otros, se transformaron en objetos de culto, Muscari coqueteó, con esa misma irreverencia que lo caracteriza pero con resultados disímiles, en el teatro comercial (Desangradas en glamour, Alicia Maravilla y Pareja abierta) sin claudicar en sus concepciones estéticas, pero incomodando a la ortodoxa y muchas veces prejuiciosa comunidad teatral. “Pareciera que la gente que está en la cultura es profunda. Mi papá, que es verdulero, es mucho más profundo que yo, que me dedico al teatro. Tiene un nivel de poesía y sensibilidad –aunque hable de la papa– al que no puedo acceder”, señala Muscari a Página/12. En Grasa, que se estrena hoy a las 23, en el recientemente inaugurado Abasto Social Club (Humahuaca 3649), una mujer boliviana agasajará con vino caliente y chipá a los únicos 30 espectadores que podrán ingresar a la sala, donde estarán esperando los actores Leonardo Saggese, Natalia Gardineri, Fernando Sagayo, Florencia Sacchi, Juan Manuel Méndez, Javier Pomposiello, Natalia Segre y Vanesa Maja.
Esta creación de Muscari convive en la cartelera con dos de sus espectáculos: Derechas, estrenado en el 2002, que se presenta los domingos a las 20 en Templum (Ayacucho 318) y Catch, que estrenó hace un mes, los sábados a las 23, en el C.C. Adán Buenosayres (Parque Chacabuco), un espectáculo de boxeo femenino, 17 actrices en escena, un travesti, un chancho vivo y un ring. Grasa, ganadora del subsidio a la creación artística de la Fundación Antorchas, expone una Argentina del futuro, destruida, pero moderna. Entre las ironías de Muscari, no son los estadounidenses imperialistas los que manejan las vidas y destinos de los únicos ocho sobrevivientes argentinos: un niño de 12 años y 7 jóvenes de entre 20 y 30. En ese deshilvanado futuro donde todos están encerrados y aterrorizados, una nueva raza, los bolivianos, controla y domina a esas resquebrajadas criaturas que, sin saber que la puerta está abierta y pueden salir cuando lo deseen, se sienten más seguras recluidas en ese cuarto inmaculado, que se parece a los que ilustran las revistas de decoración minimalista.
“No me gusta esto, no me gusta hablar como ellos, estoy hablando como ellos, ¿cuándo me moriré?”, dice el nene. “Con este texto en la boca del chico, me cayó la ficha de que el espectáculo es una metáfora de la Argentina: hace mucho que los argentinos se preguntan cuándo me moriré”, explica Muscari. “El nene, que es el más puro, se termina pudriendo, cuando se reconoce como igual a los adultos.”
–¿La violencia con la que se relacionan los personajes es consecuencia de esa devastación?
–El espectáculo plantea dónde está la violencia: si en el adentro o en el afuera. De los siete sobrevivientes, la única que sale del encierro es la ciega que, a pesar de que no ve, trae una visión diferente del mundo exterior. Ella comenta que afuera no hay peligros, que es amiga de los bolivianos. Grasa surgió con el trabajo de los actores, que estaban viviendo en el país del 2002 y necesitábamos hablar de lo que pasaba sin hacer teatro político. La violencia está latente en nosotros porque estamos atravesados por la vehemencia de la historia. Los argentinos somos xenofóbicos, no es necesario compararnos con un nazi para admitir que tenemos actitudes discriminatorias.
–¿Qué diferencias existen entre Grasa y sus otros espectáculos?
–No hay grotesco ni subrayado, y el registro del humor es más sutil, con una actuación diferente. Habitualmente trabajo con la sobredimensión, pero en Grasa prevalece una especie de hiperrealismo a ultranza, en lamedida en que el espectador no comprende si los actores están actuando o eso está sucediendo. No me gusta comprometerme con los temas y las estéticas de actuaciones; voy viendo qué me pide la escena. Grasa tiene una mirada finamente irónica sobre la modernidad y el futuro: los actores, que manejan la luz y el sonido del espectáculo, están descalzos, pero con ropa hipermoderna. Esto genera un extrañamiento muy perturbador, pero este extrañamiento no está trabajado desde la densidad sino con humor y con una fuerte impronta estética, que integra la escenografía, la luz, el vestuario, la forma en que están peinados, lo que sucede antes de entrar a la sala, como parte del signo de lo que se cuenta y no como un adorno.
–¿En qué aspectos ironiza sobre la modernidad?
–Al espectador lo atiende una boliviana, Ana, que trabaja en una verdulería, antes de participar en la función. La obra se presenta en un teatro divino, pero en el Abasto, donde la casa de al lado está tomada. Ironizo sobre la modernidad en el contexto de la superposición de signos. Ana, que no es actriz, genera otro signo. Además, hay una ironía respecto de nuestras posibilidades de hacer teatro europeo. No me gusta el teatro europeo hecho con la intención de que parezca europeo, en Buenos Aires. Cualquiera que quiera ser algo que no es, es un grasa.
–¿La modernidad, entonces, es una especie de aquelarre?
–En algún momento las personas que hoy parecen retro fueron modernas. Lo moderno es la boliviana que vende en la calle y la chica con piercing comprándole un corpiño. Existe una idea de la modernidad muy estética con la que la obra no concuerda. Un personaje dice: “Soy descendiente de europeo, soy gaucha, soy criolla”. Algo no funciona en esta definición. Si un argentino tiene ascendientes latinoamericanos, los oculta; si son europeos, los ventila con orgullo. Lo legitimado es lo que no nos pertenece porque la Argentina, me parece, está más cerca de Latinoamérica que de Europa.
Fuente: Página 12
Esta creación de Muscari convive en la cartelera con dos de sus espectáculos: Derechas, estrenado en el 2002, que se presenta los domingos a las 20 en Templum (Ayacucho 318) y Catch, que estrenó hace un mes, los sábados a las 23, en el C.C. Adán Buenosayres (Parque Chacabuco), un espectáculo de boxeo femenino, 17 actrices en escena, un travesti, un chancho vivo y un ring. Grasa, ganadora del subsidio a la creación artística de la Fundación Antorchas, expone una Argentina del futuro, destruida, pero moderna. Entre las ironías de Muscari, no son los estadounidenses imperialistas los que manejan las vidas y destinos de los únicos ocho sobrevivientes argentinos: un niño de 12 años y 7 jóvenes de entre 20 y 30. En ese deshilvanado futuro donde todos están encerrados y aterrorizados, una nueva raza, los bolivianos, controla y domina a esas resquebrajadas criaturas que, sin saber que la puerta está abierta y pueden salir cuando lo deseen, se sienten más seguras recluidas en ese cuarto inmaculado, que se parece a los que ilustran las revistas de decoración minimalista.
“No me gusta esto, no me gusta hablar como ellos, estoy hablando como ellos, ¿cuándo me moriré?”, dice el nene. “Con este texto en la boca del chico, me cayó la ficha de que el espectáculo es una metáfora de la Argentina: hace mucho que los argentinos se preguntan cuándo me moriré”, explica Muscari. “El nene, que es el más puro, se termina pudriendo, cuando se reconoce como igual a los adultos.”
–¿La violencia con la que se relacionan los personajes es consecuencia de esa devastación?
–El espectáculo plantea dónde está la violencia: si en el adentro o en el afuera. De los siete sobrevivientes, la única que sale del encierro es la ciega que, a pesar de que no ve, trae una visión diferente del mundo exterior. Ella comenta que afuera no hay peligros, que es amiga de los bolivianos. Grasa surgió con el trabajo de los actores, que estaban viviendo en el país del 2002 y necesitábamos hablar de lo que pasaba sin hacer teatro político. La violencia está latente en nosotros porque estamos atravesados por la vehemencia de la historia. Los argentinos somos xenofóbicos, no es necesario compararnos con un nazi para admitir que tenemos actitudes discriminatorias.
–¿Qué diferencias existen entre Grasa y sus otros espectáculos?
–No hay grotesco ni subrayado, y el registro del humor es más sutil, con una actuación diferente. Habitualmente trabajo con la sobredimensión, pero en Grasa prevalece una especie de hiperrealismo a ultranza, en lamedida en que el espectador no comprende si los actores están actuando o eso está sucediendo. No me gusta comprometerme con los temas y las estéticas de actuaciones; voy viendo qué me pide la escena. Grasa tiene una mirada finamente irónica sobre la modernidad y el futuro: los actores, que manejan la luz y el sonido del espectáculo, están descalzos, pero con ropa hipermoderna. Esto genera un extrañamiento muy perturbador, pero este extrañamiento no está trabajado desde la densidad sino con humor y con una fuerte impronta estética, que integra la escenografía, la luz, el vestuario, la forma en que están peinados, lo que sucede antes de entrar a la sala, como parte del signo de lo que se cuenta y no como un adorno.
–¿En qué aspectos ironiza sobre la modernidad?
–Al espectador lo atiende una boliviana, Ana, que trabaja en una verdulería, antes de participar en la función. La obra se presenta en un teatro divino, pero en el Abasto, donde la casa de al lado está tomada. Ironizo sobre la modernidad en el contexto de la superposición de signos. Ana, que no es actriz, genera otro signo. Además, hay una ironía respecto de nuestras posibilidades de hacer teatro europeo. No me gusta el teatro europeo hecho con la intención de que parezca europeo, en Buenos Aires. Cualquiera que quiera ser algo que no es, es un grasa.
–¿La modernidad, entonces, es una especie de aquelarre?
–En algún momento las personas que hoy parecen retro fueron modernas. Lo moderno es la boliviana que vende en la calle y la chica con piercing comprándole un corpiño. Existe una idea de la modernidad muy estética con la que la obra no concuerda. Un personaje dice: “Soy descendiente de europeo, soy gaucha, soy criolla”. Algo no funciona en esta definición. Si un argentino tiene ascendientes latinoamericanos, los oculta; si son europeos, los ventila con orgullo. Lo legitimado es lo que no nos pertenece porque la Argentina, me parece, está más cerca de Latinoamérica que de Europa.
Fuente: Página 12
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