Es autora de obras que no se pueden encasillar por género. Reivindicó, con su larga labor, el texto como un elemento esencial en el escenario.
Ivana Costa
Decir que Griselda Gambaro es la más importante autora teatral argentina, si bien es cierto, no es una buena definición porque no expresa toda la verdad. El lugar de dramaturga mujer no es el sitio que Gambaro haya buscado enfatizar. Aunque muchas de sus obras fueron puestas en escena por mujeres —principalmente por Laura Yusem, también por Helena Tritek— esta elección estuvo siempre determinada por razones de calidad y afinidad estética. La importancia de Gambaro no está dada por su género femenino: Gambaro es una de las voces más fértiles y sobresalientes del teatro argentino.
Gambaro nació en 1928 en La Boca, en una modesta familia de inmigrantes. En 1955, junto a su marido, el escultor Juan Carlos Distéfano, fijó residencia en Don Bosco, al sur del Gran Buenos Aires. En cierto modo, la relación de Gambaro con el ambiente teatral local es análoga a la situación de relativa periferia de su morada, acentuada por su confesa reticencia al uso de contestador telefónico, fax, internet y demás instrumentos de la comunicación. Aunque casi todas sus obras fueron estrenadas, Gambaro no es una típica teatrista que frecuente sótanos, talleres y cafés del ambiente: su vínculo con el teatro está dado casi exclusivamente por la escritura.
Sus primeros trabajos conocidos no fueron teatrales sino relatos: los de Madrigal en la ciudad (1963), a los que siguieron El desatino (1964) y Una felicidad con menos pena (1967). Pero ellos fueron fuente de sus primeras producciones teatrales y también del guión cinematográfico La infancia de Petra, inspirado en un relato de Madrigal... y premiado en su momento por el Instituto de Cine. En agosto de 1965, el director Jorge Petraglia —el mismo que nueve años antes había estrenado a Beckett en la Argentina— estrenó su pieza El desatino en el Instituto Di Tella. A ella siguieron Las paredes (otro relato de Madrigal..., con puesta de José María Paolantonio), Los siameses (dirigida por Petraglia), El campo (metáfora atroz del autoritarismo, con puesta de Augusto Fernandes), Nada que ver (Petraglia) y Sucede lo que pasa (dirigida por Alberto Ure).
En los diez años que van desde el estreno de El desatino y el de Sucede lo que pasa, la obra de Gambaro encontró auspiciosa repercusión en el público, creciente interés de los directores por llevarla a escena y reacción adversa (alguien tituló una vez El desatino hace honor a su nombre) o por lo menos desconcertada de un importante sector de la crítica. Se formulaban entonces vagas comparaciones con Pinter, Beckett, Ionesco, Brecht para poder elaborar un discurso sobre la obra de Gambaro. El especialista Jaime Potenze, que fue uno de sus detractores, reconoció años después, cuando las obras de Gambaro comenzaron a ser publicadas por Ediciones de La Flor, la muy grata impresión que causaba la lectura de esos textos, al margen de sus correspondientes puestas en escena.
En 1977, la dictadura militar prohibió su novela Ganarse la muerte por considerarla "subversiva". En el exilio, en Barcelona, continuó con su producción narrativa —afirmada en los años más recientes con la publicación de nuevos relatos y una novela autobiográfica—, pero no cultivó su producción dramática: "Pensaba que no iba a escribir teatro nunca más. Porque no tenía mi público. No sabía cómo se les hablaba a los españoles, qué se les decía".
A su regreso, participó en Teatro Abierto con Decir sí, y luego Puesta en claro (legendaria experiencia escénica de Ure), Morgan (con dirección de Roberto Villanueva) y La malasangre, que marcó el comienzo de un estrecho vínculo profesional con Yusem, quien dirigió otras de sus obras como Del sol naciente, Antígona furiosa y las más recientes De profesión maternal y Lo que va dictando el sueño.
Lo que va dictando el sueño, que le valió a Gambaro el Premio Clarín Espectáculos 2002 como mejor autor teatral, desafía al escenario ya que su pregunta por la autonomía del sueño respecto de lo real y por la posibilidad de reproducir lo soñado, pone el problema de la representación de lo onírico. Estos desafíos son habituales en el teatro de Gambaro: no sólo por la dificultad de encasillar cada texto suyo en un género —absurdo, farsa, grotesco— sino por una cierta resistencia del medio a absorber lo diverso en toda su singularidad. "A los diálogos muertos del teatro nacional, Gambaro no opuso un teatro de acción pura ni de pura imagen. Aspiraba a un teatro que fuera, sobre todo, poesía", escribió hace poco el novelista Leopoldo Brizuela. Es una buena definición.
Fuente: Clarín
Ivana Costa
Decir que Griselda Gambaro es la más importante autora teatral argentina, si bien es cierto, no es una buena definición porque no expresa toda la verdad. El lugar de dramaturga mujer no es el sitio que Gambaro haya buscado enfatizar. Aunque muchas de sus obras fueron puestas en escena por mujeres —principalmente por Laura Yusem, también por Helena Tritek— esta elección estuvo siempre determinada por razones de calidad y afinidad estética. La importancia de Gambaro no está dada por su género femenino: Gambaro es una de las voces más fértiles y sobresalientes del teatro argentino.
Gambaro nació en 1928 en La Boca, en una modesta familia de inmigrantes. En 1955, junto a su marido, el escultor Juan Carlos Distéfano, fijó residencia en Don Bosco, al sur del Gran Buenos Aires. En cierto modo, la relación de Gambaro con el ambiente teatral local es análoga a la situación de relativa periferia de su morada, acentuada por su confesa reticencia al uso de contestador telefónico, fax, internet y demás instrumentos de la comunicación. Aunque casi todas sus obras fueron estrenadas, Gambaro no es una típica teatrista que frecuente sótanos, talleres y cafés del ambiente: su vínculo con el teatro está dado casi exclusivamente por la escritura.
Sus primeros trabajos conocidos no fueron teatrales sino relatos: los de Madrigal en la ciudad (1963), a los que siguieron El desatino (1964) y Una felicidad con menos pena (1967). Pero ellos fueron fuente de sus primeras producciones teatrales y también del guión cinematográfico La infancia de Petra, inspirado en un relato de Madrigal... y premiado en su momento por el Instituto de Cine. En agosto de 1965, el director Jorge Petraglia —el mismo que nueve años antes había estrenado a Beckett en la Argentina— estrenó su pieza El desatino en el Instituto Di Tella. A ella siguieron Las paredes (otro relato de Madrigal..., con puesta de José María Paolantonio), Los siameses (dirigida por Petraglia), El campo (metáfora atroz del autoritarismo, con puesta de Augusto Fernandes), Nada que ver (Petraglia) y Sucede lo que pasa (dirigida por Alberto Ure).
En los diez años que van desde el estreno de El desatino y el de Sucede lo que pasa, la obra de Gambaro encontró auspiciosa repercusión en el público, creciente interés de los directores por llevarla a escena y reacción adversa (alguien tituló una vez El desatino hace honor a su nombre) o por lo menos desconcertada de un importante sector de la crítica. Se formulaban entonces vagas comparaciones con Pinter, Beckett, Ionesco, Brecht para poder elaborar un discurso sobre la obra de Gambaro. El especialista Jaime Potenze, que fue uno de sus detractores, reconoció años después, cuando las obras de Gambaro comenzaron a ser publicadas por Ediciones de La Flor, la muy grata impresión que causaba la lectura de esos textos, al margen de sus correspondientes puestas en escena.
En 1977, la dictadura militar prohibió su novela Ganarse la muerte por considerarla "subversiva". En el exilio, en Barcelona, continuó con su producción narrativa —afirmada en los años más recientes con la publicación de nuevos relatos y una novela autobiográfica—, pero no cultivó su producción dramática: "Pensaba que no iba a escribir teatro nunca más. Porque no tenía mi público. No sabía cómo se les hablaba a los españoles, qué se les decía".
A su regreso, participó en Teatro Abierto con Decir sí, y luego Puesta en claro (legendaria experiencia escénica de Ure), Morgan (con dirección de Roberto Villanueva) y La malasangre, que marcó el comienzo de un estrecho vínculo profesional con Yusem, quien dirigió otras de sus obras como Del sol naciente, Antígona furiosa y las más recientes De profesión maternal y Lo que va dictando el sueño.
Lo que va dictando el sueño, que le valió a Gambaro el Premio Clarín Espectáculos 2002 como mejor autor teatral, desafía al escenario ya que su pregunta por la autonomía del sueño respecto de lo real y por la posibilidad de reproducir lo soñado, pone el problema de la representación de lo onírico. Estos desafíos son habituales en el teatro de Gambaro: no sólo por la dificultad de encasillar cada texto suyo en un género —absurdo, farsa, grotesco— sino por una cierta resistencia del medio a absorber lo diverso en toda su singularidad. "A los diálogos muertos del teatro nacional, Gambaro no opuso un teatro de acción pura ni de pura imagen. Aspiraba a un teatro que fuera, sobre todo, poesía", escribió hace poco el novelista Leopoldo Brizuela. Es una buena definición.
Fuente: Clarín
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