Nuestra opinión: bueno.
El espectáculo fue concebido a pedido del Wiener Festwochen de Austria, y estrenado en ese festival en mayo de 2002. La propuesta parte de una pieza escrita en cinco actos, un prólogo y un epílogo, “La última noche de la humanidad” del austríaco Karl Kraus. Texto imposible de llevar a escena que fue escrito casi en su totalidad durante la Primera Guerra Mundial y que muestra a pleno el pensamiento de su autor. Un visionario que en las primeras dos décadas del siglo XX pudo imaginar cómo sería el mundo contemporáneo, sobre todo después y a causa de las guerras.
Kraus escribía un periódico que se llamaba La Antorcha, en él bajaba su pensamiento y no aceptaba otros escritos que no fueran los producidos por él. Lo leían los intelectuales de su época: Sigmund Freud, Alban Berg, Bertolt Brecht, Walter Benjamín y Theodor W. Adorno, entre muchos otros. Tenía tantos enemigos como detractores. Y si lo vemos desde este presente debemos afirmar que pocos como él intuyeron que el mundo iba hacia la barbarie, la degradación del ser, la devaluación del lenguaje, la decadencia de los medios de comunicación.
“La última noche de la humanidad” es un texto muy emblemático. Para concebirlo, Kraus no hizo más que escuchar las distintas voces de su sociedad. Porque indudablemente cada quien opinaba, a su manera y desde su posición cultural, sobre la guerra que estaba por estallar. El tomó todas esas voces y armó su texto. Convencido, además, de que los medios de comunicación eran capaces de anular el pensamiento general en su alabanza a la guerra. Llegó a decir: “Al principio era la prensa, después apareció el mundo”. Y como las voces eran tantas, en su pieza están todos los géneros y todos los estilos, conviven la risa con el horror.
Kraus fue tan visionario que en el prólogo de su obra escribió sobre la falta de posibilidades de estas sociedades por comprender lo suyo. Porque, según decía, su pieza estaba escrita con sangre y eso nadie iba a poder soportarlo. “Y el contenido –agregaba– es el de todos estos años irreales, impensables, inasibles para una mente despierta, inaccesibles para la memoria.”
En verdad no estuvo mal que los productores vieneses buscaran recuperar un material tan escondido como “La última noche de la humanidad”. Posibilita enfrentarnos a una verdad: al cabo de las décadas no hicimos más que matarnos unos con otros, estúpidamente (esta última palabra le gustaba mucho a Kraus). Después de la Primera Guerra Mundial vinieron muchas guerras y según parece faltan muchas más. El gran tema es ¿cómo estamos en estos tiempos? ¿Qué voces podrían hacerse cargo hoy de esa representación? ¿Hay tantas voces como en el tiempo de aquella preguerra en Viena?
Opereta decadente
En su puesta El Periférico de Objetos parecería decir que no. Es más, ni siquiera les interesa tomar todo el texto. Se quedan con las ideas, muchas imágenes, con el sarcasmo de Karl Kraus y muestran una primera parte de opereta –por cierto muy decadente– sombría y hasta desafiante, y otra segunda donde la actualidad –este presente– no aporta muchas posibilidades.
En la primera aparecen unos hombres y mujeres después de la guerra, mezclados con el barro, intentando sobrevivir a la destrucción y a la muerte. Todo parece haber terminado, pero a la vez todo parece empezar.
Cuando llega la segunda parte –después de veinte minutos de intervalo en los que mientras uno puede tomar algo escucha una voz en off que habla de los horrores de la guerra, y uno escucha y dice: “¡Qué terrible!”, pero sigue hablando o sigue tomando– muestra a los cinco actores en un ámbito totalmente blanco. Allí experimentan con ellos, con los restos de aquella civilización. Una sociedad avanzada parecería investigar qué puede pasar con lo que quedó. Y pasa lo mismo. Todos se destruyen. Sólo queda un hombre y una mujer. ¿Todo volverá a empezar?
Indudablemente, mucho ha cambiado desde los tiempos de Kraus. Todo ha sido mayor degradación. Y encima en esta parte del mundo nos obligan a hablar en inglés. El mapa de la Argentina aparece en el interior de la puerta de una heladera (¿se habrá congelado?) y se baila el tango casi desnudo y sin pasión. Pero a la vez todos los objetos de consumo nos dominan, no nos dejan hablar, pensar, actuar, pensar, discernir, pensar, hablar en español, pensar. Tenemos hambre, pero la televisión no hace más que mostrarnos a chefs preparando exquisiteces. Habitamos ese espacio, en el que por otro lado no hay pasión posible. Y la vida se perdió... tal vez en tiempos de Karl Kraus.
Pero a la vez esta experiencia no está lejos de ese hombre. El mismo Kraus escribió en su época (1920) frases como: “Mientras más cerca vemos las palabras, desde más lejos nos hablan” o “Nunca antes había visto tal militancia en la banalidad como ahora”.
El Periférico se Objetos sigue esa línea.Y es extraño dentro de sus trabajos. Pero hay que tener en cuenta que desde “Monteverdi, método bélico” la compañía ha modificado, y mucho, su búsqueda. Cada vez son más actores, cada vez se dejan manipular más por los objetos (ellos que manipulaban objetos como nadie), cada vez son más siniestros al hablar de un presente que sólo expone la destrucción del hombre. Como espectadores estamos participando del cambio de una de las compañías más fuertes de Buenos Aires. La misma que en los años 90 representaba, ellos desde afuera, como actores, el “Acto sin palabras”, de Samuel Beckett, pero que hoy demuestra que el ser humano ha caído en la misma trampa.
Aquel muñequito del espectáculo “Variaciones sobre B...” se llamaba Fernández. Hoy, según el grupo, todos somos Fernández, hasta los propios intérpretes. ¿Dónde está Karl Kraus?, en un ideal: “Si no puedo seguir adelante –escribió el autor– he topado seguro con la pared del lenguaje. Y, entonces, me retiro sangrando, y quiero seguir adelante”. Pero mientras tanto –puede agregarse– busco, investigo, lo intento, en una de esas aparece otro hombre.
Carlos Pacheco