La Instalación Viva de Danza Contemporánea realizada el pasado fin de semana en la amplia sala Emilio Pettoruti del Teatro Argentino fue demostrativa de la gran convocatoria que mantiene la danza moderna en La Plata pese a no contar con un espacio propio. El romance no es nuevo y se remonta a comienzos de los años 60 con la presencia de Renate Schotelius en el Teatro de la Universidad que entonces dirigía Juan Carlos Gené y al desembarco de nada menos que de la bailarina y coreógrafa alemana Dore Hoyer en el Argentino. Allí se formaron, entre otras figuras que tuvieron trascendencia internacional, Iris Scacheri y Oscar Araiz. Precisamente Araiz fue, junto a Liliana Ogando, uno de los que convocó a coreógrafos independientes de La Plata y que después coordinó la inteligente "instalación viva".
Al modo de las instalaciones plásticas y en un espacio complicado por su extensión y diferentes niveles, Araiz y Ogando integraron al numerosísimo público como parte de la misma, ya que debía cumplir con un recorrido sugerido algunas veces por los mismos bailarines, la diferente música o ritmo, la luz y siempre por un reloj que marcaba tiempo y espacio.
La gente fue por lo tanto, parte del espectáculo. Ocupando escaleras y el espacio plano vio a veces a los bailarines a menos de un metro de distancia. Respetó los espacios y se abrió para dejarlos pasar o generarles un escenario espontáneamente. Nadie se molestó por este juego en donde muchos pudieron haber perdido parte de su visión. Descubrió cada seña y se trasladó o esperó, adivinando que al final, cuando todos los grupos actuaron al mismo tiempo repartiéndose el público, podía elegir aquellos que no había visto y admirarlos con comodidad. Desde ya, como sucede desde los años 60, toda propuesta novedosa generó algunas muy pocos enojos en algunas personas mayores, más tradicionales, que concurrieron para presenciar sentados un espectáculo y de golpe se vieron parte del mismo, teniendo que desplazarse y padeciendo algunas incomodidades. Pero fue mínimo y sobre todo el domingo. La función del sábado, a la que concurrió mayor cantidad de gente, contó con una complicidad mayor.
Pero esa cercanía brindó un clima particular a la instalación que nació con una introducción en el nivel inferior y fue trasladándose a lo largo de toda la sala. La Fabriquera de Laura Valencia ocupó la zona del guardarropa con todo su elenco, jugando creativamente con todos los elementos, paneles, mostrador y espacios; Omar Saravia concretó un bello trío acompañado por un cello; La Marea con un bandoneón elaboró una expresiva danza grupal contra uno de los muros; Alejandra Ceriani en un rincón cerrado montó un también muy bello, sutil y minimalista juego con un violín; la presencia de la Escuela de Danza fue imponente e impactante; Soledad Curiale de Lanúz jugó una coreografía riesgosa con su grupo, encerrada como en una pecera y por último, Inés di Tada compuso una fuerte coreografía que fue interpretada de manera conmovedora por Alejandra Ferreyra, dueña de un cuerpo asombrosamente maleable y expresivo.
Fuente: Diario El Día
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