martes, 23 de marzo de 1999

DAVID AMITIN, DIRECTOR Teatro de dos mundos

Está por estrenar Las Paredes, de Gambaro. En el 2000 montará una ópera en Alemania y tiene propuestas para hacer Don Giovanni en el Colón.

MABEL ITZCOVICH

Reparte su actividad entre Buenos Aires y otras ciudades del mundo. En distintos escenarios de Inglaterra, Alemania, Austria o Bélgica montó obras de Sam Sheppard, Fernando Arrabal, Alfred Jarry o Tennessee Williams, entre otros autores. Pasó la década del 70 en el exterior y en el 80 retornó al país donde llevó a escena obras de Georg Büchner, August Strindberg o Griselda Gambaro. También dirigió ópera -El barbero de Sevilla, de Rossini, La ciudad ausente, de Gandini, o El amor por tres naranjas, de Prokofiev- en el Teatro Colón.

¿Cómo es estar viviendo aquí y allá?

Es una elección que, como todas, tiene sus cosas lindas y sus problemas: hay que tener dos casas, dos bibliotecas, doble vajilla, y siempre hay cosas que me pierdo de aquí o de allá. Pero es muy enriquecedor tanto ser espectador de lo que se ofrece aquí y allá, como trabajar en diferentes culturas, en distintas lenguas.Es un modo de vida que exige flexibilidad. Es un ejercicio complicado pero estimulante. Allá trabajo con todos los medios imaginables. Una vez aprobado un proyecto, sé que tengo un contrato para dentro de dos años y estreno el día planeado. Acá, en cambio, proyectos a tres meses terminan siendo más o menos o nada.

¿Qué encontrás acá de estimulante?

Es bueno volver a trabajar en mi idioma. Es un placer, un baño de tranquilidad y soltura, sobre todo en teatro. Y luego, este asunto de la improvisación -consecuencia de nuestro desorden- se compensa a veces con un entusiasmo vital. Esto sigue existiendo, aunque cada vez menos.

¿A qué lo atribuís?

Creo que el teatro se está achicando en la Argentina. Cada vez hay menos propuestas interesantes de experimentación o investigación. Basta con hacer un balance de lo que fue la década del 80, en la que había una dinámica que no existe ahora.

¿De quién es la responsabilidad?

La cultura está dejada de la mano de Dios; al poder no le interesa. Cuando se compara la inversión cultural en países como Francia, Alemania, Austria, Bélgica, y el cuidado con que se estimula y sostiene a los creadores uno siente la diferencia. Aquí hubo un largo proceso de desintegración cultural, a pesar de que siguen existiendo grupos o personas de talento que trabajan en condiciones poco favorables.

¿El teatro argentino tiene perfil propio?

Pienso que en general el teatro que hacemos es poco excitante y creativo. En eso me incluyo yo también como director. Y aunque cuesta decirlo, porque uno forma parte, es un teatro pobre, de un perfil difuso. A nosotros nos gusta autoengañarnos y decir que somos bárbaros porque algún argentino dirige en París.

¿Cómo hace para saltar del teatro a la ópera?

Tengo una formación musical; estudié violín y formé parte del conjunto de cámara que dirigía Teodoro Fuchs; pero abandoné por el teatro. Luego, descubrí que la ópera era una zona intermedia donde se podía unir teatro y música. Aunque no pretendo que una cosa sea la otra. La ópera tiene un código propio, donde el artificio es su esencia y parte de su encanto.

¿Trabaja actualmente en algún proyecto?

En el 2000, montaré en Alemania una ópera de Eberhard Eyser sobre El retrato de Dorian Gray, de Oscar Wilde. Será un estreno mundial. También con vistas al año próximo estoy en conversaciones con el Colón para dirigir Don Giovanni, de Mozart. En teatro de prosa tengo dos proyectos experimentales: para agosto pienso estrenar una versión de Bartleby, de Melville y tal vez el año que viene, El inspector, de Gogol. Y en lo inmediato, estoy ensayando Las paredes, de Griselda Gambaro, que se estrenará a fines de abril en el Teatro Cervantes. Es un texto que me encanta; fue escrito a fines de los 60, con un humor y una lucidez extraordinarios. Es una obra extraña y terrible, una pesadilla profética de la represión.


Fuente: Clarín

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