sábado, 31 de enero de 2004

La ética del cuerpo

JORGE DUBATTI, CRITICO E INVESTIGADOR




Eduardo Pavlovsky no es uno sino muchos: actor excepcional, campeón de natación, dramaturgo, psicodramatista, médico, articulista, pintón, militante de izquierda, teórico. La conjunción de esa multiplicidad está en el cuerpo. Su teatro es una escritura de su cuerpo, que inscribe todas esas prácticas. A diferencia de Gambaro, Pavlovsky no es un autor de gabinete o de escritorio. Aunque suele volcar el germen de sus textos —el coágulo, la mancha, como él mismo dice— en manuscritos que luego tipea su secretario, finalmente su escritura se configura en una dramaturgia de actor, en el espacio escénico. Y es prácticamente imposible anotarla en el papel: se trata de una narrativa de intensidades corporales, de "entre" grupal con los integrantes del equipo teatral, poesía de música gestual, velocidades musculares, voces en movimiento. El cuerpo material, físico, deviene en cuerpo poético y produce un teatro de estados, de afectación, de contagio. Un teatro sexuado, masculino: la crítica no ha señalado aún el impacto que produce Tato en el público femenino, aunque las espectadoras no dejen de expresarlo.

Pavlovsky ingresa al campo teatral de Buenos Aires a principios de los sesenta y, desde entonces, se ha mantenido en la cresta de la ola. Hay que destacar su permanente vigencia. El relato que trazan sus textos, desde "Somos" (1961), pasando por "El señor Galíndez" (1973) y "Rojos globos rojos" (1994), hasta "Imperceptible" y "La gran marcha" (ambos del 2003), constituyen una síntesis de las ideas, sentimientos, debates y tensiones argentinos de los últimos cuarenta años. A la vez, un registro profundo de nuestra sociabilidad. Vamos a los estrenos de Pavlovsky para encontrar las claves de nuestro presente, para comprender en qué mundo vivimos, incluso nuestro futuro. Su teatro atraviesa al menos cuatro momentos principales. Bajo el impacto de la vanguardia de los sesenta, con el signo de Artaud, Beckett y Ionesco, sus primeras obras señalaban los límites de la visión del mundo burguesa y proponían la búsqueda de una "realidad total" en "Somos", "La espera trágica" y "Robot".

Los setenta marcan la politización de su dramaturgia. "El señor Galíndez" denuncia la tortura como institución nacional. Pavlovsky volverá sobre el núcleo de la "normalidad de los monstruos" en "Potestad" (1985), "Pablo" (1987), "Paso de dos" (1990), hasta nuestros días en "Imagen" (1997). En 1977 la dictadura prohibe "Telarañas" (en memorable versión de Alberto Ure). La experiencia de exilio y desexilio deja su marca en "Cámara lenta" (1982) y "El señor Laforgue" (1983).

A partir de "Telarañas" Pavlovsky inicia una tercera etapa: comienza a investigar en una poética de la multiplicidad, que inscribe en sus textos escénicos diversidad de discursos interrelacionados. Hay que pensar esa poética como metáfora de nuestra realidad, de la complejidad que Pavlovsky advierte en su entramado. "Rojos globos rojos" abre un cuarto momento, que llega a hoy, signado por el auge de lo micropolítico, el antiimperialismo y la resistencia cultural. Destaco en Pavlovsky su coherencia. La suya es una "ética del cuerpo", que refrenda lo dicho con la acción, que no borra con el codo lo que escribió con la mano. Pavlovsky, como El Cardenal de "Rojos globos rojos", siempre dice lo mismo. El suyo es un teatro del compromiso con la potencia de la escena y las convicciones políticas.

Fuente: Revista Ñ

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