sábado, 31 de enero de 2004

40 años de lucidez

OSVALDO PELETTIERI, INVESTIGADOR




El 27 de agosto de 1965, hace ya casi cuarenta años, en la sala del Centro de Experimentación Audiovisual del Instituto Di Tella, con dirección de Jorge Petraglia, se estrenaba "El desatino", de Griselda Gambaro. Su obra, como buena exponente de la tendencia moderna, apareció como una novedad casi absoluta en el panorama teatral porteño y no tuvo, en esos primeros tiempos, una lectura apropiada por parte de la crítica, con excepciones: Ernesto Schoo.

Su trayectoria teatral, muy intensa, abarca momento de inflexión en una primera fase —que podríamos denominar absurdista y en la que se incluyen "Las paredes" (1966), "Los siameses" (1967) y "El campo" (1968)—. En esa etapa ponía el acento en la convención en el juego teatral que consistía fundamentalmente en trabajar con formas establecidas para después transgredirlas (por ejemplo, la postergación constante en el accionar del sujeto). Sin embargo, hoy sabemos que la metáfora de estos textos era una crítica sin concesiones a la docilidad del hombre, a la pérdida de la libre determinación, sobre la base de la parodia y la alegoría.

Su segundo período significó una transición hacia el realismo: el absurdo se había disuelto en la tradición teatral argentina. La opresión cotidiana hacía que sus personajes se rebelaran contra el poder y ya el desenlace no quedaba trunco sino que estaba coronado por una incipiente tesis realista. En textos como "Dar la vuelta" (1972), "Información para extranjeros" (1973), "Puesta en claro" (1974) y "Sucede lo que pasa" (1976), se advierte un pasaje del sentido opaco al transparente. La explicación del cambio aparece en el contexto social, que marchaba hacia la dictadura. Hay aún un gusto por la farsa, con la consiguiente predilección por las imágenes violentas y por la transgresión a lo estatuido. Entabla una polémica oculta con la palabra del discurso del argentino medio y la parodia se concreta en la distancia entre el discurso del personaje y la acción.

Finalmente, su teatro actual, cercano al realismo crítico, toma abiertamente partido por las víctimas, por los diferentes, por las minorías; es la propia voz de la autora que denuncia, muy cerca de sus personajes, la irracionalidad y la absurdidad del poder. Su actitud creadora se acerca a lo que Micheline Wandour señala como "feminismo socialista, que busca la solidaridad hombre—mujer contra la represión del ser humano, contra la opresión". Algunos de sus textos de esta etapa son "Real envido" (1980), "La Malasangre" (1981), "Del sol naciente" (1983), "Es necesario entender un poco" (1998) y "De profesión maternal" (1999); en ellos el absurdo no nace, como en su primer teatro, de la pura forma. Gambaro parece querer decirnos que es algo que forma parte de nuestras conductas diarias. Propone así un intento de superación de este horror, a diferencia de sus primeras piezas que eran la mostración misma de ese horror. Quizás lo mejor de su teatro es que cuestiona los esquemas y los prejuicios y por eso, enlaza la dramaturgia anterior con la actualidad emergente. Su obra es una de las más originales y personales de la historia de nuestra escena.

Como antes Roberto Arlt y como su contemporáneo Roberto Cossa, aunque de manera diversa, ha unido la tradición teatral moderna con nuestro teatro ya existente configurando un universo propio, argentino y universal a la vez.

Fuente: Revista Ñ

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