viernes, 29 de enero de 2010

El buen teatro se cocina a fuego lento

Por Luis Mazas

Caprichosa cabalgata sobre la temporada porteña del verano. ¡Qué sequía la de diciembre! El último mes de 2009 comenzó treinta días antes. “¿Eh? ¿Cómo?” Espere. Quiero decir que desde los últimos días de octubre. “¿Cómo? ¡Póngase de acuerdo, señor!” Calma y vamos por partes, como decía Jack, el cirujano. A finales de octubre pasado el teatro porteño entró en rojo. La cartelera en la ciudad se esfumó en la noche de Halloween. A principios de noviembre apenas quedaban salas en actividad y la actividad se contrajo a su mínima expresión. Pasa todos los años, pero en el reciente requirió un esfuerzo redoblado de este crítico para ejercer su oficio y llenar sus páginas en las ediciones de Veintitrés con esas críticas que ustedes esperan con tanto anhelo. “¿No cree que exagera su importancia?” Tal vez, pero si no fantasease así, el trabajo se me tornaría árido y desolador. Es cierto que a fines de diciembre casi no quedaba de qué hablar. Pero los Reyes trajeron a Enrique Pinti y se abrió el score.

No vino solo, con él regresó Elena Roger como Piaf, el premiado biomusical inglés, suceso del 2009. A partir de ese momento, pasamos de la sed a la inundación. Y no miento. Antes de forrar el cesto de basura con la sección espectáculos de los matutinos, échele una ojeada a la cartelera teatral local, por favor. Si un turista desprevenido la leyera, creería que ha puesto los pies en la gran capital mundial del teatro. ¿En cuántas otras partes –cuando el verano que se cocina a fuego lento– se exhibe semejante oferta de espectáculos? Un abanico de atracciones compuesto por éxitos internacionales y, en una buena parte, por trabajos locales del circuito comercial y del off.

Pese a la crisis de siempre, el primero apuesta a mayor inversión en producción, elencos artísticos y técnicos de cualité. Los empresarios tradicionales apuestan sobre seguro al caballo del comisario y esperan pronta recuperación de lo invertido. Claro que no siempre pueden lograrse vacas que den tanta leche como Más respeto que soy tu madre, con el factótum Antonio Gasalla, ni un Agosto consolidado sobre el poder convocante de Norma Aleandro. Pero ahora, Más respeto está en la costa y Agosto continúa haciendo su agosto en enero. Como también Piaf con ese prodigio de mimetismo y voz que es Elena Roger.

Es claro que en el off todo se hace más a pulmón. El canto de sirena del teatro se escucha más fuerte en tiempos de crisis, como hoy. Los escenarios tienen ocupación completa, las salas vacantes prácticamente no existen y muchos elencos entraron en lista de espera. Los menos pacientes por acceder a la calle Corrientes, se amoldan a reductos alternativos y menos convencionales, porque el underground tiene su escalafón propio. Estrenar en el Konex no es mal visto ni indecoroso para muchas estrellas, acaso porque tiene un poco de comercial y de experimental. Esto de los circuitos diferenciados es tan lábil como ambiguo resulta decir en qué clase de Palermo se está parado (o sentado, o actuando): ¡Viejo, Hollywood, Queen, Soho & Co!

En cuanto al Abasto ha devenido en zona teatrera periférica ma non troppo y cotiza bien en esa rara bolsa un poco snob. Muchos espacios perimetrales oscilan ahora al borde del borde, entre jugar en primera línea, segunda o la reserva. De movida, pertenecer al under u off da certificado de libertad de experimentación (y hasta autoriza desprolijidad y desaliño). Pero, ¡esas sillas! No se cambian desde la época del Di Tella, hacen cada vez más ruido y no sostienen ninguna espalda. Es decir que el colorido incómodo viene en combo con la claustrofobia en las piecitas de cuatro por cuatro, el aire de laboratorio y ruptura. También se puede ir a esos espacios que no tienen ubicación numerada, a aplaudir la audacia de las búsquedas antes que la perfección de los hallazgos (que, si son muchos, se los llevan enseguida para las luces del centro). Así, José María Muscari apoya un pie en Corrientes y otro en barrios, sin arriesgar su vocación para sorprender y escandalizar al soberano. En un grupo de dramaturgos “jóvenes” (Daulte, Spregelburd, Tantanian, Kartún y sus secuelas; no sé si aún tan jóvenes) se hizo astuto hábito el poner sus talento en dos canastas. Esa permisividad y falta de prejuicio no sólo mantiene fresca a nuestra escena, sino que refleja la manera más laxa y relajada que impregna todos los aspectos de la vida.

A semejanza con el formato del Complejo Teatral de la Ciudad, prosperan nuevos “centros culturales”, mientras que ámbitos como El Cubo meten mano sobre un sector de la cultura “aprobada en sociedad”, o abrazada a una línea sociopolítica determinada (caso del Centro de la Cooperación). La multiplicidad de enfoques o estéticas aportan ingredientes a un caldo nutritivo, al que suele faltarle un poquito de sal. La fórmula sigue siendo mantener un perfil de calidad con una pizca de riesgo. Esperamos –sentados en nuestras sillas del off o la butaca del in– por algo de esa fiesta que canta Serrat; un carnaval de la sensibilidad con algo de insensato que nos mueva a la reflexión existencial o a la risa plena, sanadora o histérica que anticipa la catársis.

“El teatro conmueve al público, no lo deja en paz”, afirma Juan Carlos Gené. Krapp, la última cinta magnética, de Samuel Beckett, bajo su dirección, retorna a inquietarnos sobre la falacia de la memoria y el olvido; las falsificaciones piadosas del recuerdo ilusorio, auto conmiserativo. En ese enfoque modela Gené su oscuro acercamiento a Minetti, de Thomas Bernhard (que repone en estos días). Es un examen sobre un actor que pasa treinta años representando Rey Lear frente al espejo.
Si buscamos similar conmoción, que no nos arrulle sino que nos despierte del sueño cotidiano, podemos tirar al menos algunas otras sugerencias. Hay tres estimulantes miradas sobre el eterno Shakespeare: la reposición de Rey Lear según Alfredo Alcón y Rubén Schumacher, una cuasi parábola ejemplar sobre el castigo que aguarda a los necios por la vanidad de los halagos contra la acética lealtad de los honestos. Y los estrenos recientes de Mucho ruido y pocas nueces, la inefable comedia isabelina que Oscar Barney Finn traslada a la pampa argentina en el verano de 1875, y el Hamlet iluminado por Manuel Iedvabni y Malena Solda, para enfocar nuestro presente regido por el caos, la desmesura y la ambición de poder...

Dos “falsas” comedias de la francesa Jasmina Reza: Un dios salvaje, puesta de Javier Daulte, y el regreso del ponderado Art, con Ricardo Darín y Germán Palacios. Sendas reflexiones sobre la hipocresía y pretensión amanerada de la clase burguesa. Otro magnífico autor galo despliega sus visiones incómodas: Bernard-Marie Koltès, acaso el último gran autor de Francia, malogrado por el sida en 1989. Suya es La noche antes de los bosques –aquí adaptada al monodrama por Silvana Stabielli y dirección de Alejandra Ciurlanti–, un diálogo entre la mentira y la verdad jugando con la desolación existencial. El 5 de febrero retorna Hasta que la muerte nos separe, de Rémi de Vos, con puesta de Paul Desveaux: el difícil reencuentro entre una madre y su hijo bajo el autoritarismo de un amor asfixiante y otro no concretado. La muerte, el tiempo que pasa; el ocultamiento, el odio, el deseo y la locura. En línea convergente, pero sobre madre-hija, Querida Mamá o Guiando la hiedra, de Laura Yusem sobre relatos de Hebe Uhart. Los vínculos de sangre, lo bello y lo trágico de lo cotidiano.

Otro examen sobre la disolución de los lazos esenciales entre hombres en búsqueda de un vínculo veraz es Algo en común, del estadounidense Harvey Fierstein, quien arrima otra historia sobre amor y prejuicio. Dos criaturas de Chejov, tristes solitarias y finales, aquellos Sonia e Iván, sustraídos de Tío Vania y Tres hermanas por el irlandés Brian Friel (Danza de verano) para ofrecerles la última oportunidad en AfterPlay (algo así como “tras la función” o “al cabo del juego”. Un ejercicio de remisión e intertextualidad, bajo dirección de Marcelo Moncarz. Acaso contiguo a aquel, sea Amalfi, del argentino Enrique Papatino: retorno a la nostalgia paralizadora, chejoviana; el deseo de regresar a lugares y sentimientos suspendidos en la memoria de tres víctimas de una guerra atemporal. El alma inmoral o Cómo poner sus creencias patas arriba, del rabino brasileño Nilton Bonder y Bernardo Sorj, ilumina con cierto humor la paradoja de la moralidad del cuerpo y la inmoralidad del alma (dirige Lía Jelín). En la misma frontera está Un informe sobre la banalidad del amor, de Mario Diament, vuelve en pocos días más, para que Martín Heidegger y Anna Arent litiguen sobre el compromiso ético en pugna con la amoralidad del deseo.

También Manolo Iedvabni propone un valor de actualidad sobre el costado político de Hamlet: cara a cara, el humanismo con el desprecio individualista a la condición humana. También entrecruza ética y moral Illia (¿Quién va a pagar todo esto?), escrita por Eduardo Rovner en los ‘90, que pinta un clima de corrupción y ostentación que el autor contrasta con la austeridad y honestidad esencial de aquel presidente, arquetipo del hombre íntegro, pidiendo un debate sobre la coherencia ética e ideológica (dirige Alberto Lecchi).

En pocas horas más la premiada Susana Torres Molina estrena Esa extraña forma de pasión: tres situaciones independientes sobre la violencia política y el terror cotidiano en la oscuridad de los años 70 en la Argentina. De nuevo la memoria y el olvido en lucha y como lastre de un posible futuro. La Medea de Cristina Banegas y Pompeyo Audivert nos lleva a la tragedia de la venganza, la oscuridad del alma que destruye la razón y la templanza. Agosto, condado de Orange, de Tracy Letts, reposición del montaje de Broadway por Claudio Tolcachir para lucimiento del elenco, encabezado por el arte de Norma Aleandro, es otro cuadro de disfuncionalidad familiar, abandono de las responsabilidades y lazos parentales en conflicto. Tres interpretaciones para gozo de aficionados a las grandes performances.

Podría seguir, porque hay mucho ovillo para desmadejar. Pero invadiría páginas y atentaría contra la variedad de tópicos que hacen al atractivo de este medio. O sea que, caros lectores, si alguno de muchos otros espectáculos chicos (y grandes) sin querer se me ha olvidado, atribúyanlo a la falta material de espacio. O a las escaramuzas de Heinsheimer (ese señor alemán que persigue a Pinti durante todo su show Antes de que me olvide). Me quedará el consuelo de que pronto se disuelva el grumo en las neuronas producido por el estrés de tanto estreno simultáneo. Mejor cierro y entrego ya esta columna, antes de que otros cien espectáculos amenacen subir a escena. ¡La vida es tan corta y algunas funciones, tan largas!

Fuente: Veintitres

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