domingo, 29 de noviembre de 2009

Pueblos que resisten

Durante dos años el fotógrafo Xavier Kriscautzky recorrió distintas provincias del país en la búsqueda de pequeñas poblaciones, muchas catalogadas como en "vías de extinción". A través de un trabajo documental muestra cómo varias siguen de pie gracias a que en ellas hay una escuela. Además, cuenta que algunas tienen nombres muy curiosos como No Tengo, Saturno y República Argentina.

“En la época de los obrajes los trabajadores venían de los montes a buscar herramientas y víveres. Y como es un pueblo tan chico no conseguían nada. La respuesta siempre era: no tengo. De ahí nació el nombre del pueblo: No Tengo... por carecer de cosas”. Así comienza el relato de un habitante de Lugones, un pequeño poblado de la región chaco-santiagueña, más conocido por sus lugareños con el nombre de No Tengo.

Fotos de chicos almorzando en una escuela, de paredes despintadas de una estación de ferrocarril y de la tierra agrietada por el sol, acompañan la narración del hombre, mientras de fondo suena la apacible melodía de un acordeón. Las imágenes forman parte del documental del fotógrafo Xavier Kriscautzky, un trabajo donde el autor -a través del lente de su cámara- rescata la vida de distintos pueblos rurales del interior donde escasean las posibilidades laborales, el tren dejó de pasar y el aislamiento hizo que algunos ya no figuren en los mapas. A pesar de ello, hay familias que se resisten al olvido, y en su lucha diaria por permanecer en sus lugares de origen, la escuela pública cumple un rol fundamental.

Saturno, República Argentina y No Tengo, son algunos de los pueblos a los Kriscautzky llegó con su cámara, en ocasiones guiado por un mapa y, en otras, por el simple hecho de dejarse llevar por caminos inciertos.

Recorrió el país de una punta a la otra durante dos años y fotografió situaciones como una niña escuchando misa en Atalaya (Buenos Aires); campesinos jugando a las cartas en Cambicha (Corrientes); campos sembrados en El Infiernillo (Tucumán); un hombre y una mujer atendiendo un puesto de quesos y salames en Pipinas (Buenos Aires); un niño cuidando cabritos en Andalhuala (Catamarca); y antiguas construcciones arquitectónicas en Molinos (Salta). Sólo le faltó recorrer la Patagonia por cuestiones de tiempo y de financiamiento.

El año próximo este trabajo sobre pueblos que se resisten a desaparecer quedará plasmado en un libro; y la obra estará incluida en el Plan Nacional de Lectura que lleva adelante el ministerio de Educación de la Nación para que alumnos de escuelas de todo el país puedan acceder a la misma.

La búsqueda

Revisando mapas antiguos y comparándolos con otros más modernos, Kriscautzky, que trabaja como documentalista fotográfico del canal educativo Encuentro y se desempeña como profesional de apoyo en el Conicet, observó que hay pueblos que ya no aparecen en la cartografía. Entonces salió a buscarlos. “A veces no me encontré con nada y, en otras, con cosas muy interesantes”, cuenta a Hoy.

“Los pueblos rurales que visité no se parecen al campo de los productores rurales ni al de Aldo Sessa, que hace fotografías para vender estancias al exterior. Hablo de ese interior profundo del país. Yo los llamo pueblos que resisten porque están de pie, porque en ellos hay una escuela. La escuela les brinda contención, un lugar de reunión, el alimento para los chicos, además de enseñarle lecto escritura. Pero esos chicos saben que cuando termina la edad escolar se tienen que ir del pueblo porque no hay ningún proyecto sustentable que les permita saber que se van a quedar”, menciona el fotógrafo.

Hay vida en Saturno

Recorriendo kilómetros en la búsqueda de pueblos, Kriscautzky llegó hasta Saturno, un poblado que está entre Carhué y Pigüé, en la provincia de Buenos Aires. “Me fui para ver si había vida en Saturno”, dice seriamente y luego larga una carcajada.

“Y sí, hay una escuela en Saturno con 23 alumnos de la población rural más cercana. En el pueblo no queda nada más que la estación de trenes, donde hay alguien ocupándola. En realidad, es un campesino que usa las instalaciones para alojar a los peones”, comenta.

El pueblo se denomina así por Saturnino Unzué, una persona que, según pudo indagar Xavier, había colaborado en la Campaña del Desierto. Por su contribución a la matanza indígena en la zona el general Julio Argentino Roca le regaló 50 mil hectáreas.

Actualmente, en la escuela hay tres maestras que para Kriscautzky son “fantásticas”. Ellas se encargan, además de enseñar a los chicos, de proveer al pueblo de mercadería cuando van a la escuela. “Viajan casi 90 kilómetros todos los días por camino de tierra para ir a la escuela.

Hacen las compras en el pueblo y también pasan por la farmacia, porque en Saturno no hay ni siquiera un kiosco”, detalla el fotógrafo.

La población está compuesta por unas diez familias y la gente trabaja en el campo. El pueblo más cercano es Carhué, pero el camino es muy difícil de transitar. Por eso la gente prefiere el otro camino que está en mejores condiciones, que es el que va a Pigüé y queda a unos 90 kilómetros.

Según estadísticas recientes, en Argentina serían más de 600 los pueblos que corren riesgo de desaparecer. Bajo la óptica de Kriscautzky, son cientos de pueblos que resisten día a día para que ello no pase.

“Algunos de los pueblos donde estuve los visité por la curiosidad de estar en la ruta y ver qué pasaba allá adentro. Otros porque iba específicamente en busca de esos pueblos. También hice una búsqueda en función de lo que el Indec llama pueblos en vía de extinción. Me parece que es un nombre horrible, porque no son pueblos en vías de extinción. Son pueblos que donde aparece una oportunidad están todos ahí tratando de capturarla para quedarse. Tienen un amor increíble por el lugar”, concluye.

Un lugar donde todo pasa y nada sirve para la gente

Para su trabajo documental el fotógrafo Xavier Kriscautzky visitó un pueblo que se llama República Argentina, ubicado cerca del límite entre las provincias de Santiago del Estero y Santa Fe.

“Por República Argentina pasa el tren, pero no para. La ruta está a escasos 300 metros de la entrada del pueblo, pero están desvinculados de ella, quedaron un poco adentro. Los cables de media y alta tensión pasan por el pueblo, pero no tienen luz. Y la escuela, como casi todas las del interior, tienen computadoras, pero la usina eléctrica da luz entre las seis de la tarde y las diez de la noche, horario en que la escuela está cerrada. Como si eso fuera poco, el galpón del ferrocarril que se mantiene en pie albergó al mayor basurero tóxico de Latinoamérica. Después por una denuncia de Greenpeace lo sacaron”, cuenta Kriscautzky.

Y añade: “Metafóricamente, yo digo que ese pueblo es como la República Argentina. Sobrevive a todas las calamidades. Todo pasa por ahí pero nada se puede usar para el bien de la gente. Parte del documental que hice está en ese pueblo”, finaliza el fotógrafo.

En No Tengo, a falta de hombres hay fútbol femenino

Entre los lugares que Xavier Kriscautzky conoció mientras recorría el país está Lugones, un pueblito que está en el límite entre las provincias de Santiago del Estero y Chaco, y que durante muchos años se llamó No Tengo.

Charlando con sus pobladores, el fotógrafo pudo conocer el origen de ese curioso nombre. Según relata, “en ese lugar se generó una especie de poblada alrededor del boliche de ramos generales, que era el que proveía a todos. El almacén era conocido porque nunca tenía nada. Entonces le llamaban el boliche de no tengo. La gente iba y preguntaba: tiene azúcar. Y le contestaban: no tengo. Empezó siendo un paraje con ese nombre, después el pueblo se llamó así, y cuando pusieron la estación de trenes empezaron a denominarlo Lugones por esa vergüenza histórica. Aparentemente, Lugones era un oficial de la zona”.

A pesar del cambio de nombre, el fotógrafo asegura que la gente lo sigue llamando del mismo modo. “Es un pueblo que después del desmonte terrible que se hizo en la zona los hombres, al no haber trabajo, se han ido del pueblo. Un pueblo que en algún momento fue pujante, porque tiene varios clubes sociales, pero no hay hombres. Entonces en No Tengo los domingos hay campeonatos de fútbol femenino. Ese día muchos hombres que están trabajando en pueblos cercanos vuelven a sus casas. Durante la semana sólo están las mujeres que cuidan a los chicos. También los abuelos. Y siguen siendo el mismo no tengo de siempre”.


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